La VID y los SARMIENTOS: “SIN MI, NADA PODEIS HACER”

La VID y los SARMIENTOS: “SIN MI, NADA PODEIS HACER” (JUAN 15,5)

La alegoría de la vid y los sarmientos (ramas), es un párrafo pascual (se lee en el V domingo de Pascua de uno de los ciclos), que remarca la necesidad de la vida nueva que recibimos de Jesús. Presentamos el análisis de este versículo y su contexto, en el llamado discurso (o discursos) de adiós de Jesús, pronunciado por el Señor en el Cenáculo el jueves santo, después de la Última cena, se desarrolla a lo largo de varios capítulos del evangelio de San Juan, habiendo dado comienzo en 13,31. El capítulo 15 de dicho evangelio es parte integrante de dicho conjunto, aunque con características propias que lo diferencian del resto. Presentamos

  1. Problemática del capítulo 15 del evangelio

Puede notarse, en primer lugar, que la estructura de dicho capítulo es bastante más simple de la que hemos observado en el cap. 14 y de la que se observará en los siguientes. También el estilo y su vocabulario lo son, aun cuando aparecen muchos rasgos en común: Se repiten, por ejemplo, verbos como: hacer (la voluntad del Padre), enviar (Jesús se proclama “enviado del Padre”), amar, elegir; sustantivos tales como: siervoseñormandamiento. Hay que también considerar el uso de ciertas expresiones griegas que indican comparación, como kathôs y outôs.

El corte abrupto que se produce en 14,31 (Cristo dice: “¡Levantaos, vámonos de aquí!”) sugiere ciertamente una interrupción en la narración y un cambio de escena. Por este y por otros motivos, varios estudiosos han considerado que la composición de los discursos de Adiós fue realizada en momentos y por autores diversos, negando en parte o totalmente la autenticidad del evangelio.[1] Algunos señalan el capítulo 15 como una “variante” del capítulo anterior, escrito con un objetivo y un significado propio, situado luego en su lugar actual sin buscar de armonizarlo con lo anterior. Dicha variante se extendería incluso hasta el cap. 17.[2] Autores prestigiosos como Dodd sostienen, no obstante, que si bien no faltarían razones para considerar un segundo estadio de redacción como obra del mismo evangelista o de otro, se hace necesario sin embargo explicar el texto tal como hoy lo poseemos, en el cual no existen elementos que permitan hablar de incongruencias sino más bien de significado preciso del mismo orden de los versículos, tales como estos aparecen actualmente.[3]

Nosotros creemos que los detalles de simplicidad y espontaneidad que se encuentran especialmente en el capítulo 15, más los elementos de léxico y de estilo propios del ambiente semítico, junto a la uniformidad de vocabulario con los capítulos vecinos, hace que no podamos dudar de considerarlo como obra del mismo Juan, elaborado sin duda con palabras tomadas del mismo Jesús durante el sermón de la Cena.

  1. Alegoría de la vid y de los sarmientos (15, 1-7)           

Cristo albero della vite – sito Parrocchie Marrubiu (Oristano – Italia)

El capítulo inicia con la llamada alegoría de la vid y los sarmientos, aun cuando existen autores que no aceptan que se hable de dicha figura literaria, porque afirman que es distinto del caso del Salmo 80 [79] o Is 5, 1-6 (“cántico de la vid”), donde se habla de la completa historia de una viña. Aquí, habría que hacer más bien mención de un discurso en el cual se intercalan los términos de uso metafórico con otros que hay que tomar en sentido propio.[4]

Se ha insistido mucho en usar, para casos como este, el término hebreo mashal en lugar de alegoría o parábola, dado que dicho término significa una forma literaria polivalente con elementos alegóricos, simbólicos, parenéticos y proféticos.[5] Eso es verdad, sin duda, porque el hebreo antiguo, siendo más simple, posee un solo término para designar figuras literarias diversas, como la parábola, el proverbio y la alegoría. Pero es justamente por dicho motivo y en razón de dichos elementos que podemos considerar la alegoría o la parábola como formas propias de mashal, por lo que no está mal llamarla en el primer modo.[6] Que se trate de alegoría se debe a que, en ella, casi todos los elementos de la narración forman parte de la comparación, mientras que en la parábola sólo la integran algunos elementos puntuales.

