CRISIS DEL SACERDOCIO EN LA ACTUAL SITUACION DE LA IGLESIA

CRISIS DEL SACERDOCIO EN LA ACTUAL SITUACION DE LA IGLESIA [1]

 Dedicado a los neo – sacerdotes, que se esfuerzan por ser fieles a Cristo y a su Iglesia , sabiendo que “El es fiel a sus Promesas” (cfr. Heb 10,23; Rom 15,8)

            El sacerdocio católico y la misma vida consagrada en la Iglesia son, desde hace ya tiempo, objeto permanente de ataque, y de un ataque que se ha vuelto furioso en los últimos cincuenta años. En muchos lados, las ‘crisis de vocaciones’ han sido una constante, y una constante en aumento. Han existido momentos de mejoría parcial en algunas zonas o países. De todos modos, pareciera que en los últimos diez o quince años la crisis se hubiese agudizado en todos los aspectos; en el doctrinal, el pastoral, el litúrgico y ciertamente en la fidelidad de la vida religiosa y sacerdotal.

Queremos seguir el análisis que hace el padre Cornelio Fabro sobre un ensayo de G. May[2] – a quien también sigue en otro artículo por nosotros publicado -; en esta oportunidad el argumento es la decadencia en la cual ha caído la llamada “cura de almas”, para May, en la Alemania del post-concilio (fines de la década de los años de sesenta y buena parte de los años setenta), aunque puede perfectamente aplicarse a todo el resto de los países cristianos al menos de Occidente y que ha vuelto a brotar de modo alarmante. A esta decadencia May la define como “fraude y pena en las cuales se ha sumido al pueblo alemán”.[3]

  1. El monopolio de la teología progresista en la iglesia contemporánea

La posición de la teología en la iglesia actual, sobre todo en los países nórdicos, ha sido la de convertirse en factor dominante (así acaeció en los años del post- concilio; actualmente la teología ha perdido nivel, relieve e influencia, incluso en ámbitos universitarios). De una iglesia de obispos, se pasó a una iglesia de profesores; pero eso se ha llevado a cabo sólo con una forma propia de teología, llamada por algunos, teología del progreso, pero que May prefiere llamar “progresista”, título que se ha vuelto familiar. Esta teología no constituye ciertamente una unidad, pero parece mostrar rasgos comunes en todas las ramas y campos en los cuales se divide.[4]

Evidentemente que esta teología progresista no tiene nada que ver con el verdadero progreso y progreso cristiano, el cual consiste en acercarse a la perfección espiritual, a la cual el Señor y la Iglesia nos invitan. El progreso auténtico afirma los valores presentes y busca de desarrollarlos, no de destruirlos. El progresismo contiene en cambio un programa de total inseguridad, de disgregación de valores, vacío de contenidos, destrucción de formas, en una palabra, una verdadera demolición o liquidación, la cual, como comentaba un profesor – a quien May cita – “sólo puede realizarse una sola vez”.

No se trata de una oposición entre teólogos conservadores y progresistas. Este es en realidad el esquema que el progresismo ha pretendido instalar. Se trata en verdad de la fidelidad a los valores católicos o de traición a los mismos, no de otra cosa. En los años del post- concilio, May afirmaba que se había organizado una consulta a los sacerdotes de parte del episcopado alemán. En una de las respuestas, el 68% por ciento de los sacerdotes se lamentaba de la confusión en la cual había precipitado la teología. Si los sacerdotes y el pueblo católico estaban habituados hasta hacía pocos años que los teólogos que enseñan por oficio anunciasen la doctrina de la Iglesia, la situación había cambiado totalmente en el momento de la encuesta (y en el albor del siglo XXI ha cambiado seguramente aún más). Hoy no es raro que los anunciadores de la Fe, autorizados por la Iglesia, enseñen en contraste con su doctrina. May cree no exagerar al afirmar que la guía de la Iglesia ha pasado en gran medida de la mano de pastores auténticos y responsables a teólogos progresistas irresponsables.

