Presentamos otro capítulo del libro del Padre Gonzalo Ruiz, IVE: No separe el hombre lo que Dios ha unido. El capítulo sobre La indisolubilidad del matrimonio en el gran misterio de Cristo y de la Iglesia (Ef 5,21-33)
El texto de Ef 5,21-33 es muy rico y lleno de ideas teológicas sobre Cristo como cabeza de la Iglesia, sobre la Iglesia misma, sobre algunos sacramentos, especialmente sobre el matrimonio. En este trabajo nosotros evidenciaremos únicamente lo que se refiere a la intrínseca y absoluta indisolubilidad del matrimonio[1]. San Pablo, de hecho, la afirma aquí con gran vehemencia y claridad argumentativa. De este modo, aunque de manera indirecta, el Apóstol excluye la posibilidad del divorcio, y a fortiori, el precepto mosaico que regulaba la práctica del divorcio mediante la entrega del libelo de repudio. En esta misma carta el Apóstol enseña que Cristo “anuló en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo […] un solo hombre nuevo” (Ef 2,15).
Presentamos en primer lugar el texto y su división. Luego indicaremos los principales puntos que Pablo sostiene sobre el matrimonio, teniendo en cuenta el contexto de toda la carta.
a. Características del texto de Ef 5,21-33
“21Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo: 22las mujeres a sus maridos, como al Señor, 23porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador del cuerpo. 24Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo.25Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, 26para santificarla, purificándola con el baño del agua, mediante la palabra, 27y para presentarse él a sí mismo la Iglesia gloriosa, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada. 28Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. 29Porque nadie aborrece jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, 30pues somos miembros de su cuerpo. 31Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una carne. 32Gran misterio es éste, mas yo lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia. 33 En todo caso, también vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido”.
El texto es muy homogéneo[2]. Su unidad es clara, sea desde el punto de vista de la sintaxis, sea desde el punto de vista del contenido, dirigido completamente a los esposos cristianos, tanto a los maridos como a las esposas. Hay una suerte de inclusión entre el primer versículo (21), que comienza con la exhortación “Sed sumisos los unos a los otros”, y el último versículo (33), que aplica el principio dicho en el v. 21 afirmando: “que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido”. La diferencia entre las dos afirmaciones se debe al desarrollo del pensamiento de San Pablo entre uno y otro versículo[3].
La perícopa se inserta en la segunda parte de la carta, que es fuertemente exhortativa, mientras que la primera es más bien doctrinal. En esta segunda parte, tras una exhortación a la unidad y a vivir la vida nueva en Cristo (4,1-5,20), Pablo se refiere a la constitución ontológica del matrimonio cristiano y a la moral doméstica, dando tres grupos de mandamientos: a los maridos y las esposas (5,22-33); a los hijos y a los padres (6,1-4); a los esclavos y a los dueños (6,5-9). Después hará una exhortación al combate espiritual (6,10-20), antes de dar noticias personales y de despedirse (6,21-24). Es muy importante notar que las enseñanzas dirigidas a los esposos cristianos encuentran su fundamento y correspondencia en la primera parte (doctrinal) de la carta, como se verá.
La perícopa dirigida a los esposos cristianos es la más larga y es la única en la que Pablo pondrá como fundamento de lo que está enseñando la unidad ontológica entre Cristo y la Iglesia. En los otros dos grupos de exhortaciones domésticas el motivo cristológico es puesto más bien como ejemplar o como normativo o como instructivo (cfr. 6,1.4 -7.9). Pero cuando habla a los esposos, por el contrario, el motivo cristológico correspondiente es puesto primariamente a nivel ontológico y es definido como gran misterio (v. 32).
El tema de la entera perícopa es la unidad entre esposo y esposa cristianos y cuáles deben ser las actitudes recíprocas que se derivan de tal unidad. Pablo, en efecto, no habla sólo desde el punto de vista del obrar (estar sometidos, amarse, respetarse), sino también desde el punto de vista del ser, que constituye el fundamento ontológico del obrar: entre marido y mujer hay una unidad tan profunda que se puede comparar a la unidad indisoluble entre Cristo y la Iglesia. Para hacer esta comparación, que no es extrínseca sino ontológica, el Apóstol usa dos analogías: la primera, fundamental, es la de la cabeza y el cuerpo, que constituyen una máxima unidad; la segunda es la analogía de formar ellos una sola carne.
No es fácil dividir internamente la perícopa, porque el desarrollo del pensamiento de Pablo es como concéntrico, al modo rabínico, donde una parte o una palabra preparan lo que sigue, con gran unidad narrativa. Pero desde el punto de vista de los destinatarios y de la sintaxis podemos distinguir tres secciones[4]. En la primera, después de la exhortación inicial y general de estar sometidos los unos a los otros, Pablo se dirigirá directamente a las esposas cristianas (vv. 22-24). En la segunda, en cambio, con un nuevo inicio, se dirige a los maridos de manera mucho más extensa (vv. 25-32). Luego, en la tercera, se dirige a ambos (v. 33). Este último versículo es una nueva exhortación, conclusiva, en la que Pablo distingue y resume lo que corresponde a los maridos (amar las propias esposas como a sí mismos) y lo que corresponde a las esposas (ser respetuosas hacia los maridos).
b. Cristo cabeza de la Iglesia en la exhortación a las esposas cristianas (vv. 22-24)
En la primera sección Pablo indica cuál debe ser la actitud de las esposas utilizando la analogía fundamental de la cabeza y del cuerpo. Esta analogía es aplicada sea al marido como cabeza de la mujer, sea a Cristo como cabeza de la Iglesia. De Cristo, sin embargo, se dice algo que no se dice de los maridos: Cristo, siendo cabeza de la Iglesia su cuerpo, es también el salvador del cuerpo (v. 23: sōtēr tou sōmatos)[5]. Esta afirmación, única en todo el NT, prepara lo que Pablo dirá en la segunda parte, en la cual no solamente hablará de la unidad ontológica entre Cristo y la Iglesia, sino también de lo que Cristo ha hecho para santificar a la Iglesia.
