PROEMIO GALEATO en LA QUIMERA DEL PROGRESISMO

PROEMIO GALEATO en LA QUIMERA DEL PROGRESISMO 

            Hemos querido volver a editar el prólogo de esta obra, compuesta por autores varios, que ya lleva cuarenta años de elaboración, cuya temática sigue siendo actual. El prólogo fue redactado por el Pbro. Carlos M. Buela, IVE, y comenta el por qué de la confección de este libro y desarrolla una introducción a su temática. La reproducimos aquí, con el agregado de algunas notas nuestras que buscan actualizar dicho argumento, más algunos subrayados nuestros con el fin de remarcar ciertos aspectos.

Las notas a pie de página son entonces de nuestra autoría.

Pbro. Carlos M Buela, IVE

PROEMIO GALEATO en AA.VV (Caponnetto. Casaubón. Pithod. Buela. García Vieyra. Poradowski. Saraza. Castellani. Caturelli. A. Saenz. R. Saenz. Ferro), La quimera del progresismo, Ed. Cruz y Fierro, Buenos Aires 1981, 387 pp. 

  1. Materia y autores

Hemos reunido en este trabajo algunas conferen­cias que fueron dadas hace un tiempo, y otros es­critos acerca del progresismo cristiano. Tuvimos particular cuidado en buscar la colaboración de pensadores católicos en un muy amplio espectro: Sacerdotes y laicos, del clero diocesano y del re­ligioso, de la capital y del interior, del país y del extranjero, quienes ejercen la docencia y quienes la cura de almas… con el fin de enfocar el fenó­meno progresista con la mayor amplitud posible.
Por razones de espacio, no hemos podido cubrir, un detalle, toda la amplia gama de desviaciones progresistas en los campos: Filosófico, dogmático, moral, ascético-místico, histórico, catequético, ca­nónico, doctrina social, cultural, de vida sacerdotal, religiosa, de matrimonio-familia, medios de comu­nicación social, misionero, apostólico, laical, etc.

Dado el carácter polémico del tema de esta obra consideramos aconsejable anteponer este prólogo previendo los reparos y objeciones que se le puedan poner.

  1. Intenciones

Digamos de entrada nomás, que no estamos con­tra todo progreso ni contra todo progresista; sin ir más lejos yo mismo por razón de oficio y domicilio soy progresista, en efecto, … soy párroco de Villa Progreso (Pcia. de Buenos Aires).[1] No nos ocupare­mos del progreso económico, político, social, cultu­ral, etc., ni tampoco del necesario y urgente pro­greso religioso. Nuestra tarea es muy delimitada, el objetivo es dar cuenta de algunas de las últimas desviaciones que se han dado en materia religiosa y que reciben el nombre ambiguo de progresismo cristiano (cf. Pablo VI, Mensaje a los católicos de Milán, 15/8/1963).
No es necesario decir, y sin embargo lo decimos, que no estamos contra las personas, sino contra el error; que no juzgamos las intenciones ocultas, sino la doctrina manifiesta (cf. Gaudium et Spes, nº 28 b); más aún, pedimos a Dios la gracia de odiar con todas nuestras fuerzas al error, porque mucho debemos amar a los que yerran y nada los amaríamos si no se señalase, valientemente, el error. Asimismo, queremos manifestar que no todos los que se llaman progresistas lo son en el sentido peyorativo y reprobable — que es el que nosotros consideramos — y que aquellos que lo sean, no lo son, necesariamente, en todas y cada una de las desviaciones y errores que señalamos.[2]

  1. Actualidad

A alguno le podrá parecer un intento extempo­ráneo el publicar ahora este libro, habida cuenta de que disminuyó en gran medida la virulencia y la estridencia progresista, como a todas luces es evi­dente. En la Encíclica Redemptor hominis, n° 4 (4/3/1979), afirma S. S. Juan Pablo II que la, Iglesia “se siente interiormente más inmunizada contra los excesos del auto criticismo: se podría decir que es más crí­tica frente a las diversas críticas desconsideradas, que es más resistente respecto a las variadas «nove­dades», pero no hay que olvidarse que el mismo Pontífice, felizmente reinante, enseña que “sería una forma de reticencia no hablar de la crisis que se ha registrado”.[3]