May ya mencionaba – en el lejano 1971 – los nombres de Hans Küng y de su colega de entonces, Walter Kasper (hoy famoso cardenal de la iglesia católica con gran apoyo de sectores importantes del Vaticano). Küng era ya entonces considerado un “carismático”, cuando su obra debería calificarse como “chantaje” (sic.). El 6 de octubre de 1971 se preguntó a los sacerdotes de Frankfurt del Meno sobre quien utilizase los cuatro cánones (plegarias eucarísticas) permitidos para la Santa Misa. Sólo tres sobre 35 respondieron que utilizaban los cánones permitidos; el resto usaba plegarias eucarísticas no permitidas, introducidas arbitrariamente. Lo mismo pasó con la introducción de las “acólitas” y posteriormente con la recepción de la comunión en la mano. Antes que dichas prácticas hubiesen sido aceptadas oficialmente, se las introdujo arbitrariamente, y después se pretendió que fueran legalizadas “porque constituían ya una práctica común”. Pero hubo casos de más relieve: La conferencia episcopal alemana ordenó, por su cuenta, que la primera confesión para los niños debía realizarse sólo varios años después de la primera comunión. La Sede Apostólica, en el Directorio catequístico del 11/4/1971, ordenó de atenerse a la práctica precedente, o sea, permitir la confesión primera antes de la primera comunión, pero los obispos alemanes no se retractaron de su abuso. Han sido los mismos obispos, en muchos casos realmente traumatizantes, quienes dieron el primer y más grande ejemplo de desobediencia a la Sede Apostólica, promoviendo necesariamente el contragolpe en los fieles y sacerdotes.[5] “¡Y esto ya en los años setenta…!” (Decimos nosotros)

El procedimiento es siempre el mismo: Un par de teólogos progresistas resonantes se juntan, elaboran un manifiesto o proclama, lo publican, hacen rumor, una (pequeña e irrelevante) grey de secuaces se unen a ellos y refuerzan el coro, los medios de comunicación atizan el fuego; la mayoría de los obispos hace silencio y se muestra impresionada – aunque muchos no se sorprenden tanto de los argumentos como del vórtice desatado –, un grupo se declara solidario con los manifestantes, otros hacen declaraciones contrastantes que se difunden por doquier e impiden la formación de una oposición, y ambos grupos comienzan a ejercer presión sobre el Papa. El Papa se muestra perplejo, duda, retrocede, compromete a los que estaban por introducirla (una cierta norma o proyecto eclesial), finalmente el proyecto cae o se modifica según el deseo de los manifestantes. El ejemplo mayor: La ley fundamental de la Iglesia.[6] La Curia romana se mostraba, en todos esos casos, totalmente incapaz de conducir una verdadera oposición.

Así, poco a poco, la Iglesia va apareciendo como en una situación de total carencia de guía por parte de los pastores, sea en el campo doctrinal que en el disciplinar, transitando un camino de creciente desintegración. Toda declaración positiva de algún obispo es contradicha por las declaraciones negativas de los teólogos modernistas. Ultimo ejemplo (en aquellos tiempos) fue el aborto, donde parecía que no había declaración suficiente de los titulares del Magisterio que pusiera fin al debate.[7]

Los teólogos progresistas crearon “instituciones” que debían consolidar su dominio, como las comisiones de teólogos en diversos ámbitos y la revista Concilium,[8] que trató de dominar las casas editoriales católicas, y así pasó con las cátedras, universidades católicas, seminarios, etc.

  1. La crisis de los pastores de almas

La crisis en la cura de almas tiene su raíz en la crisis de los pastores de almas. El slogan de esos años (y que continuó después, aunque más sutilmente) era: El sacerdocio debe ser desmitificado, el patriarcalismo demolido, la Iglesia democratizada… Existen sacerdotes que descuidan sus deberes sacerdotales y cuya jornada parece marcada por los programas de televisión. Algunos sacerdotes no reciben por meses – e incluso por años – el sacramento de la confesión, contra todas las prescripciones sacerdotales vigentes.

May refiere algunos de los testimonios escuchados cuando accedió a predicar un curso de ejercicios espirituales para sacerdotes al cual fue invitado. Muchos acudieron a él, incluso fuera de confesión. Un sacerdote que estaba a punto de abandonar le confesaba: “Si Ud. no hubiese hablado así duramente, yo no habría seguido. Solamente porque Ud. dijo las cosas con tanta claridad y severidad, es que tengo la fuerza para continuar”. Con la pérdida y el debilitamiento de la Fe surge para la cura de las almas un peligro mortal. Quien se ha vuelto oscilante en la Fe será incapaz de llevar adelante la cura de almas. Los ataques contra el sacerdocio poseen efectos deletéreos sobre aquellos a quienes les es confiada la cura de almas. Además, los fieles pierden noción de la importancia insustituible del sacerdocio católico para la Iglesia y para la humanidad. La consideración del sacerdote católico en la Iglesia se encuentra hoy enormemente rebajada. Si tambalea la confianza en el pastor de almas, entonces la confianza en sus palabras y en sus manifestaciones disminuye, y no se buscará ya más el servicio del pastor ni se escuchará más su palabra.