De hecho, aún los mismos objetores reconocen que en Jn 15, 1-6 el elemento alegórico es el predominante y que se impone permanentemente mediante el lenguaje, aun cuando los términos utilizados son más propios de la realidad figurada (Cristo y sus fieles) que de la vitivinicultura, que sirve como figura.[7] Así es realmente, resultando muy acorde al lenguaje del Nuevo Testamento y a la enseñanza del mismo Jesús, que el significado de los elementos comparados se imponga sobre la comparación misma. Si bien se recurre frecuentemente a las imágenes, la realidad comparada se impone sobre ellas. Considerándola de dicho modo, hablar de mashal o de alegoría pareciera que se reduce a sólo una cuestión de nombres.

            Las propuestas para delimitar la alegoría difieren un poco por diversos motivos. Ciertamente que la delimitación del mashal es clave para su estructura. Brown piensa que dicha figura se desarrolla entre los vv. 1-6, de tal modo que todo el capítulo se estructura básicamente entre vv. 1-6 por un lado, y vv. 7-17 por otro. Considera que la sentencia del v. 1 hace las veces de enunciado general: Yo soy la vid (Ἐγώ εἰμι ἡ ἄμπελος), que se repite en el v. 5.

– v. 1: Yo soy la vid (Ἐγώ εἰμι ἡ ἄμπελος) y mi Padre es el viñador.

– v. 5: Yo soy la vid (Ἐγώ εἰμι ἡ ἄμπελος), vosotros las ramas.

Habría suficientes razones para considerar entre uno versículo y otro una inclusión literaria, y creemos que así ha sido visto por los que delimitan la alegoría entre los vv. 1-6. Sobre la base de lo dicho anteriormente, que en el mashal (parábola – alegoría) de los evangelios y de los discursos de Jesús, el contenido prevalece sobre la figura comparativa, no encontramos tan evidente que la alegoría en cuestión deba forzosamente finalizar en el v. 6. Pensamos que es posible extenderla al menos hasta el v. 7, donde se ‘recapitula’ la idea anterior (“permaneced en mí”), y quizás hasta el v. 8, donde aún se habla de dar fruto.

  1. “Sin mí nada podéis hacer”

            Analizamos ahora el v. 5: Yo soy la vid, vosotros las ramas. El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto, porque fuera de mí, nada podéis hacer (ἐγώ εἰμι ἡ ἄμπελος, ὑμεῖς τὰ κλήματα. ὁ μένων ἐν ἐμοὶ κἀγὼ ἐν αὐτῷ οὗτος φέρει καρπον πολύν, ὅτι χωρις ἐμοῦ οὐ δύνασθε ποιεῖν οὐδέν).

Yo soy la vid: La expresión es la misma que daba comienzo a la alegoría en el v. 1, donde el texto mayoritario presentaba ámpelos (ἄμπελος), con el significado de vid. Existía para el v. 1 una lectura minoritaria (versión etíope, Taciano, y algunos Padres) que presentaban ampelōn (viña). De hecho, observamos en la misma alegoría (v. 6), la expresión: “es echado fuera como la rama” (ἐβλήθη ἔξω ὡς το κλῆμα). Sería más lógico decir que la rama “se cae” o que “está caída” si se tratase de una simple planta de vid y no de una viña entera. Pero puede significar ambas cosas. Es común, a veces, que el término tome el significado que le da el contexto o tal como aparece en otro versículo.

Quien permanece en mí y yo en él, lleva mucho fruto: El verbo ‘permanecer en’ (μένων ἐν) es utilizado frecuentemente en Juan y no tiene valor estático sino dinámico. Establece al discípulo en la situación de unidad, de comunión y de amor que brota de la Fe en Jesús y expresa la idea de inmanencia recíproca entre Jesús y el Padre, entre Jesús y los suyos, tanto en este versículo como en varios próximos (15, 4.5.6.7.9.10). Aparece 41 veces en el cuarto evangelio.[8] En el v. 6 se establece la comparación opuesta; si no se permanece en El, no da fruto, se seca, pero además es echado fuera.

Sin mí: El griego chōrís (χωρις) significa sin; fuera de; lejos de. Es probable que en Juan se presenten ambos significados. De acuerdo a la imagen pictórica, pareciera que el primero es más acorde al contexto. Sería también el significado que tiene en el Prólogo del evangelio (1,3): “Sin (fuera de) él, nada ha sido hecho”, donde es seguido de genitivo, como aquí.

