O Crux, ave, spes unica – R. P. Carlos M. Buela IVE
Como creemos que la mejor manera de conmemorar una persona extinta sea dando a conocer sus obras y escritos, he aquí este articulo del R. P. Carlos M. Buela, fundador del IVE (Instituto del Verbo Encarnado), acerca de la Cruz, que forma parte de su obra póstuma, que nos legó como instituto: el libro El Señor es mi pastor. Memoria y profecía, ed. personal de Carlos M. Buela, agosto 2022. El artículo en cuestión constituye el cap. 22 del libro; pp. 285-295.
La Cruz de la que se nos habla en el Evangelio, alude a la cruz de Cristo y se refiere, en sentido moral, a la cruz nuestra de cada día.
- Sentido literal
Crux, crucis, tiene una etimología incierta. Isidoro y Flavio Vopiscus (s. IV) la hacen derivar de θριγκóς = “cerco, anillo”. Para Cicerón era sinónimo de horca. Modernamente hacen derivarla del sánscrito krugga = cayado; los hebreos la llaman ets = árbol; los griegos traducen σταύρóς (staurós) = “palo, estaca”. Parecieran indicar el origen primitivo de la cruz como suplicio. Sería el árbol o palo (el stipes o palus) donde fijaban al condenado.
Después le añadieron el palo transversal u horizontal, la horca de las eras o patíbulo (el patibulum). Así lo llamaban los romanos porque al principio era la tranca de las puertas de casa[1]. El condenado al suplicio de la cruz se lo llamaba “cruciarius”, lo normal era que llevase sólo el patibulum, al hombro o por detrás del cuello con los brazos atados a él. Era acompañado por 4 soldados, “milites” o “tetradion”[2], encargados de llevarle al lugar de la crucifixión, crucificarle y custodiarle hasta la muerte. Estaban mandados por un centurión llamado “exactor mortis”. Se lo llevaba por los lugares más transitados para escarmiento y ejemplaridad de la pena. Se los solía crucificar fuera de la ciudad, incluso en Roma. Generalmente los azotaban por el camino. Llevaban una tabla, a veces emblanquecida, con la causa de la condena[3].
Según parece los primeros en usarla fueron los persas, después los griegos, posteriormente los cartaginenses y finalmente los romanos. También se encuentra en Egipto, China, en Gnosos de Creta (se encontró una cruz de mármol del siglo XV a.C.).
A la Cruz de Cristo le cantamos en la Vísperas del Tiempo de Pasión: Las banderas reales se adelantan Y la Cruz misteriosa en ellas brilla: La Cruz en que la Vida sufrió muerte. Y en que sufriendo muerte nos dio vida.
- Sentido figurado
En el caso del mandato del Señor: Tome su cruz cada día… (Lc 9, 23) dice el Card. Gomá y Tomás “la locución es figurada”[4]. La palabra cruz denota una idea diversa de la que recta y literalmente significa. En este sentido, cruz significa, humillación, afrentas, tormentos, muerte, pena, pesadumbre.
- Sentido simbólico
Para algunos, la cruz es el tercero de los cuatro símbolos fundamentales: con el centro, el círculo y el cuadrado. Establece una relación con los otros tres: por la intersección de sus dos rectas que coincide con el centro abre éste al exterior; se inscribe en el círculo y lo divide en cuatro segmentos; engendra el cuadrado y el triángulo, cuando sus extremidades se encuentran con cuatro rectas. La simbólica del cuatro se liga en gran parte a la cruz, pero sobre todo cuando designa un cierto juego de relaciones en el interior del cuatro y del cuadrado. La cruz es el más totalizante de los símbolos.
La cruz, dirigida hacia los cuatro puntos cardinales, es en principio la base de toda orientación: orientación del hombre respecto a sí mismo; orientación espacial que se articula sobre el eje este-oeste, marcado por las salidas y puestas de sol; orientación temporal que se articula sobre el eje de rotación del mundo, a la vez sur-norte, abajo-arriba. El cruce de ambos ejes mayores realiza la cruz de la orientación total. El centro del cuadrado coincide con el centro del círculo. Este punto común es la gran encrucijada de lo imaginario[5]. Es la gran vía de comunicación. Es la cruz que recorta, ordena y mide los espacios sagrados, como los templos; dibuja las plazas de las ciudades; atraviesa los campos y los cementerios; la intersección de sus ramas marca las encrucijadas; en este punto central se eleva un altar, una piedra, un mástil. La cruz tiene una función de síntesis y de medida… en ella se mueve el cielo y la tierra… se entremezclan el tiempo y el espacio… Es la gran vía de comunicación. Es la que recorta, ordena y mide los espacios sagrados, marcando las encrucijadas.