Creemos que la actualidad del progresismo —y por tanto de este libro sobre él— se manifiesta, pal­mariamente, por dos claras razones:

– 1ra.: El hecho de que el progresismo esté lan­guideciendo, por lo menos en la superficie, “no sig­nifica que el efecto moral general o la atmósfera de la herejía desaparezcan…” (Hilaire Belloc), como ha ocurrido con toda herejía. De manera particu­lar, en estos tiempos en que: “El hombre, al haber perdido la visión intelectual de la vida y de sus problemas, se mueve primeramente por motivos emocionales de agrado o desagrado… su posición práctica frente a las cosas ha de considerarse de hecho primera y fundamental, determinando des­pués los juicios y valoraciones especulativas” (Julio Meinvielle, Iglesia y Mundo moderno).[4] La necesidad del Sínodo de Obispos de Holanda, las recien­tes sanciones a Jaques Pohier, a Hans Küng, etc. demuestran que el progresismo no murió del todo.
– 2da.: Aunque el progresismo desaparezca mo­mentáneamente de la faz de la Iglesia, esta herejía está llamada a pervivir. Como el ave fénix ha de resurgir de las cenizas ya que tiene todas las trazas de ser la herejía postrera, que no será otra cosa que la acumulación de todas las anteriores. De ahí que deba ser para nosotros objeto permanente de pro­fundo estudio y, particularmente, de confiada y prolongada oración, porque conocer la gravedad de la misma, poder detectar precisamente sus manifes­taciones, denunciar sus vías de penetración, no obnubilarse con ella, es algo que no lo da la carne ni la sangre, sino el Padre que está en los cielos (cf. Mt 16,17).

¿Acaso Juan Pablo II no nos recordaba reciente­mente: “se han propalado verdaderas y propias herejías …” (6/2/81)? Es conveniente citar el texto con mayor extensión: “Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibili­dad, que los cristianos hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos e incluso desilusio­nados; se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre; se han propalado verdaderas y propias he­rejías, en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones, se ha manipulado incluso la liturgia; inmersos en el «relativismo» in­telectual y moral, y por esto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnos­ticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva” (L’Osservatore Romano del 8 de marzo de 1981, pág. 2).[5]

  1. La falsa dialéctica

Ciertamente que muchos — y no únicamente ma­lintencionados —, por el hecho de que denunciamos con mucha fuerza los errores progresistas, inmedia­tamente, nos han de colocar en la vereda de enfren­te tildándonos de integristas. Eso se realiza así, in­cluso inconscientemente, dado de que muchos son los que están mentalmente presos de la dialéctica marxista, ya que, en la realidad, sólo ven dos ex­tremos, que se atacan y mutuamente excluyen, ne­gando toda otra diferenciación o matiz.
Estamos firmemente convencidos que en la Iglesia Católica se puede, y se debe, ser antiprogresista, sin que, por ello, necesariamente, uno sea integrista. Y creemos esto a pesar de cualquier injusticia con­tra nosotros, a pesar de que nos toque sufrir la conspiración del silencio, en fin, a pesar de todos los pesares.

