Temas del capítulo 12 del evangelio de San Juan: Elementos de profundización

Temas del capítulo 12 del evangelio de San Juan : Elementos de profundización

(Completamos el comentario que habíamos comenzado en el post: Unción en Betania, entrada triunfal y glorificación de Jesús). Elementos de profundización

Para este apartado y los siguientes temas, seguimos, en su inmensa mayoría, el Comentario al evangelio de Santo Tomás de Aquino al que ya hemos hecho referencia.

  1. Unción en Betania: Sujetos y caracteres de la narración (12, 1-11)           

La unción en Betania (Jn 12, 1-11)

Para la mayoría de los autores la división del evangelio de San Juan puede establecerse del siguiente modo: Libro de los Signos (capítulos 1-12, o bien después del Prólogo: 1,18 – 12,50), y Libro de la Gloria (capítulos 13-20), más un apéndice en el cap. 21. Santo Tomás de Aquino, en cambio, introduce una pequeña variante, gracias a un muy neto corte al inicio del cap. 12, que comenta del siguiente modo: «En los capítulos precedentes (1-11) el Evangelista ha mostrado la virtud de la divinidad de Cristo con todo lo que este ha hecho y enseñado durante su vida; aquí comienza en cambio a mostrar la virtud de su divinidad con ocasión de su Pasión y Muerte. En este sentido, primero tratará de su Pasión y Muerte (caps. 12-19), luego de su Resurrección (caps. 20s)».[1] Por lo tanto, para Aquino la división y segunda parte comienza claramente a partir del capítulo 12.

Establece todavía una subdivisión de toda esta segunda parte del Evangelio, de este modo:

1 – Las causas ocasionales de la Pasión (cap. 12), que fueron dos: a) La glorificación de Cristo, que provocó la ira de los judíos; b) la incredulidad de ellos, que terminó por enceguecerlos.

2 – La preparación de los discípulos (caps. 13-17), de los que se separará con la muerte corporal.

3 – La Pasión y Muerte (caps. 18-19), comenzando con la frase: Habiendo dicho estas cosas, Jesús salió con sus discípulos … (18,1).

– v. 1: Seis días antes de la fiesta de Pascua, Jesús vino a Betania: Hemos ya hecho suficientes consideraciones sobre la mención de los días y acerca del lugar. Cabe agregar que, para Aquino, la mención de “seis días antes” no se relaciona con el 14 de Nisán – cuando se inmolaba, al atardecer, el Cordero Pascual – sino con el 15, día enteramente festivo, y que ese año se celebraba en viernes, siendo el día en que Jesús eligió para morir.[2] De modo que seis días antes fue domingo, día en que Jesús entró a Jerusalén, y la cena de la víspera anterior (sábado), tuvo lugar la unción en Betania.[3]

¿Por qué Betania?: Porque significa “casa de la obediencia”, siendo esta la virtud por la cual Jesús habría de regenerarnos, y también por causa de Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos (Sal 110,4: Dios hizo memoria de sus prodigios; clemente y misericordioso es el Señor). El Señor es ensalzado espiritualmente en la casa de la obediencia.

La mención de las personas posee también un particular significado: Marta representa místicamente a los prelados o ministros de Cristo, teniendo en cuenta que se dedicarán – según San Pablo – al servicio del Señor como lo hacía Marta en su casa: Que se os considere como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios (1Cor 4,1). Lázaro, ya resucitado, representa a los fieles sometidos al poder de los prelados y reconducidos del estado de pecado al de la justicia: Los justos se alegran, se regocijan en la presencia de Dios, y festejan de alegría (Sal 68,4). María, en cambio, es signo de los contemplativos: Sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra (Lc 10,39).

Nos hemos ya referido a la discusión acerca de la identidad de María, si su unción sea la misma de la narrada por San Lucas, y la posible identificación con la Magdalena.[4] Con respecto al gesto que cumplió, Juan indica tres cosas: El perfume que ofreció, el gesto de obsequio (v. 3: ungió los pies de Jesús), el efecto que se siguió (se llenó la casa del aroma del ungüento), dándose a entender la bondad del perfume.[5] Respecto al peso, el que se haya tratado de una ‘libra’ es una indicación del acto de justicia cumplido por María, virtud que debe acompañarse con la piedad (significada por el ungüento, como sustancia medicinal), con la humildad, significada por el nardo (hierba de poco valor), con la Fe (por eso se emplea el término griego pistikós, que significa ‘fiel’ o ‘digno de Fe’), con la Caridad (por eso el ungüento era precioso y de gran valor). Con las obras de la justicia se ungen los pies y la cabeza de Jesús, indicándose tanto su humanidad (los pies) como su divinidad (la cabeza). En este sentido, primero se unge la cabeza, que representa al mismo Cristo y luego sus pies, que representan a sus fieles.[6]