Nada podéis hacer: El “nada” (οὐδέν = oudén) es absoluto; se refiere a todas las cosas, que son negadas, como veremos en el comentario. Es la misma idea de 2 Cor 3,5: “No es que por nosotros mismos seamos capaces de poner a nuestra cuenta cosa alguna; por el contrario, nuestra capacidad procede de Dios”.

  1. Interpretación teológica y espiritual

            Santo Tomás de Aquino, a quien seguimos en gran parte para nuestra interpretación, presenta el capítulo 15 en línea con cuanto antecede. Afirma que la intención de Jesús en todo este discurso del Cenáculo, era consolar y confortar los ánimos de los discípulos contra dos motivos penosos: a) Uno que incumbe el presente, y era la Pasión de Jesús; b) un segundo que se temía respecto al futuro, a causa de las tribulaciones que tendrían que afrontar. Por eso el texto declara en 14,28, por una parte, que “no se turbe vuestro corazón” (respecto a la Pasión), y por otra a que “no tengan miedo” (respecto a las tribulaciones futuras).

Es justamente el tema del conforto ante las tribulaciones futuras el que da origen a la alegoría de la vid y los sarmientos, de acuerdo al Aquinate, pues muestra por un lado el fruto de la Pasión de Jesús, ya que siendo la vid un árbol de poca importancia y aspecto humilde, produce un fruto que es de los más dulces de la tierra; así también Cristo, siendo despreciado como pobre, innoble y cubierto de ignominia, ha sabido dar el fruto más dulce, como dice el Cantar: Es dulce su fruto al mío paladar (Ct 2,3).

A) Dar fruto en Cristo:

Cristo se presenta como la ‘vid verdadera’, en contraposición a la que sólo lo era en figura (Israel), y que se había corrompido. Puede considerarse vid tanto por su humanidad como por su Divinidad. En el primero de los casos, el Padre es el verdadero cultivador o viñador. Este debe curar la vid por una parte y los sarmientos (o ramas) por otra. En el segundo de los casos, se aplica a los miembros del cuerpo Místico. En ese sentido, siguiendo a San Agustín, puede decirse que Dios nos cultiva para hacernos mejores, en cuanto que extirpa de nuestro corazón las semillas malas; planta la semilla de sus preceptos, y recoge los frutos de la piedad.[9] A los que no son fieles, se los considera ya fuera de la vid, y por eso los corta, porque ya no pueden dar fruto. Esto implica que no sólo son arrojados fuera de Jesús los que hacen el mal, sino incluso los que se descuidan de hacer el bien.

La cura de las ramas buenas consiste en el hacerles dar aún más fruto (v. 2). Como en las vides materiales, sucede que cuando una planta tiene muchas ramas, fructifica menos por la dificultad de llevar a todas ellas la linfa vital, y por eso los campesinos podan las ramas superfluas. Sucede también así con un hombre que está bien dispuesto y unido a Dios; si su afecto se inclina a muchos objetos, su virtud disminuye y es menos eficaz en el buen obrar. Por eso mismo, para que dé mejor fruto, Dios quita frecuentemente esos impedimentos y los purifica mediante tribulaciones y tentaciones, que lo hacen más fuerte. De ahí que el evangelio afirma: “Lo poda, para que dé más fruto”.[10]

Esa purificación de Dios actúa de distintos modos, justamente a través de su Palabra, o más concretamente, de la Palabra de Cristo su enviado: a) En primer lugar, purifica de los errores instruyendo, porque en la Palabra de Dios no se encuentra ninguna falsedad. Por eso que Jesús afirma: Ustedes están ya limpios (v. 3);

b) purifica de los afectos terrenos, inflamando los corazones en las cosas celestiales;

c) purifica de los pecados desde su invocación en el Bautismo. Los pecados en el Bautismo justamente se lavan porque la Palabra interviene sobre el agua.

d) Finalmente, la palabra de Cristo purifica mediante la Fe (Hch 15,9: Habiendo purificado vuestros corazones mediante la Fe).

B) Sin mí, nada podéis hacer: 

– v. 5: Sin mí nada podéis hacer: Aquino afirma que el texto había mencionado precedentemente la eficacia en el dar el fruto (“el que permanece en mí da mucho fruto”), y la causa de ello. El fruto como tal es triple: a) El abstenerse de los pecados (según Is 27,9: Este será el fruto de alejar su pecado); b) el aplicarse a las obras santas (Rom 6,22: Tenéis el fruto de vuestra santificación…); c) atender a la santificación de los otros (Sal 103,13: Del fruto de tus obras se sacia la tierra); d) Hay también un cuarto fruto de vida eterna.

