GUERRA EN UCRANIA Y OTRAS CONSIDERACIONES: EL FIN Y LOS MEDIOS

GUERRA EN UCRANIA Y OTRAS CONSIDERACIONES: EL FIN Y LOS MEDIOS

Imagen de Kiev: Perchersk Laura o “monasterio de las Cuevas”

La guerra, la acción bélica, operación militar, o como quiera llamarse, que el presidente de Rusia Vladimir Putin ha emprendido contra Ucrania es una verdadera guerra de agresión, y por lo tanto ha de considerarse absolutamente injusta, sin ambages ni reduccionismos. Además, se ha manifestado muy salvaje y terrible en los medios empleados, incluso para los mismos soldados rusos envueltos en la operación, que evidencian una total falta de preparación, militar y psicológica, y en muchos casos no sabían donde habían sido enviados. Todo eso contribuye a elevar aún más la tensión; los días pasan, las acciones se multiplican de modo desesperado, lo que lleva a cometer más errores: muere gente inocente, son destruidas instalaciones civiles y crece el odio y la frustración. Abrir la puerta de la guerra de esa manera es abrir la puerta del infierno, sin saber como se la podrá cerrar.

Desgraciadamente, muchos de los que opinan sobre cuestiones geopolíticas, quizás con una buena intención inicial, mezclan mucho las cosas. Por una parte, demonizar a Putin como un absoluto loco que se mandó a realizar una invasión sólo por imperialismo es un juicio ciertamente superficial, pero también lo es pretender decir que, como Putin defendió ciertos valores tradicionales o incluso cierta visión más natural y menos tendenciosa en cuestiones de política y balance mundial de fuerzas, tenga ahora razón en todo lo que dice y hace.

Existen dos puntos de apoyo sobre los que Putin fundamenta su accionar: El primero es de naturaleza geopolítica, el segundo de naturaleza histórica, sin duda para tratar de justificar su proceder con ciertas razones de genealogía étnica.

Países que integran la OTAN

En geopolítica, Rusia sostiene que la Organización del tratado del Atlántico Norte (NATO u OTAN) se ha ido extendiendo, desde el año 1997 en adelante, cada vez más hacia el este, contra las promesas que había dado de no hacerlo, incluyendo en su alianza a países que pertenecían a la ex Unión Soviética, y fortificando de modo particular algunos puestos de avanzada confinantes con Rusia. De este punto de vista no le falta tanta razón: La OTAN ha instalado especiales bases, con misiles y armas estratégicas, tanto en Estonia, como en Polonia y en Rumania, todos países de los cuales es posible alcanzar, con armas estratégicas, todo el oeste ruso, central y densamente poblado, y realizar un ataque sorpresivo. Si en un futuro se incluyese Ucrania en tal alianza, y se llevase a cabo igual procedimiento, dada la gran extensión de los límites entre Ucrania – Rusia y Ucrania – Bielorrusia (esta última aliada de Rusia), toda la gran frontera occidental de Rusia tendría misiles apuntando hacia ella en su propia puerta, lo cual es considerado como una amenaza cierta por todo país del mundo.

Es verdad que se puede objetar – y de hecho, Occidente objeta – que cada país es soberano y que por lo tanto, es libre de sumarse a la Alianza NATO o no, y ningún otro país soberano debería impedírselo. Es cierto, pero también es cierto que la OTAN aparece montada, principalmente, como una estructura militar contra Rusia, y esta lo ve como una verdadera amenaza. En realidad, la OTAN se fundó como una estructura de defensa común ante los países del bloque comunista soviética durante los años de la guerra fría. El comunismo colapsó en 1991, y la Rusia que siguió dio pruebas, al menos en los primeros veinte años, de haberlo rechazado. La OTAN no debería haber tenido más razón de ser, o al menos, no debería haber seguido considerando a Rusia como una amenaza delante de la cual debían defenderse, amén de que, durante muchos años y debido a su colapso económico, Rusia había quedado en clarísimas condiciones de inferioridad, del punto de vista económico y militar, y no tenía sentido seguir considerándola una amenaza, como se lo hizo.