El último personaje en cuestión es Judas Iscariote, a quien Juan menciona explícitamente (v. 4). Se afirma su dignidad: uno de sus discípulos, su nombre: el Iscariote (que según Aquino significa: el que confiesa), y se anuncia su crimen: el que estaba por entregarlo. Se preguntará también por que Jesús lo eligió para llevar la bolsa (la economía), sabiendo que era un ladrón. Según San Agustín, a quien se cita, por dos razones: a) Para que la Iglesia, cuando fuera saqueada por los ladrones, tuviese paciencia, ya que sólo es bueno aquel capaz de soportar a los malos; b) Para que mitigase su deseo, ya que al poseer la caja común, este podría quizás mitigarse, aunque se cumplió, por el contrario, lo que afirma el Eclesiastés (5,10): El que ama el dinero siempre quiere más y el avaro no lo aprovecha. Otros comentadores suponen, respecto a esto último, que la razón es que a los hombres espirituales se les confía tareas espirituales, mientras que, a los carnales y avaros, las tareas materiales.[7]

  1. La entrada en Jerusalén (12, 12-19)

            Es evidente, en la aclamación de las turbas en el ingreso triunfal en Jerusalén, que los judíos creían que Jesús vino para reinar temporalmente sobre ellos, y para librarlos del dominio de los romanos, y por eso lo aclamaban como rey.

La entrada de Jesús en Jerusalén

La multitud exclamaba (Jn 12,13): “¡Hosana, bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel!” La expresión hebrea es hȏshî’āh nā, un imperativo de la raíz yāsha’, que en dicha forma verbal causativa significa “salvar a otro”, acompañado de la partícula reflexiva (“a nosotros”). Recurre, entre otros lugares, en el salmo 118 [117],25: “Por favor, Señor, ¡sálvanos!”, el mismo salmo que pocos versículos antes es citado en los Evangelios, siempre en un claro contexto de rechazo de Jesús y de su mesianismo por parte de los judíos.[8] Santo Tomás se aproxima muy bien al significado etimológico del vocablo.[9]

Tomás de Aquino hace también notar algo que han señalado oportunamente otros autores, en consonancia con los datos de la Tradición que suponen sea Juan el autor directo de su evangelio. Habiéndolo redactado muchos años más tarde que los demás, y cuando estos eran bien conocidos, pensó en compendiar los datos redactados ya en detalle por los otros y completar los que aquellos habían omitido. Por dicha razón, mientras los otros evangelistas contaron como el Señor envió dos apóstoles a tomar el asna, Juan recapitula brevemente afirmando que “habiendo encontrado Jesús un burrito, se sentó sobre él” (v. 14).[10]

Los hechos cumplidos por Cristo se encuentran en la división entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Son norma de lo que hay que ejecutar en el Nuevo, siendo prefigurados por los Padres ya desde el Antiguo. Esto puede verse espiritualmente representado por la multitud que lo rodeaba, algunos por delante y otros por detrás, simbolizando ambos testamentos, lo mismo que los cánticos y salmos que coreaban. Recitan el salmo 118, especialmente el v. 26: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, aunque la multitud agrega: “el rey de Israel” (v. 13b), frase que en el salmo no se encuentra, diciendo en cambio: El Señor es Dios, él nos ilumina (Sal 118,27).[11]

  1. Pregunta de los griegos y respuesta de Jesús (12, 20-24)

            El evangelio nos habla de unos griegos que habían subido a Jerusalén para adorar en la fiesta (Jn 12,20). Hemos discutido ya sobre si se trata de paganos o prosélitos. De todos modos, aparece bien claro acá el orden que el evangelista pretende darle a la devoción de estos gentiles. San Pablo afirma que las cosas de Dios se dan siempre siguiendo un cierto orden, que los seres inferiores alcanzan los bienes más grandes a través de los superiores.[12] En el apostolado, Andrés se encontraba antes que Felipe porque se había convertido antes. Por eso recurre a aquel, y luego ambos van a decírselo a Jesús (cfr. v. 22).