La mejor confirmación de la licitud y legitimidad eclesial de esta postura la dio, a nuestro entender, S.S. Juan Pablo II ante los Obispos de Francia, cuando dijo: “… se han desarrollado también, con bastante intensidad, ciertas interpretaciones del Va­ticano II que no corresponden a su Magisterio auténtico. Me refiero con ello a las dos tendencias tan conocidas: el «progresismo» y el «integrismo». Unos están siempre impacientes por adaptar incluso el contenido de la fe, la ética cristiana, la liturgia, la organización eclesial, a los cambios de mentali­dades, a las exigencias del ‘mundo’, sin tener en cuenta no sólo el sentido común de los fieles que se sienten desorientados, sino lo esencial de la fe ya definida; las raíces de la Iglesia, su experiencia secular, las normas necesarias para su fidelidad, su unidad, su universalidad. Tienen la obsesión de ‘avanzar’, pero, ¿hasta qué ‘progreso’, en defini­tiva? Otros —haciendo notar determinados abusos que nosotros somos los primeros, evidentemente, en reprobar y corregir — endurecen su postura detenién­dose en un período determinado de la Iglesia, en un determinado plano de formulación teológica o de expresión litúrgica que consideran como absolu­to, sin penetrar suficientemente en su profundo sen­tido, sin considerar la totalidad de la historia y su desarrollo legítimo, asustándose de las cuestiones nuevas, sin admitir en definitiva que el Espíritu de Dios sigue actuando hoy en la Iglesia, con sus pas­tores unidos al Sucesor de Pedro” (Viaje pastoral a Francia, BAC, pág. 92).[6] Comenta esta enseñanza Fray Victorino Rodríguez, O.P., de la siguiente ma­nera: “El hecho de que el Papa mencione seguida­mente las dos actitudes posconciliares inauténticas “progresismo” e “integrismo”, en lógico y natural contraste, no significa, como alguien quiso suponer, que desautorice por igual a ambas, como si fuesen extremismos igualmente vitandos.

Juan Pablo II, reseñando la segunda actitud, la “integrista”, reconoce que ha sido motivada por los abusos del “progresismo”, abusos que el mismo Papa reprueba igualmente y trata de corregir. Si se limitasen a rechazar los abusos progresistas, sin cerrarse a un sano y auténtico progreso teológico y litúrgico, no tendrían por qué ser censurados con fundamento real, aunque, por el mero hecho de ser antiprogresistas, se les tildara de retrógrados, debido a la fácil dialéctica de los contrastes. La verdad es que se puede ser antiprogresista sin ser integrista, en el sentido peyorativo de los térmi­nos”. De lo cual, nos da ejemplo eminente el Papa. “Por otra parte — prosi­gue el P. V. Rodríguez — las aberraciones “progre­sistas” a que hace alusión el Papa afectan al “con­tenido de la fe”, a “lo esencial de la fe ya definida”, mientras que el defecto de los “integristas” consiste en aferrarse excesivamente a “formulaciones teoló­gicas” o a “expresiones litúrgicas” de una época, concediéndoles un valor absoluto que no tienen. Y es claro que no merecen idéntica descalificación (ni objetivamente ni en el contexto del discurso del Papa) ambas actitudes: no es lo mismo recha­zar el contenido esencial y perenne de la fe que rechazar nuevas formulaciones teológicas o las no­vedades litúrgicas; no es lo mismo la sustancia que el accidente” (Iglesia-Mundo, n° 203).[7] Más aún, tanto al hablar del discerni­miento que han de practicar los obispos como cuan­do habla del diálogo, apunta el Papa a las confu­siones y abusos del “progresismo”.
De modo tal que de ese discurso del Papa re­sulta que las características del diálogo de los pro­fetas del progreso en la Iglesia son, en resumidas cuentas:

1 — el indiferentismo dogmático,
2 — la confusión de conceptos esenciales,
3 — la velación del propio credo,
4 — la absolutización del hombre o antropocentrismo,
5 — configurarse a este mundo,
6 — tendencia a la secularización y laicización,
7 — el compromiso sociopolítico con sistemas cuyos principios son incompatibles con la fe,
8 — pérdida del sentido sobrenatural de la fe,
9 — falta de respeto al sensus fidelium,
10 — menosprecio a la tradición secular de la Iglesia.

Estos diez puntos los resumo, con el Papa, en “la obsesión de avanzar, pero, ¿hacia qué progreso en definitiva?” Vale para ellos la máxima de San Agustín: qui extra viam currit inaniter currit. Cuan­do oigo hablar de diálogo y apertura, suelo pre­guntar: ¿Apertura para completar y colmar o para perder y vaciarse? ¿Apertura o desfondamiento?