  1. El ecumenismo nefasto y los efectos de la onda protestante

La recordada teología progresista produjo importantes alteraciones en la Iglesia, es necesario decirlo – recuerda May -. Aunque no se puedan enumerar, la inmensa mayoría posee un rasgo común: la adaptación a la doctrina y a la praxis de la Reforma, a los contenidos y a las formas protestantes. La leva de todas ellas son ciertas formas de ecumenismo que pretenden fundamentarse en la apertura ecuménica esbozada en el Concilio Vaticano II.

Muchos teólogos católicos operan con el principio protestante de la sola Scriptura. No habría que sorprenderse, en consecuencia, que lleguen a conclusiones de carácter protestante. El (falso) ecumenismo exige aquella nebulosidad y falta de claridad de las que, una vez, el historiador Joseph Lortz dijo que fueron los presupuestos más importantes que determinaron el éxito del movimiento de Martín Lutero.[9] Un ejemplo concreto es la teología del sacerdocio: Si no se reconoce, de hecho, al sacerdocio como esencialmente diverso del laicado, entonces se seguirá lógicamente que el sacerdocio católico quedará confinado a la periferia de la conciencia católica o que incluso debería ser completamente eliminado. May pone incluso en duda el valor de las llamadas declaraciones comunes, sobre todo en materia de sacramentos, ya que, por ejemplo, entre protestantes y católicos la misma noción de la indisolubilidad del matrimonio es bien diversa.

En segundo lugar, las estructuras, las manifestaciones vitales y la misma disciplina de la Iglesia son adaptadas, de forma creciente, a las ideas protestantes; así sucede con los “consejos” (parroquiales, económicos, etc.), las alteraciones en la liturgia, y sobre todo los cuidados en ‘herir las susceptibilidades’ de los protestantes si se canonizan ciertos mártires, si se celebran fiestas como el Corpus Christi, fiestas de la Virgen, etc. Por otra parte, nunca se ha sentido que el protestantismo, por “razones ecuménicas”, se haya abstenido de celebrar sus fiestas confesionales o se haya encaminado a dirigir su vida eclesial según los dogmas católicos. El protestantismo afirma más bien la común base cristiana cuando se trata de defender su posición (y se alía con el ateísmo, agrega May según la experiencia alemana, cuando se trata de combatir a la Iglesia católica).

La difusión del falso ecumenismo ha llevado a crear la convicción cuasi generalizada que no importa ser católico o protestante, ni tampoco si se cree o no se cree en algo. La fraternidad universal con toda la humanidad, el diálogo realizado sin distinción, la nivelación de las diferencias entre religiones y confesiones, el dejar de lado las diferencias de Fe a favor de la acción,[10] han llevado al sentimiento vital dominante que el pertenecer a la Iglesia católica no es necesario ni muy importante.

La consecuencia de todo esto no ha sido el acercarse de las demás confesiones a la Iglesia católica, sino el desprecio de toda religión. El ecumenismo – así entendido – se ha actuado de hecho entre los católicos en el mejor de los casos como relativismo, en los casos más desgraciados como indiferentismo. Hoy la Iglesia (católica) se encuentra en situación de debilidad como no lo estuvo desde los tiempos de máximo esplendor del iluminismo. El número de conversiones, en efecto, se ha reducido al mínimo y conversiones de personalidades eminentes en la vida del espíritu ya casi no existen. Parece que la Iglesia del post-concilio difícilmente ejerza aún una atracción eficaz en los hombres que luchan y buscan. Por otra parte, el protestantismo – sobre todo las sectas – no encuentra dificultad en buscar y ganar adeptos entre los católicos. “La inseguridad dogmática de los católicos – concluye May – aumentó hasta el punto que la mayor parte de los católicos alemanes no vería ninguna dificultad si la conferencia episcopal de su país decidiera mañana, por mayoría, la unión con el protestantismo”.[11]