La razón o causa de tal eficacia reside justamente en la afirmación de Jesús acerca de que, sin Él, nada puede hacerse. El Señor afirma que sin El no sólo no podrán hacerse las obras grandes, sino tampoco las pequeñas. Nuestras obras derivan sea de la naturaleza, sea de la gracia. Si derivan de la naturaleza, por el hecho que todos estos movimientos naturales provienen del Verbo de Dios, está claro que ninguna naturaleza o cosa creada puede mover o hacer algo sin El. Si en cambio consideramos las obras como las que derivan de la virtud de la Gracia, siendo El mismo el autor de ella (Jn 1,17: La gracia y la virtud han venido por Jesucristo), es evidente que ninguna obra meritoria podrá llevarse a cumplimiento sin su ayuda (el texto ya visto de 2 Cor 3,5).[11]

v. 6: Si alguien no permanece en mí, es echado fuera como la rama, y se seca. Las recogen y echan al fuego, y se quema.

Como consecuencia de lo anterior, se seguirá que el hombre que no adhiere a Cristo incurre en la amenaza y en la realidad del castigo, del cual Santo Tomás menciona algunos aspectos: Algunos relativos a la pena de daño, como la exclusión de la gloria, o la aridez (se seca); el sumarse a los malvados (las recogen); otros relativos a la pena de sentido (echan al fuego). “Cristo Señor es el centro de la vida del hombre. Así como no es posible una vida sin referencia a Dios, no hay vida cristiana auténtica sin radicar la Fe en Jesús y sin obediencia a su palabra”.[12] La separación de Cristo sólo lleva a la esterilidad más absoluta.[13]

  

[1] Brown se inclina más bien por una redacción final como obra de compiladores posteriores al tiempo del evangelista (cfr. R.E. Brown, Giovanni: Commento al vangelo spirituale, Cittadella, Assisi 19913, 700), aunque considere también posible que haya sido obra del mismo autor. Wikenhauser se inclina más por una redacción final obra del mismo evangelista (cfr. A. Wikenhauser, L’Evangelo secondo Giovanni [Nuovo Testamento commentato IV; Morcelliana Brescia, 1959] 347).

[2] Así G. Zevini, Vangelo secondo Giovanni, Città Nuova, Roma 7 2009, 426, siguiendo a H. Strathmann, Il Vangelo secondo Giovanni, Paideia, Brescia 1973, 354-355.

[3] Cfr. C. H. Dodd, L’interpretazione del quarto vangelo (Biblioteca Teologica 11; Paideia, Brescia 1974), 498.

[4] Por ejemplo: A. Wikenhauser, L’Evangelo, 373, rechaza que se hable de alegoría aun cuando acepta que en Jn 15, 1-6 existen verdaderos y propios parangones (como en el v. 4b y en los vv. 2, 5b y 6). Bastaría algunos de ellos para hablar de metáfora o comparación.

[5] Cfr. A. Zevini, Vangelo, 430 [nota 78].

[6] El plural hebreo de dicho término es meshalim, y es el título del libro que luego la Biblia griega tradujo como paroimiai (Proverbios). Comúnmente, Mashal expresa una forma literaria, que se aplica al proverbio, a la parábola, a la alegoría.

[7] Cfr. R. Brown, Giovanni, 806, quien sostiene que hay que hablar aquí de mashal y no de alegoría, aunque dice que el elemento alegórico es el predominante.

[8] Cfr. A. Zevini, Vangelo, 433 [nota 83].

[9] Cfr. San Agustín, Sermones, 87, 1 [PL XXXVIII, 530-1].

[10] Cfr. Tomás de Aquino, Commento a San Giovanni, Ed. Città Nuova, Roma 1992, v. III, XV, 153-54, [Marietti 1982-5].

[11] Cfr. Tomás de Aquino, Commento, 157-58, [1992-3].

[12] Cfr. A. Zevini, Vangelo, 433

[13] Así también San Agustín, In Johannem 81, 3; PL XXXV, 1842 [1243]: “La rama debe elegir entre una cosa o la otra: La vid o el fuego”.

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