Intepretación del evangelio de San Juan 8, 12-59

  1. INTRODUCCION

            El capítulo 8 del evangelio de San Juan ha sido siempre considerado como una de las secciones teológicamente más sublimes y elevadas de todo el Nuevo Testamento. En ella, el Señor Jesús, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, discute con los jefes de los judíos, escribas y sacerdotes, acerca de su identidad y de su misión, y se revela a sí mismo, con indicios bien claros, como poseyente de una personalidad divina, atribuyéndose incluso los nombres divinos del Antiguo Testamento.

Jesús discute con los fariseos (Jn 8)

Esta escena comienza ya en el capítulo 7, que sirve de introducción, y el cual, a partir del v.33, observa gran similitud con el capítulo siguiente. El capítulo 8, a su vez, presenta al inicio (vv. 1-11) el famoso episodio de la mujer sorprendida en adulterio, traída por los fariseos ante Jesús, con la evidente finalidad de tender una trampa al Señor en sus declaraciones. Este pasaje ha sido discutido, incluso desde muy antiguo, respecto a su autenticidad y a su lugar de inserción en el evangelio, ya que pareciera hallarse como fuera de contexto. Sin embargo, no son pocos los testimonios, incluso desde época patrística, que lo quieren situado justamente en el lugar en que se halla, y declaran llanamente su autenticidad. Hay razones para pensar, que en un cierto momento histórico, pudo haber sido quitado del contexto y por lo tanto no hallarse presente en ciertos manuscritos. No es nuestra intención, en este análisis, entrar en esta discusión.

Nos centraremos en el largo pasaje o perícopa de Juan 8, 12-59, en la cual se alcanza, de modo creciente, el punto más álgido de discusión entre Cristo y los jefes del pueblo, una de los momentos culminantes de la revelación de Jesús y de rechazo frontal de dicha revelación por parte de los judíos. El texto se presenta complejo para su análisis. Para quien se encuentre en condiciones de seguir el texto griego y tenga nociones de exégesis bíblica, nos proponemos presentar la estructura detallada del pasaje seguida de una interpretación exegética adecuada. Para los que no se consideren en condiciones de seguir dicho análisis, sugerimos pasar directamente al resumen e interpretación teológica (punto IV), seguido de los elementos de profundización (punto V).

Sólo para agregar una pequeña reflexión, y es la siguiente: La contemplación y reflexión atenta sobre los diversos pasajes del evangelio de Juan, lejos de sugerir una interpolación o introducción tardía de sus grandes discursos y diálogos teológicos, brindan por el contrario una idea bien acabada y completa de la profundidad teológica del evangelio, de una muy evidente unidad temática y estilística, y por lo tanto, de su indudable autenticidad juanea, como la Iglesia siempre lo reconoció, y como todo estudio científicamente honesto debería también reconocerlo.

Mostramos el resumen del punto IV y del V. Para el resto del artículo, hacer click aquí.

TEXTO

12: De nuevo les habló Jesús:

Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

13: Le dijeron los fariseos: Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no es válido.

14: Jesús les contestó: Aunque doy testimonio a mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y adónde voy; en cambio vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy.

15: Vos juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie.

16: Y si juzgase, mi juicio sería válido, porque no juzgo yo solo, sino con el Padre que me envió.

17: Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido.

18: Yo doy testimonio sobre mí y también da testimonio el Padre que me envió.

19: Le dijeron: ¿Dónde está tu padre? Jesús contestó: Vosotros no me conocéis ni a mí ni a mi Padre.

Si me conocierais a mí, conoceríais a mi Padre.

20: Estas palabras las dijo (habló) en el gazofilacio, enseñando en el templo. Nadie lo detuvo, porque no había llegado su hora. 

21: Les dijo de nuevo: Yo me voy y me buscaréis.

22: Moriréis en vuestro pecado: Donde voy no podéis venir.

Dijeron los judíos: ¿Acaso se matará, que dice: Donde yo voy no podéis venir?

23: Les dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba;

Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.

24: Os dije que moriréis en vuestros pecados.

Si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados.

25: Le dijeron: ¿Tú quién eres?

Le dijo Jesús: En el Principio; lo que os hablo. 

26: Mucho tengo que decir y juzgar de vosotros, pero el que me envió es veraz, y he de hablar al mundo lo que le he escuchado.

27: No conocieron que les hablaba del Padre.