  1. La línea media

No faltarán tampoco quienes nos llamen “línea media” porque no estamos con ellos. A los tales les recordamos que somos nosotros los que así los consideramos a ellos porque son in­capaces de superar la dialéctica, porque actúan por reacción, porque relativizan la función y misión del Romano Pontífice, porque no se consideran obligados por el Magisterio ordinario del Concilio Vaticano II, porque toman la norma remota de la fe — la Tradición — por la norma próxima lo cual los constituye a ellos en magisterio supremo (o sea, paralelo), porque no se juegan del todo por la fe católica y terminan siendo una secta (o, mejor di­cho, muchas sectas).[8]

“Línea media” o “pasteleros” son los que se po­nen en el medio entre la verdad y el error, o el bien y el mal…; o los que creen que las virtudes teologales están en el medio, o los que se olvidan que las virtudes morales están en el medio. No son “línea media” los que se sitúan a distancia de errores contrapuestos, ni los que tratan de vivir en los extremos de la fe, la esperanza y la caridad; ni los que actúan dejando de lado los vicios, por exceso o por defecto, que destruyen la virtudes morales; ni aquellos que fieles a las enseñanzas y ejemplos de los santos de todos los tiempos lu­chan por ser fieles a la única roca sobre la que Cristo construyó su única Iglesia: creyendo “que lo blanco que yo veo, es negro, si la Iglesia Jerár­quica así lo determina” (San Ignacio de Loyola).

¿Han sido acaso “línea media” los Santos Padres que rechazaron los errores contrapuestos del monarquianismo y el triteísmo, el arrianismo y el docetismo, el monofisismo y el nestorianismo? ¿O lo fueron quienes denunciaron al fideísmo y al racio­nalismo, al quietismo y al activismo, al carismatismo y al burocratismo, al liberalismo y al marxis­mo, al angelismo y al temporalismo? ¿Lo seremos entonces quienes rechazamos la “sola Escritura” (protestantismo) y la “sola Tradición”, quienes es­tamos contra los que quieren cambiar todo y con­tra los que no quieren cambiar nada, ¿contra el “progresismo” y contra el “integrismo”?[9]

  1. La división

No faltará tampoco quien afirme que dividimos a la Iglesia, que al denunciar al progresismo aten­tamos contra la unidad, A los tales recordamos que es falsa la pretendida unidad a costa de la verdad y que no puede lograrse la unidad en el amor si antes no se logra en la verdad, análogamente a como en la Santísima Trinidad, a nuestro modo de entender, primero es la procesión del Verbo y luego la espiración del Espíritu Santo. Por eso recordaba Juan Pablo II en Puebla: “Además de la unidad en la caridad, nos urge siempre la unidad en la verdad”.

Creemos que es profundamente pastoral la preo­cupación del Santo Padre manifestada a los Obis­pos  alemanes: “Dos clases de personas quisiera encomendar especialmente a vuestro cuidado pastoral: aque­llos que, de las orientaciones del Concilio Vati­cano II, han sacado la falsa conclusión de que el diálogo en que ha entrado la Iglesia es incom­patible con la clara obligatoriedad de las ense­ñanzas y normas eclesiales, y con la plena potes­tad de la indeclinable función jerárquica fundada en la misión dada por Cristo a la Iglesia. Mos­trad que las dos cosas son compatibles: fidelidad a la misión indeclinable y proximidad a los hom­bres, con sus experiencias y preguntas.

