El rostro que espera – La Sábana Santa: una devoción en el tiempo : La Pasión según el Sudario
Publicamos esta contribución de Mario Palmaro, docente, jurista y apologeta italiano, que gran coraje y lucidez escribió sobre diversas problemáticas relativas a la Fe católica y a la evangelización de la vida social. Falleció en el 2014, con sólo 45 años de edad
Las impresionantes concordancias entre el hombre del Sudario y la Pasión de Cristo. Otra huella de la credibilidad del relato evangélico dejada por la historia.
Un manto de lino de color marfil, con 4 metros de largos y treinta y seis centímetros por un metro y diez, con medio milímetro de espesor. Sobre el tejido está impresa la imagen la imagen de un hombre que tiene los signos de la flagelación y de una corona de espinas, los agujeros de los clavos, una profunda herida en el costado, la rodilla izquierda maltratada por las repetidas caídas. El rostro de indiscutible belleza, es además marcado por equimosis y tumefacciones. La Sábana Santa – incluso actualmente al centro de fascinantes y controversiales investigaciones de parte de los científicos – ciertamente es extraordinario objeto de devoción que evoca con impresionante precisión los sufrimientos que ha vivido Jesús de Nazaret durante su pasión. Las analogías con la narración evangélica son impresionantes.
Iniciando por la flagelación, que Poncio Pilatos había ordenado tal vez con la secreta esperanza de salvar a Jesús de la pena capital. Las huellas de la flagelación alrededor de 120 – se notan en todo el cuerpo del hombre de la Sábana Santa, pero sobre todo sobre la espalda. La víctima estaba de hecho amarrada a una columna con el rostro volteado hacia esta. El instrumento utilizado por los Romanos para esta tortura era el “Fragrum Taxillatum”, constituido por tiras de cuero se hacían más pesadas con pelotitas de plomo, que descarnaban al entero cuerpo al punto que muchas veces provocaban la muerte de la víctima. La sangre es presente en modo copioso sobre todo el cuerpo del Sudario. El Evangelio nos narra que los soldados, después de haber tejido una corona de espinas, se la metieron en la cabeza a Jesús, y lo maltrataban golpeándolo en la cabeza con una caña. Toda la superficie del cráneo del hombre de la Sábana Santa está marcada con manchas de sangre, que son más numerosas sobre la nuca. Esto corresponde a una corona que no consiste en un pequeño círculo de espinas, sino en un verdadero casco de ramos calcado en la cabeza, que recuerda la insignia real en uso en esa época en el oriente.
El cuerpo impreso sobre el lino presenta dos amplias heridas lacerantes y contusas sobre los dos hombros, provocadas por el restregar de las trabas horizontales que el condenado a la crucifixión debía transportar hasta el lugar de la ejecución. De hecho, en la crucifixión romana el palo vertical, ya estaba fijo en tierra, mientras solo el palo horizontal – una traba de peso superior a 50 kilos llamada patíbulo – era amarrado a los brazos extendidos del condenado, y después asegurado con una filigrana a los tobillos, uniendo con una cuerda a los diversos condenados. Por tanto las caídas de Jesús fueron provocadas por las tiradas de los dos ladrones que lo acompañaban.
La Sábana Santa documenta de manera inequívoca que el hombre envuelto en aquella Sábana se ha caído muchas veces. Hay una serie de traumas craneales, provocados por la robusta traba del patíbulo que a cada tropiezo se machacaba violentamente la cabeza del condenado contra las piedras del camino. Jesús, con los brazos amarrados al patibulum, no puede cubrirse el rostro con las manos y se cae contundentemente con el rostro contra el suelo. Además del rostro, las rodillas evidencian numerosas lesiones del mismo tipo. Los soldados de la guardia que acompañan a los tres hasta el Gólgota advierten la postración de Jesús, y tal vez temen que pueda morir a lo largo del camino. Entonces, de modo insólito, obligan a un hombre que pasa por allí, Simón de Cierne, a cargar el patíbulo en los hombros.
A este punto, aunque si aliviado de la carga, el rostro de Jesús es una máscara de sangre. El hombre del Sudario ofrece una “fotografía” impresionante: el septo nasal está roto; hay una equimosis al centro de la frente, y luego una contusión a la altura del pómulo derecho que oprime las orejas.
Alcanzado el Calvario, Jesús es desnudado brutalmente de su manto por los soldados, que para no rasgarlo lo echan a suerte. Las heridas, que quedaron pegadas al tejido, son reabiertas con el brutal rasgado de la túnica. La Sábana Santa muestra algunas marcas de sangre que son signo solo de un rasgado de un tejido pegado a la piel.
Todo está listo para la crucifixión. El Santo Sudario reserva aquí las sorpresas mayores: todos los artistas medievales representan al cristo crucificado en las manos, mientras en la Sábana Santa el hombre envuelto en el lino no tiene la palma de las manos traspasadas por los clavos, sino que son los pulsos los que presentan el signo característico del hierro. La anatomía confirma actualmente que esta era la única moralidad que rendía estáticamente segura la crucifixión. En el hombre de la Sábana Santa no aparece la marca del pulgar: es un efecto inevitable de la lesión del nervio mediano, causada por el clavo, que hace flexionar automáticamente el pulgar hacia la palma de la mano. El estregamiento de los ligamentos nerviosos contra los clavos, sobre los cuales pesará todo el cuerpo procura un dolor lacerante. En el hombre del Sudario los pies están sobrepuestos y traspasados por único largo clavo, que atormenta atrozmente al condenado durante el movimiento rotatorio de oscilación entre la posición de bajar y alzar.
La Sábana Santa, finalmente, ofrece marcas: la herida del pulso izquierdo presenta dos chorritos separados que derivan de las dos posiciones tenidas por la víctima durante la agonía. El mismo Jesús -como todo condenado al patíbulo- por algunos instantes se agacha grabando sobre los clavos de las manos, y luego, se levanta para no sofocarse tomando impulso sobre el clavo que le traspasa los pies. Es en esta posición que el Hijo de Dios tiene la posibilidad de hablar, perdonando a sus carnífices, dialogando con el ladrón arrepentido y dirigiéndose a Maria y al apóstol Juan. Después, todo se ha cumplido y Jesús muere. Es sepultado rápidamente porque el inconveniente del sábado. Por esto su cuerpo no es lavado, y es confiado al sudario con todos los signos de la cruenta pasión. Durante la deposición y el trayecto hacia la tumba, mucha sangre mezclada con suero sale de la herida del costado. El color más intenso demuestra que se trata de sangre brotado después de la muerte de la víctima. Pero la Sábana Santa nos habla misteriosamente incluso de la resurrección: con el fin de que la imagen se haya producido ha sido necesario que el cadáver sea de pocos días, porque de otra manera la putrefacción habría destruido la imagen y la sábana. Tiempos que corresponden a cuanto adviene en el sepulcro encontrado vacío por las mujeres y por los discípulos, la mañana de aquel primer día después del sábado.
Fuente: http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=5747