28: Dijo luego Jesús: Cuando levantaréis al hijo del Hombre, sabréis entonces que Yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que como me ha enseñado el Padre, así hablo.

29: El que me envió está conmigo y no me deja solo, porque hago siempre lo que desea.

30: Decía estas cosas y muchos creyeron en él. 

31: Dijo Jesús a los judíos que habían creído en El:

32: Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad mis discípulos; conoceréis la verdad,

y la verdad os hará libres.

33: Le respondieron: Somos estirpe de Abraham, y no hemos sido esclavos de nadie.

¿Cómo tú dices que seremos libres? 

34: Jesús les contestó: En verdad, en verdad os digo, que quien peca es esclavo del pecado;

35: el esclavo no permanece siempre en la casa, mientras que el hijo permanece siempre.

36: Por lo tanto, si el hijo os libera, seréis realmente libres.

37: Sé que sois estirpe de Abraham; pero buscáis de matarme, porque mi palabra no encuentra lugar en vosotros.

38: Hablo de lo que vi junto al Padre; también vosotros hacéis lo que escuchasteis al padre.

39: Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham.

Les dijo Jesús: Si fuerais hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham.

40: Pero ahora buscáis de matarme, al hombre que os habló la verdad que escuchó a Dios.

Esto, Abraham no lo hizo. 41: Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.

Le dijeron: No somos hijos de prostitución, no tenemos sino un Padre, Dios.

42: Les dijo Jesús: Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais.

Yo, en efecto, de Dios he salido y he venido.

No he venido de mí mismo, Sino que Aquel me ha enviado.

43: ¿Por qué no comprendéis lo que digo?; porque no podéis escuchar mi palabra.

44: Vosotros tenéis por padre el diablo, y sus deseos queréis hacer.

Él era homicida del principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él.

Cuando habla falsedad, habla de lo suyo, porque es falso y padre de ella.

45: A mí que digo la verdad, no me creéis. 46: ¿Quién de vosotros me acusará de pecado?; si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?

47: El que es de Dios escucha las palabras de Dios. Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios.

48: Respondieron los judíos y le dijeron: ¿No decimos justamente que eres un samaritano y tienes un demonio?

49: Respondió Jesús: Yo no tengo un demonio, sino que honro a mi padre, y vosotros me deshonráis.

50: Yo no busco mi gloria, Hay quien la busca y juzga.

51: En verdad, en verdad os digo: Si alguien guarda mi palabra, no verá la muerte en eterno.

52: Le dijeron los judíos: Ahora sabemos que tienes un demonio. Abraham murió, y los profetas.

Y tú dices: Si alguien guarda mi palabra, no verá la muerte en eterno.

53: ¿Eres tú más grande que nuestro padre Abraham, quien murió, y los profetas? ¿Por quién te tienes?

54: Respondió Jesús: Si yo me glorificase, mi gloria no valdría nada. Es el Padre quien me glorifica.

55: Y vosotros no lo conocéis, en cambio yo lo conozco. Si dijese que no lo conozco, sería un mentiroso como vos. Pero lo conozco y guardo su palabra.

56: Abraham vuestro padre exultó al ver mi día; lo vio y se alegró. 57: Le dijeron los judíos: ¡No tienes cincuenta años y has visto a Abraham! 58: Les dijo Jesús: En verdad, verdad os digo: Antes que Abraham fuera, Yo soy.

59: Tomaron piedras para arrojárselas. Jesús se escondió y se fue del templo.

 IV: RESUMEN e INTERPRETACION TEOLOGICA

Siendo el capítulo 8 de Juan uno de los pasajes de más difícil interpretación, no podrá negarse que esto se debe en gran medida a su profundo significado teológico, significado que no será posible obviar si queremos encontrar verdadero sentido al texto.