En la primera sección, por tanto, encontramos el primer fundamento de la unidad entre el marido y la esposa cristianos: la unidad de Cristo con la Iglesia, de la cual Él es la cabeza y el salvador. La fórmula griega para expresar la analogía, con la expresión “como también (hōs kai) Cristo es cabeza de la Iglesia” (v. 23) indica una semejanza estrecha. Pablo define el lugar del marido y de la esposa en su relación mutua con la unidad entre Cristo cabeza y la Iglesia cuerpo. Inmediatamente después, en el v. 24, establece una consecuencia práctica de esta semejanza ontológica, porque al estado en el cual se encuentran los esposos debe corresponder una actuación adecuada: “Como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las esposas lo sean a sus maridos en todo” (con la construcción griega hōs…. houtos).
Ya en estas primeras afirmaciones se ve que la unidad entre los esposos no encuentra simplemente un modelo en la unidad entre Cristo cabeza y la Iglesia cuerpo, sino que está fundada en ella. El matrimonio cristiano no es simplemente una imagen visible de la unidad invisible entre Cristo y la Iglesia, sino que se fundamenta en ella y es al mismo tiempo una realidad que la significa[6].
En otros pasajes de la carta Pablo ha hablado muchas veces de la unidad del cuerpo de Cristo, con Cristo como cabeza y nosotros como sus miembros, y por tanto, como miembros unos de otros. Así en 1,22-23 afirma que Dios “sometió todo bajo sus pies (de Cristo) y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todo”.
En 2,4-7 Pablo habla de modo muy fuerte de la unidad entre Cristo y nosotros, estableciendo también una suerte de escatología anticipada por nuestra incorporación a Cristo: “pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (sunezōopoiēsen) -por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó (sunēgeiren) y nos hizo sentar (sunekathisen) en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”[7].
En 2,15-16, hablando del sacrificio di Cristo, dice: “anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo hombre nuevo, haciendo las paces, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad”.
En 3,6 dice todavía: “que los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio”.
En 4,4-6: “Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo”.
En 4,11-16 dirá: “Él mismo dispuso que unos fueran apóstoles; otros, profetas; otros, evangelizadores; otros, pastores y maestros, para la adecuada organización de los santos en las funciones del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo. Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce al error, antes bien, obrando según la verdad en el amor, crezcamos en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión por la colaboración de los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro, para el crecimiento y edificación en el amor”.
En 4,25 dirá: “somos miembros unos de otros”[8].
La unidad de la Iglesia con Cristo es una idea fuerte y central en la teología de Pablo, desarrollada muchas veces en sus cartas. Pero en la carta a los Efesios hay una insistencia notable. En el pensamiento de Pablo los cristianos, en virtud del bautismo, forman con Cristo un solo cuerpo, del cual Cristo es cabeza, salvador y principio de unidad. El punto crucial de la perícopa que estamos explicando, sin embargo, es que la unidad misteriosa y principal entre Cristo y sus miembros y entre los miembros entre sí tiene una expresión máxima y única en la unidad de los esposos cristianos. Y esto no sólo como una imagen, sino como una realidad.
De hecho, los dos verbos que en la sección expresan la realidad de la unidad entre Cristo y la Iglesia y la unidad entre esposo y esposa están en el presente del modo indicativo, lo que remarca fuertemente que Pablo está hablando de la esfera real. Además Pablo no repite los verbos en los segundos miembros de las dos comparaciones. Esta doble y voluntaria omisión da mayor cohesión e identidad a los miembros de ambos parangones. Así el verbo ser en el v. 23 está en presente indicativo (estin) y, colocado por Pablo una sola vez al inicio, rige toda la comparación: “el marido es cabeza de la mujer, como Cristo [es] cabeza de la Iglesia, él [que es] el salvador del cuerpo”. El mismo uso se ve con el verbo someterse en el v. 24: está en presente indicativo, esta vez de la voz pasiva (hupotassetai) y, puesto por Pablo una sola vez, rige los dos miembros del paralelismo entre la Iglesia y la esposa: “Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo”.
Se trata, pues, de una realidad y no meramente de una hermosa imagen o significación: Cristo es cabeza de la Iglesia y forma con ella un solo cuerpo; y del mismo modo el marido es cabeza de la esposa y forma con ella un solo cuerpo. Esta es la primera y fundamental unidad entre los esposos cristianos. Pablo, sin embargo, desarrollará aún más su pensamiento para enseñar todavía otro aspecto específico de la unidad entre los esposos.
c. Cristo esposo de la Iglesia en la exhortación a los maridos cristianos (vv. 25-32)
La segunda sección es la principal, y está enteramente dirigida a los maridos cristianos. Pablo continúa desarrollando su pensamiento sobre la unidad de los esposos a semejanza de la unidad entre Cristo y la Iglesia, pero en esta parte él se detiene más en mostrar lo que Cristo ha hecho por la Iglesia, porque quiere fundar sobre este actuar el precepto que dará a los maridos: amad a vuestras esposas (vv. 25.28.33). De nuevo Pablo indica que el obrar de Cristo hacia la Iglesia está fundado ontológicamente en la unidad del ser entre Cristo y la Iglesia, añadiendo a lo que ya había dicho en vv. 23-24 (unidad cabeza-cuerpo) una imagen nupcial (v. 27). De aquí deduce que, del mismo modo, el amor del marido por la esposa, y su cuidado, está basado en la unidad ontológica entre ellos, porque ellos son una sola carne. Para reforzar todavía más su argumento e indicar el aspecto misterioso de todo esto, menciona finalmente la autoridad de la Escritura (Gn 2,24). Trataremos de explicar estas afirmaciones en forma ordenada.