Para la simbólica china como el centro del cuadrado coincide con el centro del círculo, este punto común es la gran encrucijada de lo imaginario. Centrípeto, su poder es también centrífugo. La cruz explicita el misterio del centro. Es difusión, emanación, pero también reunión, recapitulación[6].
¡Cuánto más en la Cruz de Cristo! Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo, que al ser herido por la lanza dura, derramó sangre y agua en abundancia. Para lavar con ellas nuestras culpas. En ella se cumplió perfectamente lo que David profetizó en su verso, cuando dijo a los pueblos de la tierra: «Nuestro Dios reinará desde un madero».
Posee también el valor de un símbolo ascensional. La Cruz recapitula la creación: «Él… se ha hecho carne y ha sido clavado en la cruz para resumir de este modo en sí el universo» (San Ireneo). La Cruz se convierte así en el polo del mundo: «Dios ha abierto sus manos sobre la Cruz para abrazar los límites de la Eicumene y, por esta razón, el monte Gólgota es el polo del mundo» (San Cirilo de Jerusalén).
La Cruz es «impronta cósmica» (San Gregorio de Niza). En la Cruz «Dios… abrió los brazos y abrazó el círculo de la tierra» (Lactancio). La Cruz es «un árbol de belleza; sagrado por la sangre de Cristo, está cargado de todos los frutos» (San Buenaventura). ¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso, Árbol ornado con la regia púrpura, Y destinado a que su tronco digno, ¡sintiera el roce de la carne pura! ¡Dichosa Cruz que con tus brazos firmes, en que estuvo colgado nuestro precio, fuiste balanza para el cuerpo santo que arrebató su presa a los infiernos!
Para algunos marca el reparto de los cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua, y sus cualidades: caliente, seco, húmedo y frío. Para otros es la convergencia de las direcciones y de las oposiciones, lugar de su equilibrio; el centro de la cruz corresponde al vacío del cubo de la rueda, y por eso, es también emblema de la radiación del centro divino. El símbolo de la cruz es una unión de contrarios[7].
Podemos también decir que es una figura con dos líneas y un punto, que se cortan pero se unen, donde se encuentran y se separan la vertical y la horizontal, la una toca al cielo y a la tierra, la otra abraza a todo lo humano. Son cuatro, da razón a lo cuádruple y al cuadrángulo, tiene brazos que abarcan 360º, son aspas de molino, su signo es el + que indica lo sumo, su cruce es un nudo. De tal modo que nos encontramos con una figura y un punto formado por dos líneas, perpendicular o vertical y horizontal o transversal, que forman ángulo recto con la otra línea y atraviesan de un lado a otro, formando 4 ángulos rectos.
A ti, que eres la única esperanza, Te ensalzamos, oh Cruz, y te rogamos que acrecientes la gracia de los justos y borres los delitos de los malos. Recibe, oh Trinidad, fuente salubre, la alabanza de todos los espíritus. Tú que con tu Cruz nos das el triunfo, añádenos el premio, oh Jesucristo.
Como dice Chesterton, «la cruz es símbolo al mismo tiempo de la salvación y del misterio, es centrífugo porque se vuelca hacia afuera; pese a tener en su centro una fusión y una contradicción, puede prolongar hasta siempre sus cuatro brazos, sin alterar su estructura; puede agrandarse sin cambiar nunca, porque en su centro yace una paradoja; la cruz abre sus brazos a los cuatro vientos; es el indicador de los viajeros libres»[8].
Por eso la vieja copla dice: «Sin cruz no hay gloria ninguna, ni con cruz eterno llanto; santidad y cruz es una; no hay cruz que no tenga santo, ni santo sin cruz alguna» (Lope de Vega).