En ese sentido, cuando Putin respondió a una periodista de la BBC explicando las cinco ampliaciones sucesivas de la OTAN, agregó: “Deberían haber tratado a Rusia como una aliada”, y en parte no le falta razón, porque la OTAN mostró siempre un recelo hostil hacia Rusia incluso después de la caída de la Unión Soviética, aun cuando tuvo presidentes que mostraron un rostro amigable como Yeltsin (hasta 1999), el mismo Putin en su primera época (1999-2008) y Dimitri Medvedev (2008-2012).

Todo esto no justifica la invasión a Ucrania, y menos del modo y con los costos con los cuales se está llevando a cabo. El mismo Putin pareció darse cuenta de eso, y por eso sacó a relucir su segundo argumento, de carácter histórico, mucho más débil y plagado de errores: Para él, Ucrania fue una creación artificial, es el mismo pueblo ruso y sólo fue creado como república en 1921, por los mismos bolcheviques, bajo el gobierno de Lenin.

Este argumento, del cual se hacen eco muchos ensayistas de geopolítica en Occidente que pretenden desmitificar las falacias del Occidente moderno (las cuales existen sin duda), es totalmente falso: En primer lugar, y comencemos por lo más reciente, la república moderna de Ucrania, con sus límites actuales menos Crimea, se declaró independiente en 1918 – ya se había formado un gobierno autónomo nacional un año antes- y aunque los bolcheviques la volvieron a someter a Rusia, la misma Unión Soviética tuvo que reconocerla como república federativa en 1922, dado el antecedente de independencia y la voluntad y sentimiento de ser una nación autónoma. De tal modo que Putin se equivoca al decir que Lenin la creó y que su constitución fue de 1924. Estos no fueron más que pasos de prudencia política que los bolcheviques dieron para mantener la unidad de la URSS, reconociendo la identidad ucraniana ya existente y fuertemente arraigada.

Bautismo de la Rus de Kiev en 988

Pero hay mucho más: La primera mención de la ciudad de Kiev es del año 482. La Rus de Kiev (Kyivan Rus), el primer reino autónomo de dichas regiones, fue fundado en 882 y tuvo su bautismo cristiano en 988, cuando se aceptó el cristianismo de origen bizantino. Este hecho es considerado fundante en la cultura y mentalidad ucranianas, y llama la atención que los ensayistas que se jactan de ser revisionistas históricos casi ni lo mencionen cuando tratan el argumento. Al norte y este de Kiev, sólo existía la ciudad de Nóvgorod (hoy en Rusia), integrada en la Rus, desde allí fundaron Moscú en 1147, cortando todos los lazos con Kiev después de la caída de esta bajo los mongoles en 1240. Es decir, fue el territorio de la actual Rusia europea el que, históricamente, decidió no tener más nada que ver con Kiev, y no al revés.

Kiev y sus zonas circundantes, así como el occidente ucraniano, pasaron a depender de un principado de origen lituano en 1264, luego fueron parte del mismo ducado de Lituania y en 1569 pasaron a ser parte de la corona polaca, con la confederación del reino Polonia – Lituania (1569). Como producto de cierto descontento con el régimen polaco, se formó una hermandad Cosaca independiente en 1648, que aceptaron, por razones políticas, una protección de los zares de Rusia en 1654 (tratado de Pereyáslav). Durante ese período hubo muchas rebeliones contra el poder de los zares, y se dio un fuerte impulso al fomento de la cultura, identidad y lengua ucranianas, tanto que finalmente los zares rusos debieron someter a los cosacos militarmente, y Catalina II abolió toda autonomía ucraniana en 1775. El occidente ucraniano pasó a ser parte del imperio de Austria-Hungría hasta la primera guerra, y luego parte de Polonia entre las dos guerras. En el resto del territorio, la persecución rusa fue feroz, llegando a eliminar toda posibilidad de emplear el lenguaje ucraniano, y se hizo aún más feroz con el comunismo. El Holodomor (asesinato por inanición), que se considera un genocidio – que Rusia rechaza -, y las deportaciones practicadas por Stalin, fueron un claro ejemplo de eso. De tal modo que hay base más que suficiente para dar fundamento al nacionalismo ucraniano y al rechazo de la hegemonía rusa por parte de este.