La respuesta de Jesús se centra sobre el anuncio de su Pasión (v. 23): “¡Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre!”. Avisado sobre la presencia de ciertos gentiles, Jesús quiso conectar ambas cosas: La inminencia de su Pasión, con el sacrificio que esta comporta y la conversión de los gentiles, que ya veía próxima. Esta glorificación de la que habla Jesús puede considerarse de tres modos, según Aquino: 1 – en su Pasión (según Heb 5,5); 2 – en su Resurrección y Ascensión (profetizado en el salmo 68,19); 3 – en la conversión de los gentiles (Fil 2,11).[13] La conversión de los gentiles y su eficacia se dará en virtud de la Pasión y muerte de Jesús. Es por lo que anuncia: “Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; si en cambio muere, lleva mucho fruto” (v. 24).[14]

Todo esto nos pone en relación con el argumento de la utilidad de la Pasión. – “Si muere, dará fruto”, había afirmado Jesús:

1 – El primer fruto es la remisión de los pecados, anunciada ya por Isaías (27,9: Este será el fruto de alejar su pecado) y también asegurado que debía darse por Cristo;[15]

2 – El segundo es el de la conversión a Dios de los gentiles (cfr. v. 32: “¡Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí!”)

3 – El tercero es el fruto de la gloria (Sab 3,15: El que se preocupa por el bien obtiene frutos espléndidos).

  1. La turbación de Jesús y la voz del cielo (12, 28-30)

            Así como se trató antes de la gloria que los hombres tributaron (o no) a Cristo, ahora se habla – afirma Aquino – de la gloria que el mismo Padre le tributa. Se señala en primer lugar la petición de esta gloria (la oración de Jesús: “¡Padre; glorifica tu nombre!” [v. 28a]), y en segundo lugar la promesa [v. 28b]: Vino una voz del cielo: “¡Lo he glorificado, y lo glorificaré de nuevo!”

Jesús afirma que su alma “está agitada” (τετάρακται) = tetáraktai; pasivo de tarássō: “turbarse, agitarse”. La turbación, según Aquino, puede ser sensitiva o racional, dándose la primera cuando se es agitado por el temor, por la esperanza u otra pasión. Esto puede ocurrir fuera o dentro del control de la razón. Cuando escapa al control de esta, tenemos la turbación en la mente o potencia superior. Esta última turbación no podía acontecerle a Jesús, sino sólo la primera, y bajo control total de la razón. Se dice simplemente que empezó a probar temor o tristeza, cosa de la cual da también testimonio otro evangelista (Mc 14,33: Empezó a sentir terror y angustia). En cuanto a los motivos por los cuales ha querido turbarse, se señalan dos:

  1. a) La enseñanza para nuestra Fe: Por lo cual, acercándose a la Pasión, quiere actuar en todo según la naturaleza humana, para confirmar así la realidad de la humanidad que había asumido;
  2. b) Para darnos el ejemplo: Si hubiese cumplido todo con constancia sin ninguna pasión del alma, no habría sido un ejemplo eficaz para los hombres en el afrontar la muerte. Prefirió turbarse, para que nosotros, al encontrarnos turbados, no rechacemos la muerte ni desesperemos.[16]

En cuanto a la oración de Jesús en v. 28a, este pide al Padre que glorifique su nombre, pudiéndose indicar dos realidades con el término ‘nombre’:

1 – Equivalente a noticia o notoriedad, en cuanto que el nombre es el medio a través del cual una realidad se manifiesta. Ahora bien, el Hijo manifiesta al Padre, como El mismo dirá (Jn 17,6: He manifestado tu nombre…). En ese sentido, la frase “glorifica tu nombre” es equivalente a la que encontramos en 17,5: “Glorifícame tú, Padre, junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiera”.

2 – Como el conocimiento del Padre: En este caso, se pide al Padre que haga lo que más dará gloria a su nombre, y esto será sin duda la Pasión. Jesús pide al Padre glorificar su nombre a través de la Pasión, mostrándonos de este modo su obediencia.

            Respecto a la voz del cielo, los de espíritu más grueso y tardío no la reconocieron, y posteriormente la confundieron con un trueno; los de inteligencia más aguda pudieron en cambio identificarla. Aunque no se confundieron totalmente, pues la voz del Señor se asemeja al trueno en su aspecto exterior (Sal 77,19: Rodaba el estruendo de tu trueno).

  1. El juicio y el príncipe de este mundo (12, 31-34)

Jesús había afirmado, en el diálogo con Nicodemo, que “no había venido para juzgar al mundo” (Jn 3,17). Sin embargo, ahora habla de un juicio: “¡Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera!” (v. 31). Y esto se producirá por su Pasión.