Hemos ya dicho que la división en tres secciones de 8, 12-59 obedece a un parecer casi universal de los autores y estudiosos de dicho texto, incluso por parte de los que no aceptan que el entero pasaje posea un claro significado de revelación de la plena identidad de Jesús en todo el capítulo. Pero hay coincidencia en las grandes líneas:

  1. a) vv. 12-20: Como hemos visto, Jesús propone veladamente la exigencia de la necesidad de conocerlo: conocer a Jesús. Pero es un conocimiento que se lleva a cabo a través de lo que el mismo Jesús hombre presenta como su propio testimonio, de sí mismo, aun cuando afirma que propiamente hablando, su testimonio no proviene sólo de sí mismo, sino también de su Padre, a quien presenta en este pasaje.
  2. b) vv. 21-30: Aquí se pone de manifiesto más claramente que dicho conocimiento de Jesús debe darse a través de la Fe, y se habla de creer en Jesús, lo cual significa no sólo creer en su mesianismo temporal, sino en su divinidad. La insistencia y la simetría de la declaración Yo soy (ego eimí), en v.24 y v.28, más la referencia al “Principio” (suponiendo el Yo soy como implícito) en v.25, no pueden dejar lugar a dudas que se trate de la revelación de la divinidad. De hecho, al final de todo el discurso la sentencia será clarísima, y aceptada por incluso los que la niegan en esta sección.[1] Existirá todavía una referencia al Padre en v.27, donde se afirmará que muchos creyeron en El.
  3. c) vv. 31-59: Puede ser que muchos de los que creyeran lo hicieran de un modo incipiente, buscando Jesús el hacerlos madurar en su Fe, o bien puede ser que se dirigiera a otros. De todos modos, Jesús propone el medio para madurar esta Fe: permanecer en su Palabra, que lleva a la verdad y a la libertad; en contraposición, muestra que la otra opción es el pecado, que lleva a la esclavitud. Los judíos declaran que les basta la paternidad abrahámica, tener Abraham por padre (como ellos creen). Jesús les responde que no es Abraham el padre de ellos, y esto se prueba por los frutos (buscan matar a Jesús). El padre de ellos es el diablo (dicho en el cap. 7), y en todo caso, “no vienen de Dios” (v.47). La insistencia, aún por parte de los judíos, de su filiación abrahámica, le dará oportunidad a Jesús de definir aún una vez más su identidad divina – que aquí la mayoría acepta – recurriendo una vez más al Yo soy (ego eimí), en v.58.

El carácter de revelación plena de la identidad de Jesús en este capítulo, sea de un punto de vista temático, estructural, o incluso retórico, es innegable. Sólo rechazando el texto en bloque es posible negar dicho carácter, que se perfila de modo evidente.

V: ELEMENTOS de PROFUNDIZACION

            Presentamos algunos elementos más que pueden contribuir a completar la interpretación expuesta. Los tomamos en su mayoría del comentario de Santo Tomás de Aquino al evangelio de San Juan.

A) Sección 8, 12-20: [2]

Al presentarse como “luz del mundo” (v.12), Jesús lo hace sin duda desde una perspectiva espiritual, sugerida por el lenguaje claramente metafórico empleado. Ahora bien, desde ese punto de vista se presenta en primer lugar la prerrogativa de la luz espiritual de Cristo, en segundo lugar sus efectos, en tercer lugar el fruto de la misma.

Respecto a lo primero, Santo Tomás hace notar un interesante elemento que sirve de vínculo al párrafo anterior, el de la adúltera perdonada por Jesús (8, 1-11) – pasaje que normalmente se lo considera fuera de contexto -, a quien Jesús había dicho: Tampoco yo te condeno; ¡vete y no vuelvas a pecar! (Jn 8, 1-11). Para que nadie dude de Jesús y de su poder de perdonar y absolver el pecado, presenta ahora todo su poder espiritual, diciendo: Yo soy la luz del mundo.[3]

Jesús afirma todavía: – Quien me siga no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida: Jesús contrapone las tinieblas a la luz. Existen tres tipos de tinieblas, según Santo Tomás: La de la ignorancia, que proviene de la razón en sí misma; la de la culpa, que proviene de la razón humana no en sí misma, sino por influjo de las pasiones, hábitos o de la misma voluntad. Por último existe la tiniebla de la condenación eterna (como leemos en Mt 25,30: ¡Arrojad al siervo inútil a las tinieblas exteriores!). El que posee la luz de Cristo ciertamente que se librará al menos de la última clase de tinieblas, o sea, del peligro de condenación eterna. Por eso dice “tendrá la luz de la vida”. La frase: “Quien me siga…”, señala el mérito, mientras que “tendrá la luz de la vida” señala el premio.