Los otros son aquellos que — en parte porque han extraído consecuencias impropias o apresu­radas del Concilio Vaticano II — ya no encuen­tran en la Iglesia de hoy su hogar, o incluso amenazan separarse de ella. Aquí se trata de anunciar a estos hombres, con toda decisión y, a la vez, con todo tacto, que la Iglesia del Concilio Vaticano II y la del Vaticano I y del Tridentino y de los primeros Concilios es una y la misma” (Viaje pastoral a Alemania, BAC, pág. 131 y 132).[10]

En consonancia con este pedido, creemos que, a pesar de nuestra limitación, damos testimonio con nuestras vidas, frente a unos y a otros. A unos, mos­trándoles que no es incompatible la firmeza en la doctrina con la más cálida y entusiasmante cer­canía pastoral, de manera multiforme. A los otros, al denunciar las desviaciones progresistas les mos­tramos que no ha cambiado — ni jamás podrá cam­biar — la fe de siempre, que hay graves problemas de mucho antes del Vaticano II, que éste es absolu­ta y totalmente compatible con los 20 Concilios an­teriores y que puede ser interpretado correctamente a la luz del Magisterio eclesiástico de todos los tiempos, que el gran problema desde la época de Cristo, en todas las tendencias, es el fariseísmo. Y si en los que colaboramos en este libro, por razón de nuestras imperfecciones y pecados, queda velado este testimonio, los invitamos a levantar la vista y ver el insigne ejemplo que nos dejaron los Padres Julio Meinvielle y Leonardo Castellani, de quienes muchos nos consideramos hijos espirituales. Pocos como ellos, manteniendo la fe de nuestros padres, trabajaron tanto por la legítima y urgente renova­ción de la Iglesia.

Nuestro deseo no es echar vinagre en las heridas de nadie, sino, como el buen samaritano, luego de limpiarlas, suavizarlas con aceite. Todos los días rezamos, en la Santa Misa, por la unidad de la Iglesia y entendemos trabajar por ella.

  1. El título

Adjetivamos al progresismo de quimera porque “lo propio de un sistema quimérico son especial­mente dos cosas: que no congenie con los seres reales y que esté compuesto por elementos ideales tales que no sólo no conspiren armónicamente hacia el fin propuesto, sino que sirvan más bien para su destrucción y muerte” (Card. Luis Billot, El libe­ralismo). Estos dos elementos se dan, por antono­masia, en el progresismo porque no concuerda absolutamente con los seres de carne y huesos exis­tentes — en especial, por su olvido del pecado origi­nal — y porque tiende a frenar y dar muerte al sano y necesario progreso de la Iglesia Católica: “Los progresistas son los sepultureros del verdadero progreso” (D. Von Hildebrands, El Caballo de Troya en la Ciudad de Dios). El progresismo es una utopía por ser quimérico y es una antífrasis porque produce lo contrario de lo que su nombre significa.
En fin, en el progresista total, la esclavitud de la inmanencia que lo lleva a la teofagía, ineluctable­mente, lo empuja a la antropofagia de un huma­nismo horro de trascendencia. Por ser los frutos tan desastrosos busca disfrazarlos con el ropaje florido de lindas palabras y el sentimentalismo dulzón de híbridas componendas. Aumenta la triste situación el hecho de que permanentemente se “da manija” a sí mismo.

  1. Ofrenda

Como estamos convencidos y hemos tratado de demostrarlo en nuestra ponencia del 1er. Congreso Mundial de Filosofía Cristiana (ver La Filosofía del Cristiano, hoy, tomo II, pág. 507-518), que la raíz profunda de las desviaciones progresistas está en la defectuosa inteligencia del misterio augusto del Verbo Encarnado, ponemos este libro en las manos amorosas de la Santísima Virgen María, Es­trella de la Evangelización, para que guíe a sus lectores al recto conocimiento y amor verdadero de Jesucristo, su Hijo, el único que “tiene palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

Pbro. Carlos Miguel Buela
Villa Progreso, Pascua del Espíritu Santo, junio 7 de 1981.

El proemio en la página original: Aquí

[1] Fue párroco de dicha parroquia por algunos años hasta marzo de 1984.

[2] El autor de este artículo posee también otro describiendo la esencia del modernismo y del progresismo cristiano: C. M. Buela, El progresismo cristiano (1/8/2014), especialmente los puntos 3,4 y 5 [en: https://tomasdeaquino.org/el-progresismo-cristiano-por-p-carlos-m-buela-ive/ (consultado el 30/1/2022)].

