ENCARNACIÓN DEL VERBO: Kénosis y falsas dialécticas

ENCARNACIÓN DEL VERBO: Kénosis y falsas dialécticas

La Anunciación – Jon Van Eick (1434/36) – National Gallery of Art – Washington (US)

Nuestras Constituciones – justo en la introducción, en los principios generales que reciben el nombre de “Nuestro Camino”, afirma que nuestra espiritualidad debe estar marcada por el misterio de la Encarnación en sus diversos aspectos.

Uno de estos aspectos – quizás el más central de todos – es la unión del Verbo (naturaleza divina) con nuestra naturaleza humana, que es una unión, como estudiamos en Cristología, sin mezcla ni confusión. De esta unión tan singular surgen características totalmente nuevas, en particular, como señalan también nuestras Constituciones [13]: “Hay que abrazar la práctica de las virtudes aparentemente opuestas, contra toda falsa dialectización; hay que respetar, sin mezclar, las esencias de las virtudes; hay que evitar toda falsa dualidad practicando la veracidad, la fidelidad, la coherencia y la autenticidad de vida, contra toda falsedad, infidelidad, simulación e hipocresía; hay que restaurar, íntegramente, en Cristo, todas las cosas”. Es preciso que El reine hasta poner todos sus enemigos bajo sus pies (1Cor 15,25), enseñoreando para Cristo el universo mundo: recapitulando todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra (Ef 1,10)”.

Hoy en día es muy común proponer dialécticas que son falsas. Esto es especialmente grave y escandaloso en el progresismo teológico, pero no es el único ámbito en el que esto sucede. El progresismo teológico realiza ciertamente una dialéctica de oposición entre distintos aspectos que son complementarios, como entre diálogo y anuncio, diciendo que ya no hay que anunciar hoy el Evangelio, sino que esto ha sido sustituido por el diálogo, cuando en verdad, al introducir el término diálogo, la Iglesia siempre lo ha entendido como “el impulso de Caridad que busca expresión en el don exterior de la Caridad” y que tiene sus raíces en el “coloquio de salvación” establecido por Dios en Cristo con la humanidad.[1] Aunque diálogo no signifique lo mismo que proclamación o anuncio, no se opone a él. También se suelen oponer ecumenismo o espíritu ecuménico a verdad y al concepto de única y verdadera Iglesia, manifestando así una comprensión equivocada de lo que es el ecumenismo y de lo que significan la Iglesia y su misterio (y en esto no sólo los progresistas se equivocan). Los relatos evangélicos o bíblicos se oponen a la historicidad y a la verdad científica. Se opone el progreso teológico a la verdad del Magisterio; se crea una falsa dialéctica entre actualización (aggiornamento) y vida consagrada, afirmando que hoy – por ejemplo – la vida monástica e incluso religiosa no es ya una alternativa inspirada por el Espíritu Santo. Opone también libertad a obediencia y al cumplimiento de los votos religiosos, cuando el propio Jesús enseñó que “sólo la libertad os hará libres” (Jn 8,32).

Hemos dicho que no sólo el progresismo cae en estos errores. También vemos cómo lo hace un cierto tradicionalismo formalista, que presta más atención a la forma que a la esencia de las cosas y que, en el fondo, revela espíritus no penetrantes sino superficiales. Parece que todo consiste en ser y mantenerse muy limpio, vestirse adecuadamente, hacer gestos exagerados, y llegar al punto de pensar que es más conveniente no tomar la comunión si una situación me forzara a hacerlo en una determinada forma (en la mano, por ejemplo). Ciertamente que existen razones de más peso para preferir un modo que el otro – y también existe una ley general en la Iglesia, que declara que la forma ordinaria es en la boca; lo otro es una excepción y una dispensa. Pero si debido a ciertas circunstancias uno se ve obligado a hacerlo de una manera determinada (en la mano), y esto puede hacerse sin pecado, hay que distinguir lo que es esencial de lo que no lo es, tratando sin embargo de cuidar mucho los detalles, como la posible caída de partículas, por ejemplo. No olvidemos que el jansenismo, que se presentaba como muy tradicional, rechazaba la comunión no por secularismo, sino por exceso de rigorismo, engaño también perverso.

En el fondo, tanto en los que descuidan la liturgia como en los que ponen el acento sólo en la forma, carecen de una visión lúcida de lo sagrado y de la realidad misma, precisamente porque lo que falta, tanto en un caso como en otro, es una recta comprensión del misterio del Verbo Encarnado.

Decía G. K. Chesterton: “La teología ortodoxa ha insistido especialmente en que Cristo no era un ser diferente a Dios y diferente al hombre, como los elfos; ni mitad humano y mitad no, como los centauros, sino ambas cosas por completo: muy hombre y muy Dios”.