  1. Información y no comunicación en la Fe

La instrucción religiosa se encuentra quizás en una de sus crisis más serias. May advertía ya sobre la total inseguridad de parte de muchos profesores de religión, y de las publicaciones de las editoriales más conocidas y famosas de Alemania (Herder, Patamos, Grünewald, Styria) – se podría extender a muchas editoriales católicas de otros países – que han perdido toda orientación teológica. El que ha perdido la convicción viva de la Fe no podrá por supuesto comunicarla…

De esta inseguridad brota la exigencia, a menudo puesta de relieve, de ver la instrucción religiosa como simple información y no como predicación de la Fe. Para muchos, la exposición de la Fe, si es asumida correctamente, no debe ser entendida sólo como una comunicación de principios – sería un equívoco intelectualista – sino también, y sobre todo, como un pedido que se hace en nombre de Dios para lograr el encuentro con El y para obedecerlo, dictada sólo de parte de quien la vive, la practica, y puede por lo tanto testimoniarla. La instrucción religiosa debe crear convicciones y no sólo transmitir informaciones. Una concepción de la instrucción religiosa como pura información pierde significado para la Iglesia, porque el relativismo ahoga toda convicción católica.

El Dios del progresismo teológico es la imagen refleja de la confusión progresista; un Dios de comodidad y debilidad, un Dios de descuido y suficiencia. Ninguna huella del Dios que es fuego devorador, ante el cual “ni los cielos son puros” (Job 15,15), y que no ahorró el “cáliz” de la Pasión a su único Hijo.

Muchos teólogos han dejado de predicar la mortificación, la abnegación, la renuncia y sobre todo el pretender que los niños y jóvenes ejecuten dichas prácticas, por lo que para muchos, todo lo que la Iglesia ha enseñado y ordenado durante siglos ha quedado superado, es ahora superfluo, incluso falso…; las contradicciones en las predicaciones llevan a muchos católicos a pensar que ninguna de las concepciones que se les habían presentado antes eran verdaderas, sino más bien todas falsas.

Se difunde un culto negativo y de la crítica. La alegría eclesial se ha transformado en un cansancio, una aridez, inseguridad e indiferencia hasta hace no mucho desconocidas. Una iglesia que se vuelve agusanada en su gente, deberá también, poco a poco, perder crédito incluso ante sus fieles.[12]

  1. Desaparición de la piedad y de la severidad de las costumbres

La piedad de los fieles se vuelve flácida. Los fieles ya no se acuerdan de rezar antes o después de Misa. La reforma litúrgica, vista en conjunto, no ha reforzado la Fe ni ha permitido que se profundizase la piedad. En lugar del respeto por el Dios Santo, por su majestad, sus misterios, se han instalado una superficialidad, ligereza y frivolidad respecto a lo sacro. La adoración al Santísimo ha caído fuertemente y en algunos lados ha desaparecido totalmente.[13] Al Señor, en el Sacramento, se le niega el saludo y la genuflexión ya sea porque la Fe en la presencia real ha disminuido notablemente, ya sea porque es el modo en el cual se quiere imponer un cambio de mentalidad y de costumbres.

El temor de Dios parece haber desaparecido de la Iglesia, aquel del cual la Escritura afirma que “es el principio de la sabiduría” (Ecclo 1,12). La devoción a la Pasión de Jesús, como se manifestaba en el Vía Crucis o en las predicas cuaresmales, ha quedado casi anulada. Prácticas como la comunión de los primeros viernes en honor del Corazón de Jesús o el sábado sacerdotal han caído cada vez más en el olvido. Lo mismo podemos decir de la devoción a la Virgen, el rezo del rosario, las prácticas del mes mariano de Mayo (estas últimas restablecidas en algunos lugares, gracias a fenómenos como los de Medjugorje y otros similares), la devoción a los santos y a las almas purgantes, practicadas hoy sólo por los ancianos. También ha disminuido la adquisición de las indulgencias, y esto por alinearse la Fe católica a los criterios protestantes.