En el v.12 se dirige a la multitud; lo que sigue en el v.13, en cambio, parece dirigido a los fariseos. Son estos los que afirman: Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no es válido. Efectivamente, lo que afirman los fariseos es lógico, pues entre los hombres, no es loable ni conveniente que uno dé testimonio de sí mismo. En el caso de Dios, en cambio, como ninguno puede conocerlo de modo adecuado, excepto El mismo, es conveniente entonces que sea El quien dé testimonio de sí mismo, como también lo recibe de parte de los hombres. Son entonces los judíos los que se engañan en el poner esta objeción a Jesús.

Los judíos arguyen que porque Jesús da testimonio de sí mismo, su testimonio no es verdadero. Jesús prueba lo contrario: Aunque doy testimonio a mi favor, mi testimonio es válido (v.14). Jesús dirá que su testimonio sí es válido, porque es veraz, lo que se muestra con las palabras: “porque sé de dónde vengo y adónde voy”, en una palabra, conoce su procedencia, su misión, su destino, y sobre todo, su identidad divina, lo cual implicará conocer también la divinidad del Padre, a quien los judíos creían conocer. En efecto, Jesús les dirá: “Vosotros en cambio, no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy”. Ignorando la divinidad de Cristo, juzgaban de Jesús sólo según la humanidad, siendo esto segundo un error que se añadía al primero. El “juzgar según la carne” pasa automáticamente a ser sinónimo de un juicio erróneo y malo.

Jesús afirma: Yo no juzgo a nadie (v.15), pero después da a entender que sí lo hace: si juzgase, mi juicio sería válido (v.16). Lo primero se entiende a la luz de lo dicho por Jesús a Nicodemo: Dios no ha enviado su Hijo para juzgar al mundo (Jn 3,17), o sea, no juzga Jesús según la carne, ni tampoco con juicio de condena, pero deja en claro que, a su tiempo, él también juzgará: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dejado todo el juicio al Hijo (Jn 5,22). Por eso afirma que “no juzga solo, sino con el Padre que me envió” (v.16). Y tampoco el Padre juzga solo, como ya se afirmó, aunque sí lo hace junto con el Hijo. Así como el testimonio de dos o tres hombres ha de considerarse verdadero (v.17), lo mismo sucede con Jesús y su Padre (v.18). Esto pone de relieve la distinción y complementariedad de las Personas divinas.

Se pasa luego al tema del conocimiento del Padre (para los judíos, el mismo Dios del Antiguo Testamento):

  1. a) Jesús afirma que los judíos ignoraban al Padre, porque se comportaban de hecho como aquellos que lo ignoran, al no observar sus mandamientos (v.19), ni adherir a El de modo espiritual, con el amor. Cuando se conoce algo verdaderamente, se “adhiere” a ello.
  2. b) Aunque lo conociesen por la Fe, no tenían todavía un conocimiento pleno (Jn 1,18: A Dios nadie lo ha jamás visto…); lo conocían bajo el nombre de Dios omnipotente, pero no propiamente como Padre ni menos aún como Padre de un Dios consustancial (el Hijo).

Nadie lo detuvo, porque no había llegado su hora: La hora de la Pasión no se encuentra determinada por un ‘fato’, ni tampoco son los enemigos de Jesús quienes la determinan, sino que está predestinada por el querer de Dios desde la eternidad. “Ninguno lo arrestó”, porque ‘su palabra’ es más fuerte de todos los que querían arrestarlo; cuando querrá ser crucificado, entonces callará.

B) Sección 8, 21-30: [4]

Después de hablar y de revindicar para sí la prerrogativa de la luz, Jesús pasa a tratar sobre sus efectos, la liberación de las tinieblas.

Indica claramente que los judíos estaban en las tinieblas, y buscaban vanamente a Jesús: Yo me voy y me buscaréis (v.21). Jesús se va, voluntaria y espontáneamente, no forzadamente (nadie lo arrestó). Los judíos que disputaban con él “lo buscaban”, pero no por piedad o caridad, sino animados por el odio, para perseguirlo, y este tipo de búsqueda sólo produce la muerte: Moriréis en vuestro pecado (v.21). Este castigo consiste en dos cosas: a) la muerte; b) la exclusión de la gloria (donde voy, no podéis venir). Los judíos no podían seguir a Jesús a raíz de una verdadera oposición, por motivo del pecado; a algunos de sus discípulos, en cambio, por sólo una imperfección o indisposición (que puede ser pasajera), como dirá a Pedro, por ejemplo (donde voy, por ahora no puedes venir; Jn 13,37).

