En la primera carta a los Tesalonicenses, después de haber dirigido a dicha comunidad diversos consejos acerca de la vida espiritual y sobre la forma de preservarse del pecado, San Pablo concluye con la siguiente expresión de deseo: Que Él, Dios de la paz os santifique totalmente; y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se mantenga irreprochable para la parusía de nuestro Señor Jesucristo (1 Tes 5,23).
La expresión que hemos destacado, se lee en griego: to pneuma kai h yuch kai to swma donde pneuma (pnéuma) significa claramente “espíritu”, yuch (psiché) significa “alma” – más que “vida”, especialmente en el lenguaje paulino – y swma (sōma) significa indudablemente “cuerpo”. Cierta parte de la crítica bíblica ha sugerido que esta expresión sea llamada “tricotómica”, porque en ella se hace mención de tres elementos, expresión que reflejaría, en San Pablo, una mentalidad influenciada por la filosofía neoplatónica. Como se sabe perfectamente bien que esta división del hombre en “tres partes” ha pasado a diversas sectas heréticas, tal como lo demuestran algunos Padres de la Iglesia,[1] entonces la doctrina paulina sería responsable de diversas posiciones heterodoxas, hacia las cuales habría derivado. De este modo, la doctrina del Nuevo Testamento entraría en conflicto respecto a su integridad – pues ya no sería uniforme -, y también respecto a la noción misma de inspiración bíblica – pues se dudaría de la inspiración de ciertos textos -. Por otra parte, un tricotómica división del hombre no es lo que tradicionalmente la Iglesia ha siempre enseñado, sino que, en lo que se refiere a la antropología natural, ha seguido la doctrina aristotélica (y platónica) de la composición natural del hombre en cuerpo y en alma, con exclusión de un tercer elemento.
Algunos de los más notables estudiosos de este pasaje han demostrado en efecto, que la tricotomía (entendida como una división en “tres partes” del hombre) no es bíblica, es ajena a Filón y a Flavio Josefo (autores judíos no cristianos), y también extraña a los filósofos griegos, Platón y Aristóteles. Siguiendo la opinión de muchos Padres y escritores antiguos, se cree que aquí San Pablo entiende por pneuma el nuevo elemento de vida sobrenatural traído al hombre por Cristo.[2] Pero la enumeración de los tres elementos (espíritu, alma y cuerpo) parece demostrar que se trata de tres elementos del mismo orden y dignidad – y no de orden superior uno e inferior el otro -. Además, el adverbio avmemptwV (amémpōs), presente en el texto y que significa “irreprensible”, difícilmente podría aplicarse a la operación sobrenatural del Espíritu Santo en nosotros.
Santo Tomás de Aquino comenta brevemente este pasaje, declarando lo siguiente: «Con ocasión de estas palabras dijeron algunos que en el hombre una cosa es el espíritu y otra el alma, y así pusieron dos almas en el hombre: una la que anima el cuerpo, otra la que razona. Pero esta doctrina está reprobada por las enseñanzas de la Iglesia. Sépase, pues, que entre espíritu y alma no existe diferencia esencial, sino potencial; porque en nuestra alma hay ciertas capacidades o fuerzas (vires), que son actos de los órganos corporales, como lo son también las potencias de la parte sensitiva (la vista, el tacto, etc.). Hay en cambio otras fuerzas que no son actos de tales órganos, sino están separadas de ellos, como son las potencias de la parte intelectiva (inteligencia, voluntad); éstas se llaman espíritu, como si fuesen inmateriales y en cierto modo estuviesen separadas del cuerpo, por cuanto no son actos del cuerpo, y se llaman también mente, come se lee en Ef 4,23: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente”. Se llama alma por su función de animar, que le es propia; y habla aquí Pablo con toda propiedad, pues tres cosas concurren para el pecado: la razón, la sensualidad y el cuerpo que ejecuta la acción. Lo que desea, pues, es que no haya pecado en ninguna de estas partes».[3]
Queda claro entonces, que para Santo Tomás espíritu y alma no son dos partes diversas, sino el alma misma en cuanto ejerce en el primer caso su actividad propia (espíritu), y en cuanto pone en movimiento las facultades o potencias que están ligadas a los órganos corporales en el segundo caso (alma). Queda también claro que para Santo Tomás, espíritu no significa necesariamente en el hombre la acción de la gracia o de los dones de la salvación, sino la actividad intelectual (de inteligencia y voluntad), que en cuanto tal pertenece al orden natural.
Presentamos un texto del padre F. Prat, S.J., quien desarrolla muy bien este punto basándose sobre el análisis lingüístico: «Los palabras alma y espíritu han tenido en hebreo, lo mismo que en griego y en latín, la misma suerte; y siguieron, en su evolución semántica, un recorrido análogo. Del sentido etimológico de “soplo, aire en movimiento”, vinieron a significar: primero, “respiración”, índice y condición de vida; después, la “vida” misma – [como hemos visto en varias de los textos presentados: nota nuestra]; enseguida, “principio vital”, y finalmente, “sustancia viva”, distinta de la materia y superior a ella. Pero mientras que en el uso el espíritu se desembarazaba cada vez más de la materia, el alma tendía a identificarse, por un fenómeno inverso, con el principio vital de los seres animados. Sin embargo, la sinonimia general que se observa en los escritores bíblicos resulta de la triple ley de que dichos términos se corresponden muy a menudo en las frases paralelas, de que se canjean intencionalmente en la misma frase y de que reciben casi indistintamente los mismos predicados. Si se ha creído observar que ni el gozo, ni el temor, ni la esperanza eran atribuidos jamás al espíritu, que el deseo y el apetito sensible se referían siempre al alma, quizás estos hechos sean accidentales, de manera que no convenga exagerar su significación.