Si el número de las comuniones parece haber aumentado, esto se realiza con desmedro de la preparación suficiente y de las disposiciones para recibirla. Se va a comulgar como se podría ir a recibir el agua bendita. El espíritu de penitencia ha cesado ya desde hace tiempo y no fue una causa menor la demolición de la disciplina sacramental. El número de las confesiones (en el ambiente de los países germanos y nórdicos de fines de los años sesenta e inicio de los setenta) ha disminuido en forma escandalosa, y esto sucede en el preciso momento en que la inmoralidad, especialmente en el campo sexual, ha aumentado fuertemente. Y como solución los teólogos moralistas ¡crean para los hombres “la buena conciencia”! La alegría infantil entre los católicos alemanes ha disminuido espantosamente, y de esto es responsable, en gran parte, el hedonismo sexual al cual ciertos teólogos morales, con la tolerancia de los obispos, han asignado una patente de legalidad. La epidemia de las separaciones se propaga entre los católicos cada vez con mayor fuerza. Es común también entre ellos la aspiración permanente al placer, al goce y a las satisfacciones en una medida cada vez más preocupante, reemplazando al cumplimiento del deber, a la renuncia y al auto sacrificio. Lo mismo ha sucedido en el campo de la pastoral juvenil.

  1. Causas del retroceso en el frecuentar la Iglesia

Entre las causas más determinantes del alejamiento de los fieles se indican la introducción del culto inter confesional y la depravación de la predicación cristiana. Respecto a esto último, cuando los ateos son presentados en las prédicas como modelos, cuando un humanismo universal sustituye el evangelio, cuando las verdades de Fe son sistemáticamente negadas, sucede entonces que tales comportamientos hartan la paciencia de los mejores católicos, para no mencionar aquellos que frecuentan la iglesia no por los motivos más elevados o sublimes.[14]

Una responsabilidad no menor, según el May, corresponde a la reforma litúrgica, por haber abierto la puerta a experimentos de todo tipo. Lo más sagrado que posee la Iglesia, la Eucaristía, parece haberse transformado en un frontón de pelota ante la consternación y la dolorosa sorpresa de los fieles. También el abandono del canto gregoriano, de la lengua latina y de la música eclesiástica ha tenido su peso. Se ha llegado al punto – afirma May – en que “las pastorales de las noches de Navidad las cantan sólo los protestantes”.[15]

May alude también al crecimiento de los matrimonios mixtos (entre católicos y no católicos), la disminución de los católicos activos y de los laicos colaboradores en el apostolado jerárquico. Jamás como hoy se ha hablado tanto del apostolado de los laicos, mientras que simultáneamente se observa una rebaja considerable en el número de los laicos católicos activos. La oración ha sido sustituida por discusiones en las asambleas – incluidas las de los obispos – que sólo son pérdida de tiempo y de prestigio espiritual.[16]

Los así llamados ‘sínodos comunitarios’ (muy comunes en el ambiente del norte de Europa de fines de los años sesenta pero que después se han vuelto globales) son un completo fracaso. Han llevado – afirma May – al catolicismo alemán a un nivel más bajo de cuanto se pudiese hallar anteriormente. En ellos confluyen las tendencias destructivas de una teología que es abandonada por su buen espíritu (May hace notar el hecho que doctores conocidos de la época, como Hubert Jedin, Paul Mikat y el mismo Joseph Ratzinger, han abandonado estos sínodos, hecho que menciona como “muy significativo”).[17]

Los progresistas no conocen realmente el ‘hombre moderno’ del cual tanto hablan y escriben. Una iglesia que hace silencio sobre el pecado, el juicio y el infierno, que no alude ni siquiera a la majestad de Dios ni enseña el temor de Dios, una iglesia que no señala el honor de la eternidad…, esta iglesia está perdida. Para llevar a cabo tareas humanitarias y para poseer un pequeño barniz de fondo religioso en la vida, no hay necesidad de la Iglesia católica.

En resumen, la Iglesia se encuentra comprometida en una crisis de dimensiones enormes. No todos los responsables han tomado conciencia de la tremenda seriedad de la situación. Muchos – ¡y cuantos! – se consuelan aún con restos de una vida religiosa que ellos no han suscitado sino sólo recibido. Una piedra, expuesta por mucho tiempo a los rayos del sol, se mantiene por un cierto tiempo caliente, incluso después del ocaso del sol. En el catolicismo alemán – dice May – se encuentra aún alguna fuerza y vida creadas por las generaciones anteriores de laicos y sacerdotes, y es de este capital del cual todavía el progresismo se nutre. ¿Pero qué sucederá cuando dicho patrimonio se encuentre completamente en ruinas? (es lo que parece acaecer en este siglo XXI en muchos países).