La condición para no morir en sus pecados que pone Jesús es “creer que Yo soy” (Si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados; v.24). Para Santo Tomás, eso implica necesariamente creer en su divinidad, y creer que es el verdadero Dios, el ser por esencia. Dejando de lado la discusión sobre la traducción adecuada de ten archēn (principium) en 8,25 y que ya hemos abordado, habría que decir que Jesús responde aquí según sus dos naturalezas, humana y divina. La divina está figurada por “en el principio” (con el “Yo soy” implícito), según la traducción de la Neo Vulgata, ya que, de todos modos, también el Padre puede ser convenientemente llamado Principio (es principio del Hijo, en cuanto que lo genera). La humana, por el hecho que Jesús añade: lo que os hablo (v.25), y esto es signo de su anonadamiento y humildad, además de servir para señalar que nos habla para nuestra utilidad, hablándonos con figura humana (Heb 1,1: Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de un Hijo, a quien nombró heredero de todo). Además, también la Trinidad, en conjunto, es “principio de la Creación”.

Cuando levantaréis al hijo del Hombre, sabréis entonces que Yo soy (v.28): Coincide con 12,32: Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Cristo se refiere a su pasión y a su muerte en la Cruz, directamente,[5] de modo que nadie pueda sentir tanta gravedad en la conciencia por motivo de culpa alguna, sabiendo que hasta los mismos crucifixores de Jesús se purifican con su sangre. Nadie es tan pecador, en efecto, que no pueda ser sanado por la sangre de Cristo. El “sabréis que Yo soy” dice relación no sólo a la gloria de la Resurrección, sino incluso al castigo y ruina de aquellos que no creerán. El “como me ha enseñado el Padre, así hablo”, dice relación al origen de su conocimiento, que es también divino.

C) Sección 8, 31-59: [6]

Si permaneceréis fieles a mi palabra, seréis mis discípulos (v.31): Non serán discípulos por creer de modo superficial, sino por permanecer fieles a su palabra. Para “ser sus discípulos” se requiere: 1- la inteligencia para entender las palabras del maestro; 2 – el asentimiento de la voluntad para creer en sus palabras; 3 – la constancia para perseverar, contrariamente a lo sucedido después del discurso del pan de vida (Jn 6,66: Desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él).

– Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres: La verdad es la doctrina que Cristo enseña, y libera de tres cosas: Del error, del pecado y de la muerte. El Señor ha prometido dos cosas: la libertad y el conocimiento de la verdad.

En verdad, en verdad (amén, amén) os digo, que quien peca es esclavo del pecado (v.34): Amén es un término hebreo que significa “en verdad” o “así sea”. San Agustín hace notar que ni los traductores griegos ni los latinos osaron traducirlo, para conservar la fascinación del secreto; no para esconderlo, sino para evitar que haciéndolo público pudiese ser despreciado (disciplina del arcano). Y esto especialmente por respeto hacia el Señor, quien utilizó muchas veces dicho término.[7]

En cuanto al pecado, quien lo comete es esclavo porque entrega al pecado el patronazgo sobre sí mismo. Se podría objetar que no es así, porque quien peca lo hace con el propio libre albedrío. Si bien esto último es cierto, cabe destacar que el modo normal de proceder del hombre es con la razón, con la cual se mueve con movimiento propio y autónomo, y obra por sí mismo, lo cual es propio de su libertad. Cuando peca, sin embargo, lo hace fuera del orden de la razón, y es “como movido por otro” (aunque sólo en apariencia), con impulsos y límites casi desconocidos. Por esa razón puede decirse que es “esclavo del pecado” (2 Pe 2,9: Uno se hace esclavo de aquel a quien se rinde). Dicha esclavitud se hace pesada porque es inevitable, al punto de afirmarse que donde uno vaya llevará consigo su pecado, si bien el acto y el placer que acompañaron aquel pecado hayan pasado completamente.