Es «una especie de andamiaje rudimentario, atrincherado en todas las direcciones, con la nitidez ofensiva de una afirmación» (Paul Claudel), sirve para subir, defiende de los ataques vengan de dónde vinieren, nos recuerda el «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de allí viene del Maligno» (Mt 5,37) y es una permanente incitación a lo más.
- Sentido metafórico o moral
Es el sentido de la enseñanza de Jesús: Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9,23). Por eso es adaptado a la vida del cristiano de “cada día”. Para Maldonado es un hebraísmo que alude a la cruz de Cristo y al hecho de que tenemos que estar preparados por amor de Cristo, no sólo a morir, sino también a ser crucificados[9].
A este sentido se refieren todos los santos. Ellos han vivido con tal plenitud la cruz de Cristo, que dicen de ella cosas admirables, por ejemplo: San Juan de la Cruz como siempre hace honor a su nombre:
«Cuando se ofreciere algún sinsabor o disgusto, acuérdese de Cristo crucificado y calle»[10]. «Crucificada interior y exteriormente con Cristo … bástele Cristo crucificado y con Él sufra y descanse… El que no busca la cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo»[11]. «Conviene que no nos falte cruz, como a nuestro Amado hasta la muerte de amor»[12].
San Juan de Ávila se inspira en la cruz de Cristo para enardecer su celo apostólico, de esta manera: «Oh cruz, hazme lugar, ¡y recibe mi cuerpo y deja el de mi Señor! ¡Ensánchate, corona (de espinas), para que pueda yo ahí poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes, y atravesad mi corazón, y llagadlo de compasión y amor! … ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo? ¿Qué has querido hacer en mi corazón? Vine aquí para curarme, ¿y me has herido? Vine para que me enseñases a vivir, ¿y me haces loco? ¡Oh sapientísima locura, no me vea yo jamás sin ti!»[13].
San Pablo de la Cruz encuentra toda la fecundidad apostólica en la cruz: «Queréis que muera con vos sobre la cruz … Mi corazón ya no será mío… Mío sólo será Dios. ¡He aquí mi amor! … Deseando morir así en la cruz, con la que mueren en el Calvario con el Esposo de las almas enamoradas… para resucitar después con Jesús triunfante en el cielo»[14]. También Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las Misiones, anhelaba con todas las fuerzas de su alma la cruz: «La muerte de amor que deseo es la de Jesús en la cruz»[15].
La Santa mártir Edith Stein enseña la realidad de la cruz en su libro “La Ciencia de la cruz” y en otros escritos: «Yo estoy contenta con todo. Una ciencia de la cruz sólo puede lograrse cuando uno llega a experimentar del todo la cruz»[16]. La Beata Concepción Cabrera de Armida dice: «Si quieres salvar almas, transfórmate en la cruz»[17]. Y en otra obra: «La cruz fecunda cuanto toca… Ese amor amasado con el dolor es el amor salvador… La cruz es el pulso del amor, y para saber sufrir, saber amar»[18]. La sierva de Dios María Inés Teresa Arias afirma que es la fuente de la maternidad espiritual y que Cristo: «Quiere que ames la cruz y que, con tus dolores, cualesquiera que ellos sean, le compres innumerables almas. La maternidad, aún la espiritual, se compra a base de sacrificios». Ella quería de sus misioneras, «Una hermosa escultura de Jesús crucificado»[19].
Luminosamente, como siempre, testimonia Juan Pablo II: «Cada uno está llamado a seguirlo [a Cristo] siguiendo su propia cruz: la cruz intelectual que doblega la razón humildemente ante los misterios de Dios; la cruz de la ley moral, por la que es preciso guardar todos los mandamientos; la cruz del propio deber, de las situaciones contingentes, de los sufrimientos y las pruebas, que exigen paciencia y confianza en la Providencia»[20].
¡No!, las armas de nuestro combate no son carnales, antes bien, para la causa de Dios, son capaces de arrasar fortalezas. Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo (2 Cor 10, 4). ¡Todo ello gracias a la cruz de Cristo!