  1. La reconstrucción

Se pregunta May cómo debería comenzar la (verdadera) reforma. Y responderá que ella debe iniciar en las personas individuales y también en los pequeños grupos que tengan celo por el honor de la casa de Dios, porque el esplendor de su celo enciende otros; se genera un movimiento, una corriente, una tempestad. Y el alma de todos es el Espíritu de Dios. Estos grupos, al distinguirse de otros, generan un conflicto con el status quo. En el clero y en el pueblo se genera, de a poco, un amplio movimiento…, que crea una atmósfera, un clima. La autoridad, que en principio contrasta, después se termina uniendo.[18]

Cuando la reforma ha alcanzado las instancias jurídicas de la Iglesia, esta busca de estabilizarlas e institucionalizarlas, y esto se realiza con el derecho. Voluntad de reforma y de estima del orden jurídico eclesiástico son inseparables.

Pero, ¿cómo llevar a cabo la verdadera reforma de las almas?, pregunta May.

En primer lugar: La ‘primera’ cosa necesaria es nuestra conversión personal (refiriéndose al clero). Porque del clero vino la ruina, del clero ha de venir la sanación y la salvación. La santificación personal. A muchos de nosotros nos falta la fuerza. Somos en demasía hijos de nuestro tiempo suave, blando y pegajoso. El bienestar no nos ha hecho bien. Los placeres de la comida, del beber, del fumar, de los viajes, e incluso placeres más peligrosos amenazan aún con quitarnos la libertad.

En segundo lugar: El pueblo fiel, pero incluso muchos de nuestros camaradas sacerdotes, muchos obispos (los que sean fieles y tengan buena voluntad) e incluso muchos colaboradores de la Sede Apostólica deben realmente ser informados correctamente e iluminados sobre la situación real; reconocer que estamos fuera del camino.

En tercer lugar: Tener bien presente que nuestro principal deber como sacerdotes es llevar los hombres hacia Dios.

En cuarto lugar: Unir a los bien pensantes en una acción común – donde habría que evitar, agregamos nosotros, las peleas y los frentes internos – e instituir, en este sentido, círculos de sacerdotes y laicos.

En quinto lugar: Hacer lo posible por influir sobre el ambiente, con la prensa y la publicidad – hoy habría que agregar las redes sociales, que se muestran muy eficaces a la hora de evitar y combatir las ‘lobbies’ de prensa o de grupos de dinero o poder -, superando un cristianismo de sacristía, perezoso y retrógrado.

En sexto lugar: Empeñarse en reformular con claridad la Fe de siempre, según el Credo del papa Pablo VI (hoy contamos también con el Catecismo de la Iglesia católica). Hay que terminar con la confusión si se quiere resistir al mundo.

En séptimo lugar: Tener en cuenta que vivimos en una época de manifiesta falta de guía. Por lo tanto, ayudar también a la autoridad en aquello que se pueda; eso incluye muchas conferencias episcopales, ya que la mayoría de ellas siguen generalmente a los que levantan más fuerte la voz, o sea a los teólogos progresistas y a su séquito. En este sentido, se tiene la impresión que la Iglesia establezca un premio a la contestación (y quizás esto último se haya vuelto más actual que nunca).

Conclusión

La Iglesia se encuentra sin duda en una situación de emergencia. Cuando así sucede, los medios que deben emplearse son insólitos; es por eso que hoy los católicos responsables deben utilizar medios insólitos. En los casos en que la guía de la Iglesia se dejase convencer por los progresistas, ya sea por debilidad o por vileza, a adoptar decisiones y leyes dañinas en grado sumo, no se debería observar, según el juicio de May, la obediencia. Cuando se fomenta la destrucción de la Iglesia, la oposición no solamente es válida sino que constituye un sagrado deber.[19] Para May, y no solamente para él, la situación actual de la Iglesia es de gravedad, al punto de encontrarse en el límite de la rotura.

El cristiano, concluye May, que cree firmemente en la indefectibilidad de la esposa de Cristo, cree siempre que las puertas del inferno no prevalecerán, y busca, concluye Fabro, de trabajar con fervor por la verdad en la Caridad y esperando en humildad, “fijamente, hasta que nazca nuevamente el alba” (Cfr. Dante, Divina Comedia, Paraíso, XXIII, 9).