El demonio no es considerado príncipe de este mundo tal como lo pensaban los maniqueos, que lo consideraban un principio igual a Dios, pero antagónico; no lo era por un dominio natural, sino por usurpación, en la medida en que los hombres mundanos, despreciando el verdadero Señor, se someten a él. El término “mundo” es también utilizado aquí en sentido negativo, respecto a los hombres que aman el mundo (como en el Prólogo: “el mundo no lo reconoció” [Jn 1,10]). El “arrojarlo fuera” crea un problema al momento de explicar por qué sigue tentando a los hombres. Santo Tomás dirá simplemente que ya no tienta como lo hacía antes, si bien jamás desistió de hacerlo. Porque antes tentaba y dominaba a los hombres desde el interior; ahora los tienta sólo desde el exterior. En efecto, mientras los hombres están en pecado, el diablo los domina y los tienta desde el interior. Así se comprende la exhortación de San Pablo (Rom 6,12: No entreguen sus miembros a disposición del pecado). Por eso es arrojado fuera: Al hombre justificado con la gracia de Cristo, el demonio no lo tentará más desde el interior, sino sólo desde el exterior. Afirmará también, siguiendo a San Agustín en esto, que ya antes de la Pasión de Cristo el demonio había sido expulsado de algunas personas particulares (como en los Padres del AT), pero no del mondo, como sucederá después. Lo que antes sucedía con pocos hombres, ahora sucederá con muchos de los gentiles y judíos, convertidos a Cristo. También puede afirmarse que el demonio es arrojado fuera por el hecho que los hombres se ven libres de sus pecados; y antes de la Pasión de Jesús, incluso aquellos que habían sido librados no lo habían sido totalmente, porque se hallaban impedidos de entrar en el Reino de los Cielos. Y por eso existía, también en este caso, un cierto poder del demonio sobre ellos.

Con respecto a la expresión: “¡Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí!” (v. 32), distingue el Aquinate dos razones asociadas a la muerte de Jesús:

  1. a) La primera respecto a nosotros: Jesús desea morir en alto para elevar nuestros corazones a las cosas del cielo, siendo la vía que nos conduce al cielo;
  2. b) Una segunda en relación con los demonios: Porque así podía reprimir, suspendido en el aire, a aquellos que en el aire ejercitaban sus principados y poderes (los demonios).[17]

[1] Cfr. Tomás de Aquino, Commento, 295.

[2] La aparente diferencia con la narración de los Sinópticos, donde se da a entender que Jesús celebró la última cena el primer día de los Ázimos (cfr. Mt 26,17), que supuestamente es ya el 15 y no el 14 de tarde, como parece presentarlo Juan, deberá ser analizada al tratar el capítulo 13 del presente evangelio.

[3] El hecho que haya sido domingo el día de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén tiene también un sentido de cumplimiento de las figuras del AT. Se lee en Éxodo, en efecto: “El décimo día de este mes (Nisán) cada uno tome un cordero por familia” (12,3). “Lo conservarán hasta el día catorce del mes, y entonces toda la asamblea de Israel lo inmolará al atardecer” (12,6) (Cfr. Commento, 297).

[4] Ver Unción en Betania en “Análisis de los elementos singulares”, del post: Unción en Betania, entrada triunfal”, etc. (hacer click aquí)

[5] Cfr. Commento, 298-9.

[6] Cfr. Commento, 301.

[7] Cfr. Commento, 304.

[8] El versículo en cuestión es del salmo 118,22 (La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular), citado por Jesús en la parábola de los viñadores homicidas, cuando los judíos advirtieron que había dicho esa parábola por causa de ellos (Mt 21,42; Mc 12,9; Lc 20,17), y en el discurso de Pedro ante el Sanedrín (Hch 4,11).

[9] Cfr. Commento, 311. Cita también a San Agustín, para quien no se trata de una palabra propiamente, sino de una aclamación deprecativa (S. Agustín, In Ioannes Evangelio, tr. 51, 2; NBA 24, 1014).

[10] Algo similar sucederá en las apariciones de Jesús resucitado: Juan sólo nombra a María Magdalena como yendo al sepulcro bien temprano (20,1), y volviendo a avisar a los Apóstoles (v. 2), omitiendo el hecho que, en realidad, ella era una más entre las mujeres que habían ido, junto con María de Santiago y Salomé y quizás otra (Mc 16,1; Lc 24,10). Marcos (16,8) afirma que nada dijeron a los discípulos, aunque Lc 24,10 dice que sí y pone la Magdalena con ellas. Probablemente algunas de las mujeres que habían visto a los ángeles se volvieron sin avisar, y la Magdalena sí lo hizo, quizás con alguna otra. Juan simplifica poniendo todo a cargo de la Magdalena.

[11] Cfr. Commento, 313.

[12] Que cada uno se someta a las autoridades establecidas, porque toda autoridad procede de Dios (Rom 13,1).

[13] Cristo no se atribuyó el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió del que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy (Heb 5,5); Subiste a la cumbre llevando cautivos (Sal 68,19); Toda lengua confiese: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre (Flp 2,11).

[14] Cfr. Commento, 320-21.

[15] 1Pe 3,18: Cristo murió una vez por nuestros pecados, el justo por los injustos para llevarlos a Dios.

[16] Cfr. Commento, 327.

[17] Cfr. Commento, 334-336.

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