Teniendo Pablo la costumbre de concentrar en el corazón todas las manifestaciones de la vida y tomando del vocabulario clásico nuevos términos para las operaciones intelectuales, muy rara vez llama alma o espíritu al principio pensador. Según el relato del Génesis, Dios sopló en las ventanas de la nariz del hombre un álito de vida, haciendo así un “alma viva”, es decir, un alma que ejerce en la carne y por ella las funciones vitales. Y por lo mismo, no se concibe la carne sin el alma, y no se define el alma sin cierta relación con la carne. La carne es el substratum del alma y el alma es la vida de la carne. Cuando Pablo da las gracias a Epafrodito, quien expuso su alma por amor a su maestro (Fil 2,30 [25-30]),[4] cuando alaba a Prisca y a Aquila, quienes estuvieron dispuestos a dar sus cabezas para salvarle el alma (Rom 16, 3-4), cuando asegura a los Tesalonicenses que hubiera querido darles no solamente el Evangelio sino su propia alma (es el término utilizado en griego), así como una madre la prodiga a su hijito (1 Tes 2,8), es claro que quiere hablar de la vida.[5] Por lo cual están asignados muchísimos fenómenos indistintamente a la carne o al alma, porque en cuanto es el alma principio vital, no se distingue adecuadamente de la carne. “Toda alma” y “toda carne” son dos expresiones equivalentes (1 Cor 1,29; Rom 13,1).»[6]
Excepto cuando hay una razón de simetría o el deseo de acentuar un contraste, parece que Pablo evita también llamar espíritu a la parte inteligente del hombre. Pero cuando, por rareza, designa el espíritu a la sustancia que piensa (como en 1 Cor 2,11),[7] hay entre él [espíritu] y el alma una diferencia de modalidad que permite decir sin tautología: Que el Dios de la paz os santifique totalmente; y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se mantenga irreprochable (1 Tes 5,23).
El cuerpo o substratum material, el alma o vida sensible, el espíritu o vida intelectual: son tres aspectos del hombre que resumen todo su ser y todas sus actividades; no son tres partes distintas del compuesto humano. Para buscar en estas palabras la tricotomía platónica [o neo-platónica], se necesita haber perdido de vista que la antropología del Apóstol descansa notoriamente sobre la concepción escrituraria y que no se podría admitir sin demasiada inverosimilitud que se aparte él de ella una sola vez, en una frase incidental, a favor de un sistema incompatible con la teología judaica».[8]
En conformidad con la doctrina del Antiguo Testamento – a pesar de que en San Pablo esta muestra claramente una evolución considerable – queda firme que: gracias al alma, el hombre tiene afinidades con las potencias superiores; por la carne contrasta en cambio con los espíritus puros: No permanecerá mi espíritu en el hombre para siempre, porque no es más que carne (Gen 6,3).
[1] Estos grupos son: los “gnósticos” (cfr. San Ireneo, Adv. Haeres., I, 7,5); los montanistas (cfr. Orígenes, Peri Archon, IV, 8,11), y Apolinar de Laodicea (Framm. 88).
[2] Así: E. von Dobschutz, Ezkurs yur Trichotomie, in Meyer’s Kommentar, Gottinga, 1909; 230-2, citando a San Juan Crisóstomo, Teodoreto, l’Ambrosiaster, Pelagio e San Ambrosio (In Luca, VII, 190).
[3] Tomás de Aquino, Comentario a la primera carta a los Tesalonicenses, V, lectio II [ed. Marietti – EDB: 137].
[4] Flp 2,30: Por la obra de Cristo estuvo a punto de muerte, poniendo a riesgo su vida (griego: alma) para prestarme, en vuestro nombre, los servicios que vosotros no podíais.
[5] En todos los pasajes citados, el término empleado es siempre psyché (alma), traducido la mayoría de las veces como “vida”.
[6] En griego: Pasa yuch y pasa sarx respectivamente.
[7] 1Cor 2,11: ¿Quién es el que sabe lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?
[8] F. Prat S.J., La Teología di San Paolo II, Ed. Jus, México 1947, 66-67 (los términos en negrita, subrayado, entre corchetes y la mayoría de las cursivas, son nuestros).
Santo Tomás habla de una condena eclesiástica de la antropología tripartita. ¿Dónde se la puede encontrar? Muchas gracias.
Estimado José:
En el comentario a la primera carta a los Tesalonicenses (5,13) [137 según edic. Marietti]- como se explicó – Santo Tomás afirma que “algunos han dicho que en el hombre una cosa es el espíritu y otra el alma, afirmando que en el hombre haya dos almas, pero esto es repudiado por los Dogmas eclesiásticos”
No dice allí cuales sean esos dogmas, pero es evidente en muchos de ellos, porque siempre se habla de hombre como compuesto de “alma (una sola) y cuerpo”. El concilio de Toledo del 400, el símbolo de León IX, donde se habla de “alma (sólo una) creada y no parte de Dios” (Ds 685)- En particular, la doctrina de Santo tomás influyó mucho en el concilio de Vienne (en Francia, 1312), que proclamó el “alma humana, forma del cuerpo humano ‘per se’ y esencialmente” (Ds 902).
Mucho más después de Santo Tomás: Pío XII en la Humani Generis (dz 2327/Ds 3896), el concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes, 12, 14, el credo de Pablo VI, etc.
En el Antiguo Testamento ya se habla de diferencia sólo de dos elementos, porque tanto ruh (espíritu) como nephes (principio vital o alma) se usan el uno como el otro indistintamente pero indicando la misma realidad.
Dios lo bendiga.
Hola Padre; me gustaría compartir un trabajo que estoy realizando en relación a su artículo. Cómo puedo hacer llegárselo?