- Cruz y bienaventuranzas
Para terminar esta reflexión sobre la cruz, quiero referirme a un aspecto que, para mí, es esencial. No hay cruz sin bienaventuranzas, ni bienaventuranzas sin cruz. Y cuando digo bienaventuranzas me refiero a todo el Sermón de la Montaña. Ambas nos empujan a la santidad y a la misión. La cruz es la verificación de las bienaventuranzas y es la garantía de su autenticidad, novedad, vigencia, urgencia y valor imperecedero. La cruz son las bienaventuranzas en su fulcro, en su ápice; es su pleroma. La cruz son las bienaventuranzas en acción y en acto. El monte Calvario remite al de las Bienaventuranzas y éste a aquél. Cruz y bienaventuranzas van siempre juntas. La ciencia de la cruz ilumina las bienaventuranzas y la alegría de las bienaventuranzas enardece la alegría de la cruz. Ambas son el cielo en la tierra.
Además, en la cruz Jesús nos da el más maravilloso ejemplo de vivir en plenitud el Sermón de la Montaña[21], en especial, las bienaventuranzas evangélicas. En efecto, Cristo no sólo las enseñó, sino que, también, en toda su vida las practicó, llegando en la cruz a su punto más alto. Por eso decía san Agustín: «El madero en que están fijos los miembros del que sufre es también la cátedra del maestro que enseña»[22]. Sobre todo, nosotros, los religiosos que «queremos dar el “testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas”[23]»[24].
¿Quién más perseguido por la justicia que Jesús? Es la octava bienaventuranza confirmación de todas las anteriores. Es el Mártir por excelencia. Grande fue su recompensa: mereció para sí el ensalzamiento de la resurrección, de la ascensión, de sentarse al lado del Padre y de ser Juez de vivos y muertos; y para nosotros todas las gracias necesarias para la salvación eterna: …conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros (1 Pe 1,17-20): Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (Mt 5,10-12).
¿Quién más pobre? Ni siquiera tuvo vestiduras en la cruz: Le desnudaron (Mt 27,28; passim): Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mt 5,3). ¿Quién más manso que Jesús? Como oveja fue llevado al matadero: «Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así Él no abre la boca. En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra»[25]. El eunuco preguntó a Felipe: «Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?». Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús (He 8,32-35): Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt 5,4).
¿Quién más penitente que Jesús? Su último lecho fue el árbol de la cruz. Ni siquiera quiso beber, sólo le mojaron los labios y eso que estaba abrasado por la sed traumática, para que se cumpliese la Escritura: Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; tú me sumes en el polvo de la muerte (Sal 22,16): Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt 5,5).
¿Quién más deseoso de santidad que Jesús? El hambre y sed de justicia no es otra cosa que hambre y sed de santidad, ¿no murió, acaso, para que seamos santos?: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados (Mt 5,6). ¿Quién más misericordioso que Jesús? Misericordia quiero… Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mt 9,13): Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7). ¿Quién más puro que Jesús? ¿Quién le puede argüir de pecado?: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). ¿Quién más amante de la paz que Jesús? Perdonó hasta a sus enemigos: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9).
Asimismo, esas obras excelentes más propias de los dones del Espíritu Santo que de las virtudes, se manifiestan, elocuentemente, en esa perpetuación de la cruz que es la Santa Misa. En efecto: ¿Quién más pobre que Jesús en la Eucaristía? No tiene ni siquiera su figura propia, está en especie ajena.
¿Quién más manso que Jesús en la Eucaristía? No grita, no vocifera, no reta a nadie, no protesta. Mudo, no abre la boca. ¿Quién más penitente que Jesús en la Eucaristía? Está presente allí con el triple anonadamiento: 1º el de la Encarnación; 2º el de la Pasión, porque está en estado de Víctima, es el Christus passus; 3º el de rebajarse bajo las especies.
¿Quién más deseoso de santidad que Jesús en la Eucaristía? Allí nos alimenta, nos perdona, nos permite dar gracias, nos alcanza sus favores, nos hace crecer en la gracia santificante, nos da la vida eterna. Nos une con Dios y con nuestros hermanos. ¿Quién más misericordioso que Jesús en la Eucaristía? Quiso quedarse sustancialmente presente con cuerpo entregado y su sangre derramada «para el perdón de los pecados»[26].