Ver notas abajo:

Primer sacerdote católico ordenado en la historia de Tayikistán

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Pretendemos parafrasear un segundo artículo del R.P. Cornelio Fabro, titulado esta vez: Decadenza e crisi del sacerdocio nell’attuale crisi della Chiesa (Decadencia y crisis del sacerdocio en la actual crisis de la Iglesia). El mismo se encuentra en el volumen: L’avventura della teologia progresista, el cual conoce dos ediciones; la primera de editorial Rusconi, Milano 1974, pp. 285-291 y la segunda, curada por el proyecto cultural Cornelio Fabro (C. Fabro, L’avventura della teologia progresista, Opere complete 26; EDIVI, Segni 2014; 205-218).

[2] El presbítero George May es sacerdote de la diócesis de Mainz (Maguncia), licenciado en Derecho Canónico y doctor en Teología. Ha dictado varias cátedras como ordinario en la universidad de Mainz y ha sido nombrado “Pre notario Apostólico” por su Santidad Benedicto XVI, en 2011.

[3] Cfr. G. May, Niedergang und Aufstieg der Seelsorge, en «Der Fels», a. III, 7-8, jul- ago 1972, 201-210. Citado por Fabro (op. cit., Rusconi, 285; EDIVI, 205). Las observaciones de May se refieren al catolicismo alemán, pero reflejan indirectamente lo que se ha vivido y se vive en el resto de Europa, que padece fuertemente “el asalto del progresismo teológico que baja del norte de Europa con la avalancha de traducciones de los teólogos del disenso” (Fabro, nota introductoria).

[4] Cfr. Fabro (op. cit.; EDIVI, 206).

[5] Cfr. Fabro (op. cit.; EDIVI, 206-207).

[6] Se trata del Código de Derecho canónico (CDC). No tenemos noticias que haya existido un movimiento de contestación específico respecto al CDC en su totalidad, pero muchas de las reivindicaciones de los “teólogos del disenso” de fines de los años 60 y comienzos de los 70, se mostraban contrarias a disposiciones eclesiásticas incluidas en el código o emanadas de él, sea normas litúrgicas, tiempos prescritos de oración (rezo del breviario para los religiosos), disposiciones canónicas diversas como la ley del celibato, la vida común en la vida religiosa, la pobreza, obediencia, etc. Muchas de estas cuestiones quedaron zanjadas y definidas con la obra magisterial de San Juan Pablo II, especialmente el Nuevo código de Derecho canónico de 1983 y el Catecismo de la Iglesia católica del año 1997.

[7] También aquí, muchas seguridades fueron aportadas por las bravas intervenciones de San Juan Pablo II, su defensa de la vida humana, la creación del Pontificio Consejo para la familia, la fundación del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia (ambos de 1981), las jornadas mundiales de la familia, de la juventud, etc. De todos modos, desde la última década del siglo XX y en lo que va del siglo actual, han aparecido nuevas dificultades y desafíos en estos campos.

[8] Fundada en 1965, en siete lenguas y once ediciones nacionales, pretendía ser la voz de los teólogos “del Concilio Vaticano II”. Entre sus fundadores se cuentan: Yves Congar, Hans Küng, J.B. Metz, Karl Rahner (muerto en 1984) y E. Schillebeeckx (todos estos teólogos del disenso). Algunos que participaron a esta iniciativa, como Joseph Ratzinger, Urs Von Balthasar, Henri de Lubac, J-L Marion, se abrieron de ella y fundaron la revista Communio en 1972, en diecisiete ediciones.

[9] Cfr. Fabro, L’avventura; EDIVI, 209. El autor a quien el padre Fabro sigue (May), se muestra muy escéptico respecto al ecumenismo como tal. Nosotros preferimos hablar (agregándolo entre paréntesis), del ‘falso ecumenismo’, pues existe uno verdadero y sano, según las líneas desarrolladas por el decreto Unitatis Redintegratio, del concilio Vaticano II, y sobre todo por la carta magna del ecumenismo católico: La encíclica Ut Unum Sint del magno San Juan Pablo II, a quien May no conoció, al menos no mientras escribía estas consideraciones.