Santo Tomás de Aquino, en su comentario al himno de la kénosis de San Pablo (Filipenses 2, 5-9), afirma que se alaba allí por un lado la humildad de Cristo, y de dos maneras: En primer lugar, en cuanto al misterio de la Encarnación, en las palabras: Se anonadó a sí mismo. En segundo lugar, en cuanto al misterio de la Pasión, donde dice: Se humilló haciéndose obediente, porque la primera sentencia expresa la humildad; la segundo, expresa su modo y su forma. Además de la humillación, el himno expone, paradojalmente, la exaltación, según Aquino de tres maneras:

a) Por eso Dios lo ha exaltado: Esto quiere decir, la gloria del Resucitado;

b) Le dio un nombre sobre todo otro nombre: significando la manifestación de su divinidad;

c) Porque en el nombre de Jesús toda rodilla se doble: significando la obediencia y adoración que la criatura debe tributarle.

El verdadero secreto es contemplar el Verbo Encarnado, su misterio, pero contemplarlo integralmente, sin reduccionismos ni parcialidades, sin enmascararlo ni desfigurarlo. Conocerlo tal como significa ‘conocer’ en la Biblia: un conocimiento íntimo que cuando se aplica a Cristo se convierte en sapiencial; conocer “saboreando” su misterio. Saber saborear expresiones como la del Credo dominical: “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, generado no creado, de la misma sustancia que el Padre…”. Y saber contemplar y amar su kénosis: “Se encarnó de la Virgen María por obra del Espíritu Santo”.

Anunciación de Fra Angélico – Museo del convento San Marcos (Florencia, Italia)

Una correcta comprensión del misterio del Verbo Encarnado se opone a muchos errores, de los cuales podemos señalar dos:

  1.  Nos ayuda a abandonar una actitud de humanismo a secas, que es un humanismo sin trascendencia y que se vuelve contra el hombre, con sus resultados conocidos: El liberalismo y el anarquismo total que no quiere aceptar ninguna norma porque no acepta en definitiva a Dios como superior, y que acaba destruyendo incluso la familia y la sociedad, despreciando los valores del Evangelio y los valores naturales, en ideologías como la de género, la cultura de la muerte y otras. También se da en la Iglesia, cuando todo se considera su existencia y su apostolado sólo de un punto de vista humano, sin criterios sobrenaturales. Se hablará entonces sólo de promoción humana, de saber ser un buen ciudadano o sólo de compromiso material con los pobres – que en sí mismo no es malo, pero no es la principal misión de la Iglesia -, a veces más con palabras que con hechos.
  2.  La otra es una actitud de falso kenotismo (falsa concepción de la kénosis), que, para llenarse de lo inferior, se vacía completamente de lo superior, con un vaciamiento de tipo ontológico, como el de Lutero, que lo confundió todo: Según él (Lutero), Dios en cuanto Dios había sufrido y muerto en la cruz, no como hombre; por lo tanto, un Hijo de Dios encarnado en tales condiciones no podía ser capaz de justificarnos, de transformarnos internamente, por lo que no acepta que se hable de un sacrificio redentor, ya que no nos redime internamente. Sólo tendríamos que creer con Fe ciega que, pese a todo, creyendo en su enviado (Cristo), él nos salvará.

Existen tantos falsos vaciamientos en nuestro mundo: Se vacía la verdad; ¿en qué son los derechos del ser humano y de la mujer, de los que se habla tanto? Acaban siendo lo que a mí me gusta; a las pasiones desordenadas se las declara y canoniza como buenas y legítimas, aunque después se quejen de ciertas consecuencias (feminicidios, por ejemplo); todo está al revés. Esto es lo que ocurre también en la Iglesia: Se busca vaciar lo sagrado, vaciar la vida de los sacramentos, vaciar el sacerdocio, confundir a los laicos con los sacerdotes, a los hombres con las mujeres, etc. Y esto también se hace del lado opuesto, por parte de los que se apegan exageradamente a los gestos y signos sólo para sí mismos, y finalmente no prestan atención a las cosas que más nos unen a Jesús: las virtudes, las promesas, los votos religiosos.

La visión inmanente de la vida y de la iglesia acaba entrometiéndose y confundiendo todo, en la búsqueda de un supuesto equilibrio. Chesterton también dijo sobre el paganismo: “El paganismo afirmaba que la virtud consiste en un equilibrio”, pero terminó desequilibrando todo. Continúa: “El Cristianismo declaraba que la virtud era un conflicto: la colisión de dos pasiones aparentemente opuestas. Por supuesto, no realmente incoherentes, sino difícilmente poseídas al mismo tiempo”. Es ciertamente difícil, pero es ciertamente posible con la gracia de Cristo y con la vida que nos ha traído. Este ha sido el gran aporte de la Encarnación: Reconciliar cosas que serían humanamente irreconciliables: “El que pierde su vida la salvará”, vuelve a decir Chesterton, “no es una pieza de misticismo para los santos y los héroes. Es una advertencia cotidiana para los marinos y los escaladores de montañas”[2] (es decir, para el hombre común, para nosotros).

Pidamos la gracia de saber entender y vivir aquellas palabras de San Pablo: Para mí, vivir es Cristo y el morir una ganancia (Flp 1,21).

[1] S. P. Pablo VI, Encíclica Ecclesiam Suam [6/08/1964], 64.

[2] G. K. Chesterton, Ortodoxia, ed. Porrúa, Méjico 1998, 54.

Otros artículos sobre la anunciación: Aquí  y también aquí. Sobre la virginidad de María.

Artículo en italiano sobre la Encarnación: aquí.

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