El Apóstol comienza con un mandamiento: “maridos, amad a vuestras esposas”. Y fundamenta esta orden en la acción de Cristo a favor de la Iglesia: “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (v. 25). La expresión “como también” (kathōs kai) con la que Pablo presenta el parangón incluye en sí misma el aspecto de comparación, pero expresa también una fundamentación, como se ve en el uso de la misma expresión en Ef 5,2 y, en nuestra perícopa, en 5,29[9]. El amor del marido por la esposa, por lo tanto, es una reproducción o participación del amor de Cristo por la Iglesia, porque está fundado en él.
Pablo desarrolla en esta sección lo que Cristo ha hecho por la Iglesia, porque en este actuar de Cristo se fundamenta el obrar de los maridos hacia sus propias esposas: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”. Esta presentación del amor de Cristo por la Iglesia, que lo ha llevado hasta el punto de darse a sí mismo por ella, es un desarrollo de lo que ha dicho brevemente en la sección anterior, es decir, que Cristo es el salvador del cuerpo (de la Iglesia)[10]. Este entregarse sí mismo por la Iglesia se refiere, pues, al sacrificio mediante el cual Cristo ha salvado a la Iglesia, su cuerpo[11].
1. Las finalidades del ofrecimiento sacrificial de Cristo por la Iglesia (vv. 26-27)
El uso de la expresión “por ella” (huper autēs) y de las frases que siguen de parte de Pablo en este texto es un poco sorprendente, y de gran profundidad teológica. En efecto, normalmente cuando él utiliza la expresión “por ella” (huper autēs) se refiere a la liberación del pecado y del mundo[12]. En este caso, sin embargo él da una interpretación distinta, única en el NT, en estrecha relación con el misterio pascual. Lo hace mediante dos proposiciones que expresan finalidad, de las cuales la segunda está más bien coordinada que subordinada a la primera[13]: Cristo se ha entregado a sí mismo por la Iglesia “para santificarla, purificándola con el baño del agua, mediante la palabra, y para presentársela gloriosa a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (vv. 26-27).
a. Primera finalidad expresada en el texto: santificar a la Iglesia mediante el bautismo (v. 26)
En la primera frase que expresa finalidad (v. 26), Pablo dice que el objetivo del ofrecimiento sacrificial de Cristo es santificar (hagiazein) a la Iglesia, y esta santificación se da por medio de una purificación con el baño del agua mediante la palabra, es decir, en el bautismo[14]. Estamos, pues, en el marco sacramental.
La santificación de la Iglesia tiene su fundamento, su razón de ser, en el sacrificio que Cristo ha hecho de sí mismo (en el misterio pascual en su conjunto), pero de hecho se realiza en la purificación que se obra en el bautismo. En esta concisa frase se encuentran implícitos al menos dos elementos de la teología paulina de la Iglesia como cuerpo de Cristo: 1) el bautismo es una participación en el misterio pascual, porque nos ha purificado de los pecados en virtud del sacrificio de Cristo y nos ha vivificado en virtud de su resurrección[15]; 2) además, el bautismo nos ha incorporado a Cristo, nos ha convertido en una sola cosa con él, miembros de su cuerpo[16].
Pablo, por tanto, al dirigirse aquí a los maridos está desarrollando lo que ha ya dicho antes dirigiéndose a las esposas sobre la realidad de Cristo como cabeza de la Iglesia (vv. 22-24).
b. Segunda finalidad expresada en el texto: embellecer y desposar a la Iglesia (v. 27)
La segunda frase de finalidad (v. 27) explica aún más en qué consiste la santificación de la Iglesia, por la que Cristo se ha ofrecido a sí mismo. Es aquí donde el Apóstol introduce el lenguaje matrimonial para expresar la relación Cristo-Iglesia, diciendo que este ofrecimiento sacrificial tenía también la intención de “presentarse él a sí mismo la Iglesia gloriosa, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada”.
El verbo para indicar esta “presentación” de la Iglesia que Cristo hace a sí mismo es paristanein (o paristēmi). En la LXX y en el NT este verbo indica las formas más variadas de colocar algo, y puede significar mostrar, presentar, ofrecer, poner a disposición. El sentido exacto en nuestro texto debemos, por tanto, deducirlo del contexto, en el cual el Apóstol está hablando del matrimonio. En 2 Cor 11,2 Pablo usa el mismo verbo para indicar que él ha presentado los corintios a Cristo como si ellos fuesen una novia: “Celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo”. En este tipo de contextos, por tanto, el verbo, paristanein indica la acción de presentar la novia para desposarla. La particularidad en nuestro texto es que Pablo afirma que Cristo ha presentado la Iglesia a sí mismo para desposarla, y esto es puesto en paralelo con la acción de santificarla mencionada en el versículo anterior.
Es importante notar cómo se entrelazan las cosas que han ya sucedido y aquellas que, por el contrario, suceden o deben suceder[17]. Es claro en el texto que esta acción de presentar a sí mismo la Iglesia para desposarla ya se produjo en el ofrecimiento sacrificial de Cristo. Los versículos 23 y 29-32 hablan de un matrimonio entre Cristo y la Iglesia que ya ha sucedido y pertenece a la esfera real. Pero al mismo tiempo esta presentación de la Iglesia se renueva en cada bautismo de un creyente. Es, por tanto, una acción continua en la cual Cristo santifica la Iglesia en cada uno de sus miembros. La Iglesia se acerca como novia a Cristo en cada bautismo, y en cada bautismo él se la presenta continuamente a sí mismo para santificarla. La construcción de la frase, con la repetición del pronombre personal él, puesto dos veces después del verbo presentar, pone un claro énfasis en el hecho de que quien desarrolla la acción de presentar la Iglesia como novia es Cristo, y esta acción tiene por finalidad unir la Iglesia a sí mismo: “para presentar él a sí mismo (autos heautōi) la Iglesia gloriosa…”. Pablo describe pues la Iglesia en su perpetuo desposorio con Cristo, continuamente renovado, describiéndola en los vv. 22-24 como esposa, en los vv. 25-27 como novia, y en los vv. 28-32 nuevamente como esposa.