[10] La cursiva pertenece al traductor – en este caso el mismo P. Fabro – Cfr. Fabro (op. cit.; EDIVI, 211).

[11] Cfr. Fabro (op. cit.; EDIVI, 212).

[12] A propósito, May refiere un episodio con el sacristán de una gran iglesia protestante en Turingia. Ante la pregunta: « ¿Cómo es que han construido una iglesia así de grande?» Respuesta: «Señor, esta iglesia al principio se encontraba llena. Vino un pastor de Greisfswald y dijo: “Jesús era hijo de Dios”. Vino luego uno de Rostock y dijo: “¡Jesús era simplemente un hombre!” Después uno de Tubinga y dijo: “Jesús nunca existió”. Entonces la gente dijo: “Si ni siquiera los pastores están de acuerdo sobre aquello que hay que creer, entonces no hay razón para venir a la iglesia”» Cfr. Fabro (op. cit.; EDIVI, 213, nota 7).

[13] Esta es otra de las prácticas religiosas que ciertamente recibió el embate furibundo del progresismo en todo el mundo, y una de las cuales gracias a San Juan Pablo II y a ciertos grupos y congregaciones religiosas nuevas se ha restablecido hoy en muchos lados, fomentándose nuevamente las adoraciones nocturnas, permanentes, etc. La dificultad permanece sin embargo en muchos lados, incluidos seminarios y congregaciones religiosas antiguas. Lo mismo con la devoción a la Virgen, mencionada por May más adelante.

[14] Quizás hoy habría que añadir, según lo atestiguan las quejas de muchos fieles católicos, la mala calidad, preparación y cursilería de los sermones dominicales que se escuchan en la mayoría de las parroquias y capillas.

[15] Cfr. Fabro (op. cit.; EDIVI, 215). Algunas de las cosas que señala el autor tienen que haber actuado como verdaderas causas en los años del post-concilio. Después de cincuenta y más años, el común de los católicos, incluso en las sociedades más cultas como los católicos de centro y Nord Europa, se ha ya habituado a la liturgia en lengua vernácula, y problemas como el abandono de la lengua latina, en general no son de gran obstáculo (aunque siempre existen grupos que la prefieren). De todos modos, sigue siendo verdadero que los abusos litúrgicos más variados continúan a la orden del día.

[16] Estos últimos síntomas son actualísimos. Pero habría que aclarar sobre los matrimonios, que hoy en día el matrimonio sacramentalmente celebrado – entre católicos – está desapareciendo a ritmo vertiginoso entre los mismos fieles católicos, en casi todos los países de mayoría católica de Europa y América.

[17] Cfr. Fabro (op. cit.; EDIVI, 216).

[18] Aunque la experiencia posterior nos ha demostrado que en esto existen muchos vaivenes: Por ejemplo, durante el pontificado de San Juan Pablo II, ciertamente que muchos de estos grupos celadores de los valores permanentes de la Iglesia – entre ellos muchas nuevas congregaciones religiosas – tuvieron por fin reconocimiento y cierto apoyo (aunque a menudo obstaculizado por los obispos o jerarquías locales de los lugares donde surgían), y en parte también esto se continuó durante el pontificado de Benedicto XVI. No son pocos los que piensan que ahora, dicha tendencia parece haberse invertido nuevamente.

[19] Cfr. Fabro (op. cit.; EDIVI, 218). En nota (n. 21), Fabro comenta que según el contexto de este y otros artículos, el May se refiere a las “eventuales desviaciones y aberraciones de las guías de las iglesias particulares y no al Romano Pontífice”, sobre todo porque en el tiempo en que escribe, el papa reinante (Pablo VI) había dado muestras de defensor de la doctrina y disciplina de la Iglesia (incluso en materia grave, como en el tema de la vida humana, del sacerdocio ministerial, etc.), siendo al mismo tiempo víctima de las resistencias de representantes del episcopado y de alguna entera conferencia episcopal. No se excluye sin embargo, que siguiendo el antecedente de San Pablo con San Pedro (Gal 2,11ss), una autoridad de la Iglesia (como un cardinal obispo o alto representante de la conferencia episcopal), no pueda eventualmente, en circunstancias graves y con verdadero fundamento, hacer incluso llegar una verdadera corrección al Romano Pontífice, dentro de los límites permitidos y con el debido respeto del caso.

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