[3] Cfr. SS. Juan Pablo II, Discurso del santo padre Juan Pablo II a los profesores, superiores y alumnos de los centros romanos de estudios académicos (4/4/1979) [https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1979/april/documents/hf_jp-ii_spe_19790404_ist-educ-catt-roma.html] (consultado el 2/2/2022). Evidentemente, las palabras del Papa hay que entenderlas en el contexto en que habla, al inicio del que sería su glorioso pontificado. La crisis de la cual habla ha regresado, ciertamente, y en una forma mucho más peligrosa y desintegradora que la que antes supo tener.

[4] Cfr. Julio Meinvielle, Iglesia y Mundo moderno, ed. Theoria, Buenos Aires 11966 (©ed. Digital dirigida por R.P. Arturo A. Ruiz Freites, IVE, Segni 2008), 4.

[5] SS. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el congreso nacional italiano sobre el tema «misiones al pueblo para los años 80» (6/2/1981), 2 [https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1981/february/documents/hf_jp-ii_spe_19810206_missioni.html] (consultado el 5/2/2022).

[6] Cfr. SS. Juan Pablo II, Alocución a la Conferencia Episcopal Francesa en el Seminario Issy-les-Moulienaux (1/6/1980), 2 [https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1980/june/documents/hf_jp-ii_spe_19800601_vescovi-francia.html] (consultado el 5/2/2022).

[7] Cfr. R.P. Victorino Rodríguez, O.P., El progresismo denunciado por el Papa ante los obispos de Francia, Iglesia-Mundo 203 (1980), 10-11.

[8] El padre se refiere sobre todo al movimiento de seguidores de Monseñor Lefebvre, claramente identificados hoy como agrupados en la Fraternidad San Pío X. Hoy día han exagerado sus posiciones; ya no consideran a otros como ‘línea media’ sino que incluso los demonizan y consideran heréticos, ya que piensan que todo el que celebra la Misa según el Novum Ordo Missae está fuera de la tradición, a la que siempre interpretan de modo totalmente subjetivo y absoluto. Pero hoy no están solos; existen muchos seudo tradicionalistas, en parte azuzados por la situación que se vive en la Iglesia (que es hoy peor que aquella denunciada en el artículo), que en el afán de rechazar el error rechazan también todos los matices de la verdad que según ellos, suponen ‘a priori’ que no pueden admitirse: Rechazan el verdadero ecumenismo, el verdadero sentido de misión, iniciativas pastorales diversas – las que no le parecen formales o seguras -, la celebración digna de la misa según el nuevo rito, y sobre todo, la posibilidad de incidir en el mundo moderno parta tratar de convertir con misericordia a los extraviados. Han desarrollado también, en los últimos tiempos, una fobia muy grande contra todas aquellas congregaciones y grupos religiosos que son florecientes en número y calidad de vocaciones, pero no comparten sus esquemas estrechos y estériles. Contra estos se vuelven especialmente violentos, sin dudar de recurrir a la difamación y a la calumnia, haciéndose en esto totalmente iguales a los progresistas [nota nuestra].

[9] En el fondo, el integrismo falla en su comprensión sobre el misterio del Verbo Encarnado, porque no saben enseñorear la realidad con el espíritu de Jesucristo, del cual carecen. Falla también en su visión metafísica de la realidad, porque – al igual que el progresismo – confunde conceptos esenciales y las mismas esencias. Como decía el padre Rodríguez – a quien hemos ya citado -: “no es lo mismo la sustancia que el accidente”, pero ellos no los saben distinguir [nota nuestra].

[10] Cfr. SS. Juan Pablo II, Alocución a la conferencia episcopal alemana (17/11/2022), 5 [https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1980/november/documents/hf_jp_ii_spe_19801118_conferenza-episcopale.html] (consultado el 26/2/2022).

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