La analogía pasa a ser más compleja, porque de la similitud cabeza-cuerpo (kefalē-sōma) que establecía un modo de relación entre marido y esposa a semejanza de la relación entre Cristo y la Iglesia, se pasa a una más explícita descripción nupcial entre Cristo y la Iglesia, que prepara lo que Pablo dirá a continuación, sea en referencia a Cristo y a la Iglesia, sea en referencia a los maridos y a las esposas cristianas. No podemos describir detalladamente en este trabajo todos los efectos del desposorio entre Cristo y la Iglesia, pero ayuda a nuestro objetivo notar algunas particularidades.
El efecto del obrar de Cristo es que la Iglesia se presente “gloriosa, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (v. 27).
Cuando Pablo habla aquí de la Iglesia se está refiriendo también a los miembros individuales. Esto queda en evidencia por la mención del bautismo y porque las dos últimas características o efectos de las bodas de Cristo con la Iglesia, es decir que ella sea santa e inmaculada (hagia kai amōmos) son las mismas que Pablo ha aplicado en el primer capítulo de la carta a los miembros singulares de Cristo, al hablar del misterioso designio al cual Dios nos había predestinado ya antes de la fundación del mundo: “nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados (hagious kai amōmous) en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo” (Ef 1,4-5; las mismas afirmaciones se encuentran en Col 1,22). Por otra parte, la mención del designio originario de Dios en Cristo antes de la fundación del mundo al inicio de la carta, y su reiteración en nuestro texto, tienen su importancia para la explicación de la citación que Pablo hará del texto de Gn 2,24 en referencia a la creación del hombre y de la mujer, a su devenir una sola carne por voluntad de Dios, y a la aplicación de todo esto a Cristo y a la Iglesia (v. 31).
2. La citación de Gn 2,24 y el “gran misterio” (vv. 31-32)
En este punto el Apóstol aplica lo que ha dicho de Cristo y de la Iglesia a los maridos cristianos, preparando la citación de Gn 2,24 que introducirá a continuación. Siendo la unidad ontológica entre Cristo y la Iglesia -sea como cabeza y cuerpo, sea como esposo y esposa- el fundamento de la unión entre los esposos cristianos, el comportamiento de Cristo con la Iglesia también debe fundar el comportamiento de los maridos en relación a sus esposas.
Pero Pablo añade ahora un nuevo elemento, que en realidad hace explícito lo que estaba ya implícito en la imagen cabeza-cuerpo y en la presentación de la Iglesia como esposa de Cristo: los esposos, a semejanza de Cristo y de la Iglesia, al formar un mismo cuerpo tienen también una misma carne (vv. 29-30), de manera que amar al otro es amarse a sí mismo.
Vale la pena notar la genialidad literaria con la cual Pablo afirma la fuerte e inseparable unidad de los esposos. Él repite cuatro veces el pronombre reflexivo de tercera persona singular (heautou) en posición atributiva, con valor de adjetivo posesivo (en genitivo)[18]. En estos casos heautou califica tres veces al objeto directo del verbo amar (agapaō), y una vez al objeto del verbo odiar (miseō). Por otra parte Pablo va alternando cada vez los términos con los que indica a los objetos directos de ambos verbos: primero el objeto es sus propias esposas, después su propio cuerpo, luego la propia esposa, y por último la propia carne (en este caso como objeto del verbo odiar). Una vez, en cambio, utiliza el mismo pronombre solo (por lo tanto con su valor de pronombre), pero siempre como objeto directo del mismo verbo amar (en acusativo): se ama a sí mismo. De este modo Pablo señala fuertemente la unidad entre esposo y esposa, que aparece así como una verdadera identidad, de manera que amar la propia esposa equivale a amar el propio cuerpo y la propia carne, es decir, en fin de cuentas, es amarse a sí mismo[19]. El fundamento de la unidad/identidad es resumido por Pablo casi como una conclusión, pero con valor causal (introducida por la partícula hoti)[20]: porque somos miembros del cuerpo de Cristo (v. 30): “Así deben amar los maridos a sus mujeres (tas heautōn gunaikas) como a sus propios cuerpos (ta heautōn sōmata). El que ama a su mujer (tēn heautou gunaika) se ama a sí mismo (heauton agapai). Porque nadie aborrece jamás su propia carne (tēn heautou sarka); antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo” (vv. 28-30).
Pablo no está hablando en este texto del divorcio, pero es evidente que tiene en mente las dificultades que pueden surgir en la relación marido-esposa (por ejemplo, con la mención del odio hacia la propia carne en el v. 29). El tema de la perícopa no es directamente la indisolubilidad, pero de hecho esta intrínseca característica del matrimonio no podría estar fundamentada y afirmada de modo más fuerte que con estas imágenes y este modo literario. Pablo, en efecto, indica tanto el plano ontológico (el ser un mismo cuerpo/misma carne) como el obrar que se deriva (amar la propia carne, nutrirla y cuidarla, no odiarla). El fundamento es siempre la unión entre Cristo y la Iglesia: porque somos miembros de su cuerpo (v. 30)[21]; y el obrar de Cristo por la Iglesia: como también Cristo hace con la Iglesia (v. 29).
En su razonamiento, lleno de fuerza retórica, Pablo cambia los términos con los que describe la unidad entre Cristo y la Iglesia y entre los esposos cristianos para preparar lo que dirá luego. Hasta aquí, de hecho, él ha hablado de unidad del cuerpo (sōma), pero llegado a este punto (v. 29) añade el término carne (sarx) en razón de la citación de Gn 2,24 que quiere introducir inmediatamente después[22]: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una carne” (v. 31).
La función de la cita es confirmar la relación de unidad intrínseca entre Cristo y la Iglesia y entre los esposos cristianos. Al mismo tiempo tiene la fuerza exhortativa de un nuevo argumento, el de la autoridad de la Escritura, para estimular a los esposos al amor de sus propias esposas[23].