Crimea fue incorporada a Ucrania en 1954, bajo la presidencia soviética de Nikita Kruschev, que era de origen ucraniano. Aunque históricamente rusa, la población no era mayoritariamente ni rusa ni ucraniana, y hasta 1944 era de mayoría tártara, descendientes de los antiguos mongoles. Stalin deportó masivamente a los tártaros y la península pasó a ser de mayoría étnica rusa de la noche a la mañana.

En cuanto al oriente ucraniano (margen oriental del río Dniéper, como se dice), este también fue territorio de los cosacos cuando estos se independizan de Polonia en el siglo XVII, y fueron solo integrados por los zares a la fuerza. Se formó cada vez más una mentalidad ucraniana, y en los últimos años, según decían testigos que viven en la zona, aún personas que hablan ruso en dichas regiones no se consideran rusas sino ucranianas. Las así llamadas repúblicas de Luhansk y Donetsk sólo se rebelaron en una pequeña fracción de sus territorios vecina a Rusia. El resto de los distritos posee clara mayoría étnica ucraniana, y hasta la misma lengua es de prevalencia ucraniana.

Cuando uno ve que ciertos ensayistas, con tintes de tradicionales, hacen afirmaciones como esta: “Todo el levante ucraniano hasta Kiev no sólo forma parte de Rusia, sino que es la cuna histórica de Rusia”, a la luz de todo el recorrido histórico fácilmente comprobable, no puede causar sino desconcierto y tristeza, junto con algo de indignación. Y lo mismo cuando se hacen afirmaciones aún más arriesgadas: “La amputación de Ucrania es para Rusia tan dolorosa como lo sería la amputación de Cataluña para España”.[1]

En su libro “Madre Patria”, contra el mito de la Leyenda negra, Marcelo Gullo Omodeo afirma: “Entre julio de 1713 y septiembre de 1714, tuvo lugar el “sitio de Barcelona”, que fue una de las últimas operaciones militares de la guerra de sucesión española, un conflicto internacional que se extendió desde 1701 hasta el tratado de Utrech de 1713 (y se instauró la dinastía borbónica) […] En el relato construido por el nacionalismo catalán, en el sitio de Barcelona se enfrentaron castellanos contra catalanes. Sin embargo, la realidad histórica es que entre los que sitiaban Barcelona, había catalanes y castellanos, y también entre los que defendían la ciudad”[2]. El autor dirá más adelante que, en realidad, el problema de los catalanes nace después de 1898, cuando con ocasión de la guerra de Cuba que España pierde con EE.UU., Cataluña pierde privilegios económicos, y la llama de la independencia, que hasta ese momento estaba en manos de intelectuales, comienza a expandirse. O sea, el problema comienza en 1898 y se pone como fundamento un hecho acaecido en 1714, por demás falsamente interpretado.[3] Esto no se puede comparar, ni de lejos, con un principado de Kiev que existe desde 862, y que fue incorporado a Rusia (y no al revés) en 1775.

El fin no justifica los medios en ningún caso. Este es un principio fundamental de moral natural y cristiana, y también de Santo Tomás de Aquino, para los que gustan citarlo. Debe reconocerse como válido tanto en el terreno de los hechos, lo que incluye una guerra hecha en principio por ciertas razones geopolíticas pero que posee demasiados puntos discutibles y claras injusticias, como en el terreno de las ideas, aunque se quieran defender sanos y buenos valores. Hacer otra cosa, es condenarse a la contradicción, a la hipocresía y al quedar atrapado en su propia trampa, como creo que es la situación a la que Rusia se ha visto arrojada con el ímpetu vindicativo de Putin.

 

[1] Cfr. Juan Manuel de Prada en https://www.deia.eus/la-marana-mediatica/2022/02/28/juan-manuel-prada-apoya-invasion/1195548.html.

[2] Cfr. Marcelo Gullo Omodeo, Madre patria, Espasa (ed. Planeta), Barcelona 52021; 414-415.

[3] Recensión del libro de Omodeo en: https://biblia.vozcatolica.com/2022/02/15/madre-patria-recension-de-libro/

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