El esclavo no permanece siempre en la casa, mientras que el hijo permanece siempre (v.35): La casa es la Iglesia. El hijo permanece en ella, especialmente el Hijo por excelencia, o sea Cristo (cfr. Heb 3,6), por eso tiene también el poder de liberar a los demás hijos (v.36: Si el hijo os libera, seréis realmente libres). Existen distintos tipos de libertad; una es la perversa (la que abusa para pecar), y esta es la libertad de la justicia (1Pe 2,16). Otra es la libertad vana, o sea la temporal o carnal. Finalmente, existe la libertad espiritual, de la gracia, con la cual se vive sin pecado, pero que es aun imperfecta porque se encuentra todavía en lucha con los deseos de la carne (cfr. Gal 5,17): Finalmente, está la libertad de la gloria, que se conseguirá en la patria (Rom 8,21: La creación misma tiene la esperanza que será liberada de la esclavitud de la corrupción para obtener la gloriosa libertad de los hijos de Dios).

Sé que sois estirpe de Abraham; pero buscáis de matarme (v.37): Jesús aceptará que los judíos son descendencia de Abraham, como reclaman, pero sólo lo son según la carne y no por la Fe.

Al denunciar la culpa (de los judíos) los acusa de homicidio (“buscáis de matarme”), de incredulidad (“mi palabra no encuentra lugar en vosotros),[8] y les quita también algún medio que les pueda servir de excusa, ya que en definitiva, ellos “hacen los que escucharon a su padre”, quien no es realmente Abraham sino el diablo (v.38).

Cada uno habla y se desenvuelve según su propio origen: Jesús habla del Padre, mientras que ellos hablan del diablo, del cual – según Agustín – “no eran hijos en cuanto hombres, sino en cuanto malvados (o sea, por razón de la maldad)”.[9]

Si fuerais hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham… (v.39): La principal obra de Abraham es la Fe, mediante la cual fue justificado delante de Dios (creyó en Dios y le fue imputado en justicia; 15,6). Hacer las obras de Abraham, significa creer a semejanza suya. El ‘creer’ (la Fe), puede ser también considerado una obra, aunque sea una obra interior, notada por Dios y no por los hombres. Cuando se afirma que “esto, Abraham no lo hizo” (“tratar de matar a Cristo”; v.40) se refiere a que Abraham no realizó, respecto a sus coetáneos, obras ni tuvo intenciones similares a las que Jesús ahora menciona como motivo de acusación para los judíos.

Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais (v.42): Así como los signos de la filiación carnal son las obras exteriores, los de la filiación divina son los afectos interiores: El amor que se da por la comunicación del Espíritu Santo (“Yo, en efecto, de Dios he salido y he venido. No he venido de mí mismo, sino que Aquel me ha enviado”).

El que es de Dios escucha las palabras de Dios. Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios (v.47): Este paralelismo antitético muestra claramente que el signo de la filiación divina es el amor de Dios, que lleva a aceptar con docilidad las palabras de la persona que se ama. Como es cierto que Jesús viene de Dios, aceptarían sus palabras si lo amaran. No aceptándolas, demuestran que no lo aman.

Yo no tengo un demonio (v.49): Jesús debe realizar este descargo porque ellos lo acusaban de hacer milagros y conocer sus pensamientos, no gracias al poder de Dios, sino utilizando artes mágicas y diabólicas. Sino que honro a mi padre, y vosotros me deshonráis: El demonio se opone al honor de Dios, por eso quien busca el honor de Dios es enemigo del diablo. Cristo, honrando su Padre, no podía tener un demonio. A Jesús le corresponde, antes que a ninguno, el honrar a su Padre (Mal 1,6: El hijo honra el padre). En cambio, Cristo les recrimina su pertinacia, por deshonrarlo, a El y a su Padre.

Si alguien guarda mi palabra, no verá la muerte en eterno (v.51): La vida eterna consiste sobretodo en la visión de Dios (cfr. Jn 17,3: Esta es la vida eterna que te conozcan, el único y verdadero Dios, y a quien Tú has enviado, Jesucristo). Ahora bien, tanto la semilla como el principio de dicha visión se encuentran en la palabra de Cristo (Lc 8,11). Se dice: “no verá la muerte”, en lugar de “no experimentarla” o “no pasarla”. Existe una diferencia entre ambos conceptos: “Verla” es mucho más absoluto, porque significa experimentarla completamente. Los que ni siquiera la ven, son los que más de cerca participan de la gloria de Cristo (cfr. Mt 16,28). Existen algunos, que si bien no llegan ven la muerte con el pecado mortal, sin embargo la experimentan en parte, debido a poseer alguna ligera afección a las cosas de la tierra. Los judíos le echan en cara sus mismas palabras (v.52), y le preguntan irónicamente si acaso es El más grande que Abraham y los profetas, los cuales murieron (v.53). Para ellos, la afirmación de Jesús es como una blasfemia, como se dijo en 10,33.[10]

Si yo me glorificase, mi gloria no valdría nada… (v.54): Se puede bien leer de este modo: “Si yo me atribuyera una gloria que el Padre no me ha atribuido, esta gloria no valdría nada”. La gloria de Cristo en cuanto Dios es la gloria del Verbo y del Hijo de Dios. Todo lo verdadero viene de Dios; si alguien se atribuyera alguna cualidad no recibida de Dios, dicha cualidad sería necesariamente falsa.