La referencia a Gn 2,24, como ya hemos dicho al tratar el texto de Mateo donde Jesús usa la misma citación, remite al designio del Creador desde el principio, cuando Él creó el ser humano en su diversidad varón-mujer y quiso que los dos llegaran a ser una sola carne, una sola cosa, de manera indisoluble[24].
En el texto de la carta a los Efesios existen, sin embargo, otros dos aspectos no presentes explícitamente ni en Génesis ni en Mateo (y Marcos), o sea la referencia a Cristo y a la Iglesia y la referencia en el contexto al designio de Dios sobre nosotros en Cristo antes de la fundación del mundo[25]. Veamos estos aspectos de manera breve.
Inmediatamente después de introducir la citación de Génesis, Pablo afirma: “gran misterio es éste, mas yo lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia” (v. 32). El gran misterio, si bien lo incluye, no es solo lo que el pasaje de Génesis citado contiene en sí, y ni siquiera el misterio del matrimonio como tal, sino el misterio de la relación entre el matrimonio instituido por Dios en el acto creador y la unión de Cristo con la Iglesia. Pero su contenido principal es esta última unión. Se trata de una relación tipológica que al mismo tiempo tiene una eficacia causal. H. Schlier comenta así: “el gran misterio… es el acontecimiento descrito en el pasaje bíblico, acontecimiento que es ‘tupos’ de Cristo y de la ‘ekklesia’. El acontecimiento del que habla Gn 2,24 cubre y descubre al mismo tiempo. Así San Pablo, interpretándolo rectamente, lo comprende como referido al desposorio entre Cristo y la Iglesia”[26].
En la carta a los Efesios, por tanto, la citación del Génesis no es aplicada en primera instancia a la relación conyugal, sino a la relación Cristo-Iglesia, de la cual la relación conyugal es un signo[27]. La palabra mustērion, en efecto, implica un mostrar y un esconder al mismo tiempo la realidad significada[28]. Aquí el término es aplicado a dos relaciones que parecen diferentes (Cristo-Iglesia; marido-esposa), pero que en realidad se entrelazan. Se trata, en cierto modo, de dos aspectos de la misma realidad y no de realidades diversas. Por eso según Pablo la unión esponsalicia de la que habla Gn 2,24 es en primer lugar la de Cristo y la Iglesia. Pero este mismo matrimonio se reproduce (porque es significado eficazmente) cada vez que se realiza un matrimonio entre un hombre y una mujer, porque el matrimonio cristiano participa misteriosamente de la realidad de la unión entre Cristo y la Iglesia, y al mismo tiempo es su mustērion, su signo visible[29].
De este modo la unión Cristo-Iglesia ilumina y funda la unión entre los esposos cristianos, y esta última es un signo que a su vez da luz sobre la relación Cristo-Iglesia[30]. Para muchos autores Pablo está indicando una correlación muy fuerte e intrínseca entre la relación Cristo-Iglesia y la de esposo-esposa. En efecto, desde el punto de vista de la unión que viene a causarse, en ambos casos se habla de una única carne, y por tanto de una unión indisoluble[31].
Además, el gran mustērion mencionado aquí por Pablo incluye en sí el designio de Dios antes de la fundación del mundo, al cual el Apóstol se ha referido en el inicio de la carta (cfr. Ef 1,3-6)[32]. Antes de crear al hombre como varón y mujer, Dios ha preelegido (verbo eklegomai) a los miembros de Cristo para que sean santos e inmaculados en Él, es decir, en virtud de su incorporación a Cristo. En otras palabras, nos ha elegido para ser miembros de la Iglesia, su cuerpo, santa e inmaculada, inseparablemente unida a Él. En la creación del hombre y de la mujer, y en el plan divino de que ambos llegaran a ser una sola carne (Gn 2,24), subyacía por lo tanto el misterio de la unión indefectible entre Cristo y la Iglesia. Este misterio ha precedido a la creación del mundo.
Esta conclusión es importante porque el mismo Jesús, al abolir el precepto mosaico que permitía el repudio de la propia esposa, menciona este mismo texto de Génesis e indica la voluntad de Dios desde el principio: que el hombre y la mujer casados sean una sola e indisoluble carne. Después de la caída original, que ha alterado la relación mutua de los esposos, Moisés había tenido una cierta condescendencia permitiendo el divorcio. Pero ésta no era la palabra definitiva. Al inicio de la carta a los Efesios, en efecto, San Pablo explica que en el misterioso designio de Dios estaba previsto que llegada la plenitud de los tiempos todas las cosas, tanto celestes como terrestres, fueran recapituladas en Cristo, es decir, tuvieran a Cristo por cabeza. Y esto por su benevolencia, y por la abundancia de la gracia que nos ha sido concedida: “según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1,8-10).
En este “todas las cosas” está incluido principalmente el gran misterio de la Iglesia como cuerpo y como esposa de Cristo, y está incluido también el matrimonio cristiano, que participa por un nuevo título de aquella unión Cristo-Iglesia, de la cual es también un signo visible[33]. Por esto Pablo llama también misterio al designio de la voluntad de Dios antes de la creación del mundo ya en el inicio de la carta, en la misma sección donde menciona la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1,9)[34]. Y lo mencionará más veces a largo de todo el escrito (3,3; 3,4; 3,5; 3,9; 5,32; 6,19).
d. A modo de conclusión: unidad del cuerpo de Cristo y recepción de la Eucaristía
El texto de la carta a los Efesios apenas estudiado está lleno de misterios y es muy rico en su contenido teológico. Una de las realidades iluminadas es precisamente el matrimonio cristiano (el matrimonio sacramental), por la intrínseca relación que tiene con el misterio de la unión de Cristo y de la Iglesia, del cual es una participación por la gracia, y al mismo tiempo un signo o sacramento.
El matrimonio cristiano, por tanto, refleja la unión indisoluble de Cristo y la Iglesia. Es sacramento de esta unión, y produce una peculiar unidad entre los cónyuges en Cristo, por la mayor participación en la gracia, y por lo tanto, por la mayor unión de cada uno de los cónyuges con Cristo cabeza. En este sentido el matrimonio cristiano reclama la plenitud de esta incorporación a Cristo que se encuentra sacramentalmente en la Eucaristía.
