Hay un aspecto íntimamente relacionado con el misterio de Navidad, que hemos apenas celebrado, y que sin embargo no siempre se lo pone en evidencia como se debe, y es el de la virginidad de María Santísima. Es verdad de Fe, definida ya en el segundo concilio de Constantinopla (año 553: Dz 427), la virginidad real y perpetua de María, incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. Esto último ha sido afirmado repetidas veces en la historia de la Iglesia y por varios Concilios, desde San León Magno. Se ha hecho clásica en este sentido la fórmula de San Agustín: Virgen antes, durante y después del parto (cfr. Sermones, 186,1; PL 40,398).
Que es Virgen antes del parto es bastante claro para nosotros. Según los principales estudiosos del tema, como el padre De la Potterie, el “¿cómo sucederá esto?, ya que no conozco varón” (Lc 1,34) con el cual María responde al ángel, incluye en su significado un profundo e interior deseo de María de permanecer virgen (como si dijera: “como podrá suceder esto, ya que soy virgen”). Pero se podría pensar que María fue virgen al concebir, y que después dio a luz según las leyes ordinarias de la naturaleza, lo cual implica ciertamente para una mujer, el perder la virginidad.
Pero los mismos textos evangélicos y bíblicos nos dan claros indicios que no es así:
- En primer lugar la profecía de Isaías: “He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Is 7,14). Si la Virgen es la que va a dar a luz, se está insinuando al menos que permanecerá Virgen en y con ese acto de dar a luz. Recordemos que dicha profecía de Isaías es aplicada, en el Nuevo Testamento, directamente a la Virgen María (Mt 1,23).
- El evangelio de San Juan, en el Prólogo, cuando afirma hablando de Jesús (cfr. Jn 1,13), que ni de la sangre, ni de la carne, ni de voluntad humana, sino de Dios es engendrado. El “ni de voluntad humana” está significando que la iniciativa es de Dios; el “ni de la carne” claramente designa la ausencia de coito carnal en la concepción de Jesús, pero ese “ni de la sangre”, designa, también según el padre De la Potterie y otros, que Cristo ha nacido no según un nacimiento común, sino virginal (que el mismo acto de nacer lo fue). Esta interpretación supone la lectura que hemos presentado: que de Dios es engendrado, en singular, como presentan muchos manuscritos e interpretan varios padres de la Iglesia. Si fuera en plural, que de Dios son engendrados, se haría referencia a los cristianos y no ya a Cristo.
- El tercer texto es el mismo evangelio del Nacimiento: Se afirma allí que la Virgen “dio a luz, lo envolvió en pañales, lo acostó en un pesebre” (Lc 2,7). Todas estas cosas las hizo María sola. Difícilmente las hubiese podido hacer de haber estado sujeta a las molestias comunes de toda mujer cuando da a luz. El “cubrir con su sombra” que el ángel Gabriel declaró a María en la Anunciación (cfr. Lc 1,35) tiene que haberse extendido también al nacimiento de Cristo, ya que este forma parte integrante del misterio de la Anunciación. Ese cubrir con su sombra está indicando que así como fue sobrenatural la concepción de Cristo, también lo fue sin duda su nacimiento.
Así lo atestiguan también algunos santos Padres. Como San Basilio, quien afirma: “María da a luz al Hijo de Dios de un modo celestial, como el sol traspasa sus rayos por un limpio cristal sin perjudicar su candor”. También San Cipriano: “María Madre y obstetra; ningún dolor, ningún daño o herida natural”. Y San Pedro Crisólogo: “Virgen concibe, virgen da a luz, virgen permanece”.
De tal modo que hablar de maternidad, en María, está íntimamente asociado a su virginidad. María es virgen antes y durante el parto, y eso la prepara para serlo también después, y gracias a que lo es después puede ser Madre no ya de algunos hijos que hubiese podido tener naturalmente después de Jesús, sino de todos los renacidos en Cristo. Porque conservó su virginidad con posterioridad al parto, conservó el ser Madre de Cristo y de todos los que en Cristo iban a ser engendrados.
Pidamos entonces a esta Madre Santísima poder compenetrarnos de este otro importante y vital aspecto del misterio de la Navidad, que es el de la Virginidad, para poder también nosotros imitar en cuanto a la virtud, su virginidad inmaculada. No podemos privarnos como la Virgen de algunas consecuencias necesarias del pecado original, pero podemos privarnos, con la Gracia de Dios, del mismo pecado. Podemos también con la gracia de Dios, imitar a nuestra Madre Santísima en la virginidad del corazón, de modo que el Niño Dios nazca también espiritualmente en cada uno de nosotros. Recordemos que el misterio de la Encarnación -del cual la Navidad forma parte- es un admirable intercambio: Dios se hace hombre para que los hombres se unan a Dios.
MUY OPORTUNO Y ÚTIL
CREO QUE GENERALMENTE CUESTA MÁS ACEPTAR LA VIRGINIDAD POSTERIOR AL PARTO
Buenos dias, Edgardo H. Dávila.
Solo Pidiendo al Padre de las Luces, es la medida de como iremos recibiendo Su Luz. Por tanto hay que pedir y entrar en el Mundo de Dios, mediante la Oración, mediante la Elevacion de nuestro ser a un estado que solo se capta con Luz que baja de lo Alto, y en esa espera y como vamos madurando y viendo nuestra Nada, solo viendo nuestra Nada, es como vamos comprendiendo que Nada es mio, solo mis pecados y esos mismos me lo pide Dios que se los entregue en El Sacramento de La Reconciliacion. Son nuestros pecados y el estado de pecado original lo que nubla nuestro entendimiento y ser, dependiendo de los minutos, horas, dias, meses, años, que pasamos infestados por el Pecado Original que arrastramos al venir al mundo de los vivos, al existir, en esa medida que poso y reposo en mi el estado de pecado, que se nos borra con El Bautismo, en nuestro Bautismo.
De Rodillas es como vamos comprendiendo, me refiero a un de Rodillas con nuestro ser, ante La Luz Plena que Es Dios.
Nota del administrador: Hemos tenido que acortar este comentario, para que quede efectivamente como respuesta a quien va dirigido.
La viriginidad posterior al parto aparece insinuada en el texto con las palabras: “¿Cómo podrá ser esto, si yo no conozco varón?”. Que haya sido la sola constatación de un hecho no tiene mucho sentido, pues María sabía que Dios conocía esto, y no va con el sentido de la Escritura el afirmar cosas evidentes o tautológicas (que ya están afirmadas).
La Tradición cristiana (y los Padres) interpretaron dicha respuesta de María como un “deseo perpetuo de virginidad”. Su docilidad a Dios hace que estuviera incluso dispuesta a sacrificarlo, pero sabía interiormente que Dios lo había aceptado.
La pregunta de María tiene también sentido futuro, pues ya estaba desposada con José, y si bien aún no conocía varón, si su matrimonio fuera como el de las demás mujeres, era lógico pensar que lo iba a conocer. De modo que la pregunta de María tiene este sentido: “¿Cómo será, si no conozco y no voy a conocer varón?”, lo cual habla de virginidad perpetua.
La teología escolástica pasó a hablar incluso de “voto de virginidad” (mutuo con San José), por la misma razón, porque no tendría sentido mantener un deseo de virginidad en un matrimonio si este no es consagrado por un voto, o sea, por una razón mayor al matrimonio mismo. Gracias.