Vosotros no lo conocéis, en cambio yo lo conozco (v.55): Muestra la ignorancia de los judíos, en contraposición al verdadero conocimiento. Se puede decir que en parte lo conocían, pero no con el amor, porque adoraban de un modo carnal al que debían adorar de un modo espiritual (“en espíritu y en verdad”: cfr. 4,24).

Abraham vuestro padre exultó al ver mi día; lo vio y se alegró (v.56): La “visión” de la que se habla se alterna con las dos alegrías: Primero se exulta de esperanza para ver el día; se lo ve, y se alegra por el hecho de haberlo visto. La visión procede de un gozo y se ordena al gozo siguiente. Los “días” de Cristo, de los cuales se habla, son también dos: el de la eternidad (se ve con la Fe) y el de la Encarnación.[11] Mediante la Fe, Abraham pudo ver ambos días.[12]

¡No tienes cincuenta años y has visto a Abraham! (v.57): Se ríen de las palabras de Jesús, o bien no las toman en serio. Es verdad que no tenía cincuenta años; sólo poco más de treinta (el sentido del número propuesto por los judíos podía hallarse en relación al jubileo, como diciendo: “Aún no has transcurrido el tiempo de un jubileo, y ¡has visto a Abraham!”).

Antes que Abraham fuera, Yo soy (v.58): “Yo soy” es una afirmación al presente, lo cual permite mostrar la eternidad de Jesús (cfr. Ex 3,14). Él tenía el ser sea bien antes que después de Abraham. Además, para mostrar que Él no ha sido creado como una creatura, sin que ha sido generado desde la eternidad por el Padre, no dice: “He sido creado (o hecho)”, sino “Yo soy”. Los judíos, no soportando las palabras de eternidad, las consideran una blasfemia, y por eso buscan lapidarlo, según se preceptuaba en la Ley. Se aleja Jesús del Templo con el poder de su Divinidad, y lo hace propiamente del Templo, para dar a entender que la presencia de Dios pronto abandonará dicho recinto (cfr. Mt 23,38: Vuestra casa quedará desierta).

[1] Así Hall Harris III, W., Exegetical commentary on John 8, quien acepta la división tripartita como la hemos propuesto (https://bible.org/seriespage/11-exegetical-commentary-john-8).

[2] Cfr. Tomás de Aquino, Comentario al evangelio de San Juan (In evangelium Iohannis expositio), VIII, lect. II, ed. Città Nuova, Roma 1992, vol. II, 80-90.

[3] Si bien propio de la exégesis espiritual del Angélico, no cabría despreciarlo como elemento que ayuda a encontrar coherencia interna en el evangelio, y por lo tanto, suponer que efectivamente, el pasaje de la adúltera fue expresamente colocado por el evangelista en el lugar en que hoy lo encontramos.

[4] Cfr. Tomás de Aquino, op.cit, VIII, lecc. III-IV, vol. II, 91-102.

[5] Asì, Jn 12,33 aclara: Lo decía indicando de qué muerte iba a morir.

[6] Cfr. Tomás de Aquino, op. cit, VIII, lecc. V, vol. II, 103-148.

[7] Cfr. Agustín de Hipona, In Iohannis evangelium Tractatus, tr. 41, 3.

[8] Cfr. 1Cor 2,14: El hombre meramente natural no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues le parece locura.

[9] Cfr. Agustín, op. cit., tr. 42,2.

[10] 10,33: Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la blasfemia.

[11] El de la eternidad: cfr. Sal 2,7: Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado, el de la Encarnación: Jn 9,4: Mientras es de día, tengo que trabajar en las obras del que me envió.

[12] Cfr. Gen 15,6: Abram creyó al Señor y se le apuntó en justicia.

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