La Eucaristía, en efecto, es el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo que produce eficazmente la unidad de la Iglesia. Esta es la gracia última y más excelente que produce el sacramento de la Eucaristía en aquel que lo recibe con las debidas disposiciones: causa la incorporación a Cristo, y en Cristo, la unidad de la Iglesia[35]. Por eso el sacramento del matrimonio y el sacramento de la Eucaristía se reclaman mutuamente[36].
Así pues, el matrimonio es sacramento de la unidad entre Cristo y la Iglesia, y la Eucaristía es el sacramento que produce esta unidad en el modo más perfecto que se pueda en esta vida. Pero precisamente por este mutuo reclamo, cuando está distorsionada aquella imagen de la unión entre Cristo y la Iglesia que es el matrimonio sacramental por la separación y posterior unión con otra persona que no es el propio cónyuge, la persona se encuentra en un estado que objetivamente contradice la unión entre Cristo y la Iglesia, unión que encuentra su plenitud precisamente en la recepción de la Eucaristía.
A la luz de estas reflexiones, basadas sobre la exégesis del texto de Ef 5,21-33, se entiende uno de los profundos motivos teológicos por los cuales el Magisterio de la Iglesia enseña que los fieles que se encuentran en una situación de este tipo no pueden recibir el sacramento de la Eucaristía[37]. Así San Juan Pablo II dice: “La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía”[38].
En el mismo documento el santo Papa exhorta a los pastores a discernir las situaciones, y ayudar a estas personas en todas las maneras posibles, con verdadera caridad y solicitud pastoral, para que puedan participar de la vida de la Iglesia, aunque sin recibir el sacramento de la Eucaristía: “En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza”[39].
[1] Para los otros aspectos de ésta perícopa véase la larga presentación de H. Schlier, La Carta a los Efesios, 330-367.
[2] Desde el punto de vista de la crítica textual es un texto seguro. Entre muchas pequeñas variantes, hay solamente dos de cierta importancia. La primera está en el v. 22, donde algunos testigos agregan el imperativo sean sumisas (hupotassesthōsan) y otros el imperativo sométanse o sed sumisas (hupotassesthe) entre a sus maridos y como al Señor, en la frase “las mujeres [lo] sean a sus maridos, como al Señor”. Pero el sentido no cambia si el verbo es omitido, como leen los mejores testigos (el Papiro Chester Beatty [P46] y el Codex Vaticanus [B]), porque el verbo sean sumisas del versículo precedente rige también la frase del v. 22 y no es necesario que se repita. La otra variante está en el v. 30, donde algunos testigos, después de la frase somos miembros de su cuerpo agregan de su carne y de sus huesos, probablemente bajo el influjo del v. 23 que anticipa la citación de Gen 2,24 en el v. 31. Sobre estas dos variantes cfr. B. Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testament (Stuttgart2 1994) 541.
[3] La exhortación inicial del v. 21 rige en cierta manera también las otras dos perícopas que siguen, en las cuales San Pablo se dirige a los hijos y a los padres (Ef 6,1-3) y a los esclavos y a los patrones (Ef 6,5-9). Algunos autores dividen el texto de otra manera, uniendo el v. 21 a lo que precede, como una exhortación conclusiva de la parte anterior. De este modo nuestra perícopa comenzaría en el v. 23, cuando el Apóstol se dirige a los maridos. Así, por ejemplo J. Knabenbauer, Commentarius in S. Pauli Apostoli Epistolas ad Ephesios, ad Philippenses et ad Colossenses (Parigi 1912) 153-154.
[4] Cfr. H. Schlier, La Carta a los Efesios, 331.
[5] Sobre el sentido del título salvador y sobre su aplicación a Cristo cfr. W. Foerster – G. Fohrer, “sōtēr”, en TDNT, vol. VII, 965-1024. Una explicación concisa en G. Ruiz Freites, El carácter salvífico de la muerte de Jesús en la narración de San Lucas (Vaticano 2010)124-125.
[6] Pablo habla ciertamente a los cristianos de Éfeso, y por eso se refiere al matrimonio cristiano. Considero que se trata del sacramento del matrimonio, independientemente del hecho que S. Jerónimo haya traducido la palabra griega mustērion por sacramentum en el v. 32. La realidad misma de la que habla Pablo, en la cual se entrelazan la unidad invisible entre Cristo y la Iglesia con la visible de los esposos cristianos, nos lleva a esta convicción. Por otra parte, como dice B. Prete, creación y redención son queridas por el mismo Dios y lo tienen por autor, por lo cual el matrimonio natural no está en oposición al matrimonio sacramental, cfr. Matrimonio e continenza nel cristianesimo delle origini (Brescia 1979) 153, n. 7. De hecho, el Concilio de Trento remite a este texto de la carta a los Efesios cuando declara: “Gratiam vero, quae naturalem illum amorem perficeret et indissolubilitatem unitatem confirmaret coniugesque sanctificaret ipse Christus, venerabilium Sacramentorum institutor atque perfector, sua nobis passione promeruit. Quod Paulus apostolus innuit dicens: viri, diligete uxores vestras, sicut Christus, etc.”; Sessione XXIV: DS 969. Sobre este tema cfr. M. Zerwick, Der Brief an die Kolosser. Der Brief an die Ephesser (Stuttgart 1965) 61; J. M. Bover, “Sacramentalidad del matrimonio cristiano según la Epístola a los Efesios”, en Teología de San Pablo, 630-641; M. A. Fuentes, Salvar el matrimonio o hundir la civilización. Indisolubilidad, divorcio y sacramentos en debate, Maghtas Ed. (Barbastro 2015) 85-88; H. Schlier, La Carta a los Efesios, 328-345, y nota 267; A. Martin, “Attestazioni bibliche sul matrimonio: nuove piste di ricerca. Osservazioni su 1 Co 7,1-16: Mt 19,1-9 [e 5,31-32]; Ef 5,21-33”, en Associazione Teologica Italiana, Sacramento del matrimonio e teologia. Un percorso interdisciplinare, V. Mauro Ed. (Milano 2014) 67-68.