¿Quién más puro que Jesús en la Eucaristía? Nada manchado hay en ella. La Eucaristía forma a los puros, a los castos, en la juventud, en el matrimonio y en la viudez, a los célibes, a los vírgenes. Concede a muchos la gracia de “envejecer en la virginidad” como decía san Agustín[27]. Por eso uno de los nuestros escribió:
«Señor, quiero ser una hostia. Blanca, sin mancha, por tu gracia y para Ti. Frágil, sólo fuerte en Ti»[28].
¿Quién más amante de la paz que Jesús en la Eucaristía? Él se forja allí un ejército pacífico, un escuadrón de amantes de la paz que sólo Él puede dar. ¿Quién tolera tanto como Jesús en la Eucaristía? Tolera a los blasfemos, a los sacrílegos, a los que lo reciben en pecado grave, a los desagradecidos, a los distraídos, a los indiferentes. Ahora, igual que en la cruz. Se entrega al Padre por todos. Es el amor llevado a las últimas consecuencias: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1).
Nos amó hasta el extremo de la Eucaristía. La Eucaristía es la cosa más extremosa que hay sobre la tierra, tan extremosa como la cruz.
[1] Díaz Macho, Enciclopedia de la Biblia, voz “cruz”.
[2] Cf. He 12, 4.
[3] Manuel de Tuya, Del Cenáculo al Calvario, Salamanca 1962, p. 480 ss.
[4] Isidro Gomá y Tomás, El evangelio explicado, t. II, p. 52.
[5] Cf. Diccionario de los Símbolos, Editorial Herder, Barcelona 1991, p. 365.
[6] Ibidem, p. 366.
[7] Cf. Ibidem, p. 362-370.
[8] Cf. G. K. Chesterton, Ortodoxia.
[9] Juan de Maldonado, Comentarios a los Evangelios, BAC, t. I, p. 419.
[10] Carta 20; varias de las citas de santos, beatos y siervos de Dios, las tomamos de Mons. Juan Esquerda Bifet, Fecundidad misionera de la cruz, en L’Osservatore Romano, del 21 de abril de 1995, p. 12.
[11] San Juan de la Cruz, Avisos, nn. 88, 101.
[12] San Juan de la Cruz, Carta 11.
[13] Tratado del amor de Dios (citado por Mons. Juan Esquerda Bifet).
[14] Muerte mística (citado por Mons. Juan Esquerda Bifet).
[15] De sus últimas palabras (citado por Mons. Juan Esquerda Bifet).
[16] Werke IX, 167 y passim (citado por Mons. Juan Esquerda Bifet).
[17] Cuenta de conciencia, 4/197‑199 (citado por Mons. Juan Esquerda Bifet).
[18] Cadena de amor, 14, 15 (citado por Mons. Juan Esquerda Bifet).
[19] La lira del corazón de la Misionera Clarisa (pro-manuscrito), (citado por Mons. Juan Esquerda Bifet).
[20] San Juan Pablo II, Homilía durante la Santa Misa en la gruta de Lourdes en los jardines vaticanos, el 25 de junio de 1995, en L’Osservatore Romano, del 30 de junio de 1995, p. 2.
[21] Mt, cap. 5, 6 y 7.
[22] Citado por Santo Tomás de Aquino, S. Th., III, 46, 4.
[23] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 31.
[24] Constituciones [1].
[25] Este texto pertenece al vaticinio de Isaías 52,13-53,12.
[26] Cf. Misal romano, Plegarias eucarísticas.
[27] San Agustín, Confesiones, L. 13, Corpus Latinorum 251, lib. 8, cap. 11, lin. 31 (la traducción aquí usada es la de la citación de la Suma Teológica, BAC, Madrid 1955, t. X, p. 886).
[28] Marcelo Javier Morsella, en una tarjeta blanca que cayó del bolsillo de su pantalón cuando, después de muerto, su madre lo arreglaba.
Para los que desean saber más sobre el R. P. Carlos M. Buela, recomendamos este excelente artículo del blog “La Muralla Católica”, titulado: “El ilustre extinto“.
Gracias por O Crux, ave, spes unica. Amo la Cruz y más a Cristo Jesús.