[7] Sobre el valor de estos términos paulinos, que expresan la comunión o solidaridad en Cristo, cfr. J. M. Bover, “El dogma de la redención en las Epístolas de San Pablo”, en Teología de San Pablo, 320-321.326-329. Sobre el sentido proprio de los términos y sobre la relación de estos conceptos con el bautismo cfr. H. Schlier, La Carta a los Efesios, 142-149.
[8] La misma afirmación se encuentra en Rm 12,5.
[9] Sobre esto cfr. H. Schlier, La Carta a los Efesios, 334-335. A. Martin remarca que las partículas que en la perícopa ponen en estrecha conexión la relación Cristo-Iglesia con la relación esposo-esposa (hōs, houtōs, kathōs) no solo tienen un valor ejemplar, estableciendo una semejanza, sino que introducen también un matiz causal, es decir: “maridos, amad como Cristo ha amado”, pero también “maridos, amad porque Cristo ha amado”; cfr. “Attestazioni bibliche sul matrimonio: nuove piste di ricerca”, 64, nota 47.
[10] La partícula kai que precede en el texto griego a la frase se entregó a sí mismo por Ella tiene aquí sentido explicativo.
[11] La expresión griega heauton paredōken huper autēs es de neto corte sacrificial y alude en otros textos paulinos al sacrificio de Cristo: Ef 1,4; 5,2; Rm 8,32 (cfr. Rm 4,25); Ga 2,20; Tit 2,14; 1 Tim 2,6. Sobre el sentido del verbo entregarse en estos contextos cfr. F. Büchsel, “didōmi”, in TDNT, vol. II, 166. Sobre el sentido sacrificial del uso de la preposición huper en estos contextos cfr. H. Riesenfeld, “huper”, en TDNT, vol. VIII, 511. La preposición se encuentra en las fórmulas de la institución de la Eucaristía con neto valor sacrificial: cuerpo entregado por otros / sangre derramada por otros (1 Co 11,24; Lc 22,19-20; Mc 14,24); cfr. X. Léon-Dufour, “Prenez! Ceci est mon corps pour vous”, NRT 104 (1982) 227-230; E. H. Blakeney, “Hyper with the Genitive in the N.T.”, en ET 55 (1943-44) 306; O. Böcher, Exegetisches Wörterbuch zum Neuen Testament, H. Balz – G. Schneider eds., vol. I, col. 88-93; D. Moessner, Lord of the Banquet. The Literary and Theological Significance of the Lukan Travel Narrative (Pennsylvania 1989) 323; D. Senior, The Passion of Jesus in the Gospel of Luke (Collegeville 1989) 61-63; I. H. Marshall, Last Supper and Lord’s Supper (Exeter 1980) 87-93; J. Jeremias, The Eucharistic Words of Jesus (Philadelphia 1977) 225-231; G. Rossé, Il Vangelo di Luca. Commento esegetico e teologico (Roma 1992) 863-864.
[12] Cfr. Rm 4,25; Ga 1,4; Tit 2,14. Sobre esto cfr. H. Schlier, La Carta a los Efesios, 335-336.
[13] Pablo introduce ambas proposiciones con la conjunción hina seguida por los verbos en subjuntivo; cfr. M. Zerwick, Biblical Greek, §340.
[14] La expresión “con el baño del agua mediante de la palabra” indica claramente el bautismo. Tōi loutrōi, baño, lavado, en dativo, es un complemento de modo. El mismo término es utilizado por Pablo para indicar el bautismo también en Tit 3,5. Por otra parte, la palabra es usada para indicar los baños rituales o sacramentales también en el cristianismo primitivo; cfr. A. Oepke, “loutron”, in TDNT, vol. IV, 301-307. El complemento del agua (tou hudatos) en sí no es necesario, pero indica, junto a la palabra (rēma), cuáles son los dos elementos constitutivos de la institución salvífica del bautismo. La palabra (rēma) es seguramente la fórmula bautismal. Así, por ejemplo, H. Schlier, La Carta a los Efesios, 337, quien sostiene esta interpretación siguiendo a numerosos autores antiguos y modernos, entre los cuales se encuentran Juan Crisóstomo, Teodoreto, Juan Damasceno, Erasmo, Cornelius a Lapide, von Soden, Haupt, Henle, Besler, Knabenbauer, Meinertz, Huby, Staab. S. Tomás, por su parte, comenta: “Este lavado toma su poder de la pasión de Cristo. Rm 6,3: ¿no sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados en su muerte? Por medio del bautismo, por tanto, hemos sido sepultados junto con Él en la muerte; Ez 36,25; Zc 13,1. Y esto con ‘la palabra de vida’, que recayendo sobre el agua, le confiere el poder de purificar. Mt 28,18: id por todo el mundo, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”; cfr. Super Epistolas S. Pauli Lectura, vol. II, Ad Ephesios (Torino 1953) 74, par. 323.
[15] Cfr. Rm 6,3-5; Col 2,12.
[16] Cfr. 1 Co 12,12-13; Ga 3,27-28; 1 Co 1,13-15.
[17] Sobre este punto cfr. H. Schlier, La Carta a los Efesios, 338-339.
[18] Sobre este uso cfr. F. Blass – A. Bebrunner – F. Rehkopf, Grammatica, § 283-284.
[19] Cfr. J. Leal, La Carta a los Efesios, en La Sagrada Escritura. Texto y comentario por Profesores de la Compañía de Jesús, vol. II, BAC Ed. (Madrid 1962) 723-724.
[20] Sobre este uso de la partícula hoti cfr. M.Zerwick, Biblical Greek, 142-144 (§ 416-420).
[21] Es en este punto que algunos testigos añaden, después de somos miembros de su cuerpo, la frase de su carne y de sus huesos que condice ciertamente con el sentido de lo que Pablo está diciendo y corresponde a su mente. Pero la lección no está apoyada por los principales testigos y parece más bien una glosa antigua inspirada en Gn 2,23 (LXX), cuando Adán ve a la mujer y dice: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Una presentación de la discusión entre los autores sobre la posible autenticidad de esta variante en H. Schlier, La Carta a los Efesios, 342-343, nota 259.
[22] Pablo usa el mismo procedimiento de alternar cuerpo y carne en otros textos; cfr. 1 Co 6,16; 2 Co 4,10-12; 12,7; Ga 6,17. Los dos términos designan al hombre en su corporeidad carnal; cfr. F. Baumgärtel – E. Schweizer, “sōma”, in TDNT, vol. VII, 1024-1094.
[23] Así S. Tomás, Ad Ephesios, 76, par. 331.
[24] Por la fuerza peculiar de esta unión en el texto de Génesis cfr. P. Mankoswki, “L’insegnamento”, 32-34.
[25] Cfr. Ef. 1,3-14 y lo que hemos dicho arriba, comentando la expresión santa e inmaculada referida a la Iglesia en el v. 27.
[26] La Carta a los Efesios, 344. En su comentario San Jerónimo dice que Adán fue el primer hombre y el primer profeta porque profetizó con su existencia de Cristo y de la Iglesia; cfr. Comentario a la Epístola a los Efesios, Libro III, in Obras completas de San Jerónimo, vol. IX, BAC Ed. (Madrid 2010) 550.
[27] Sobre este punto cfr. A. Martin, “Attestazioni bibliche sul matrimonio: nuove piste di ricerca”, 62-65.
[28] El misterio no es principalmente el signo, o el simbolismo, o el tupos, si bien lo incluye, sino la realidad escondida detrás. Para Pablo, especialmente en la carta a los Efesios, un mustērion es una realidad escatológica o mesiánica que Dios ha escondido y va progresivamente revelando (cfr. Ef 3,1-14). El matrimonio cristiano, estando en relación con la unión entre Cristo y la Iglesia, forma también parte del mismo gran misterio; cfr. J. Leal, La Carta a los Efesios, 723-724.
[29] Esta comprensión de la palabra mustērion está en consonancia con el lenguaje paulino; cfr. Ef 1,9; 3,3; 6,19; Rm 11,25; 16,25; 1 Co 4,1; 13,2; 14,2; 15,51; 2 Tes 2,7; 1 Tim 3,9.19; Col 1,26-27; 2,2; 4,3. Sobre esto véase G. Bornkamm, “mustērion”, en TDNT, vol. IV, 819-824.
[30] Para S. Tomás la citación usada por Pablo está entre los textos del AT que según su sentido literal pueden aplicarse tanto a Cristo como a otros. Pero se refieren a Cristo de manera principal y a los otros en cuanto que eran figuras de Cristo: “Quaedam vero de Christo et de aliis exponi possunt, sed de Christo principaliter, de aliis vero in figura Christi, sicut praedictum exemplum. Et ideo primo exponendum est de Christo et postea de aliis”; Ad Ephesios, 77, par. 335.
[31] Cfr. A. Martin, La tipologia adamica nella Lettera agli Efesini (Roma 2005) 284-287.
[32] El misterio de Cristo y de nuestra incorporación a Él es mencionado en diferentes modos a lo largo de toda la carta; cfr. Ef 1,9; 3,3.4.9; 5,32; 6,19.
[33] El concepto de “recapitular” (anakefalaiōsasthai en Ef 1,10) es de por sí ambiguo. Pero en este contexto indica que la voluntad de Dios ya antes de la creación del mundo era colocar a Cristo por encima de todo como cabeza, es decir, como principio que gobierna, unifica y da vida (cfr. Ef 4,15-16). Esto vale de modo particular para la Iglesia, de la cual es llamado “cabeza” en sentido propio repetidas veces en la misma carta (cfr. 1,22; 4,15; 5,23) y en otros escritos de Pablo (cfr. 1 Co 11,3; Col 1,18; 2,10; 2,19). En la creación de Adán y Eva, por tanto, y en el querer que los dos se convirtieran en una sola carne, este misterio de Cristo como cabeza de la Iglesia estaba ya presente en el designio de Dios. Sobre el concepto de recapitular véase H. Schlier, “kefalē, anakefalaioomai”, en TDNT, vol. III, 681-682. Para una explicación más completa del uso en Efesios véase de este mismo autor La Carta a los Efesios, 80-87.
[34] Se trata de un himno de bendición o “eulogia” que va desde 1,3 a 1,14.
[35] Cfr. Jn 6,56; 1 Cor 10, 16-17; S. Tomás, Summa Theologiae, III, 48, 2 ad 1; III, 79, 1; Catecismo de la Iglesia Católica, 1396
[36] Esto sucede con todos los sacramentos, de los cuales la Eucaristía es la plenitud porque contiene no solo la gracia, sino también al Autor de la gracia; S. Tomás, Summa Theologiae, III, 73, 3. Citando a S. Tomás, el Concilio Vaticano II enseña: “Todos los sacramentos, como también todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están estrechamente unidos a la sagrada Eucaristía y se ordenan a ella. En la santísima Eucaristía, en efecto, está encerrado todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, el mismo Cristo, nuestra pascua”; Presbyterorum ordinis, 5.
[37] El otro motivo teológico es el estado objetivo de pecado mortal, por la violación del sexto mandamiento del Decálogo. Sobre esto véase S. Juan Pablo II, Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia (17/IV/2003), 34-46, especialmente 36-37. En este último número se lee: “El juicio sobre el estado de gracia, obviamente, corresponde solamente al interesado, tratándose de una valoración de conciencia. No obstante, en los casos de un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta indisposición moral se refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística de los que ‘obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave’ (CIC, c. 915; CEO, c. 712)”.
[38] Exhortación apostólica post-sinodal Familiaris consortio (22/XI/1981), 84.
[39] Ibidem.