Pilar Rahola: S.O.S. CRISTIANOS: la persecución de los cristianos en el mundo de hoy, una realidad silenciada; ediciones Destino – Planeta (Imago Mundi 288; Barcelona, 2018), 461 págs.
Pilar Rahola es una ensayista y periodista catalana, de gran renombre en nuestros días, que escribe habitualmente en periódicos como La Vanguardia y El País, entre otros. No es creyente, sino que se considera racionalista y partidaria, en sus palabras, de la “concepción del respeto y de los valores de la sociedad moderna”. En ese sentido, ha tratado de observar una gran coherencia entre su pensamiento y sus obras, como cuando critica en su libro la cristianofobia (fobia contra el cristianismo, y especialmente contra el catolicismo) que se ha instalado en gran parte de la sociedad moderna, mientras se busca, por otra parte, ser casi totalmente condescendiente con el islamismo, incluso con las modalidades más aberrantes con las cuales últimamente se ha manifestado, como sostiene en el último capítulo de esta obra.
Ha sido su preocupación por los derechos y libertades de la mujer, en especial en el mundo musulmán y en otras culturas, la que la llevó a incursionar poco a poco en el complejo fenómeno de las faltas de libertades y de otros derechos que observamos actualmente en gran parte del mundo – fenómeno que ha tenido un crecimiento exponencial en las últimas décadas -, y a través de la cual descubrirá que las principales violaciones se dan respecto a la libertad de culto, y que los mayores atentados se dan contra la religión cristiana, en sus diversas manifestaciones.
En el denunciar estos fenómenos la autora es decididamente valiente, sincera, dando muestras además de una gran competencia y profesionalismo en el modo concreto de encarar su trabajo: Una presentación exhaustiva y muy bien detallada, a la par que actualizada, de todos los datos, cifras, nombres y otros elementos que corroboran la veracidad y las particularidades de todos las persecuciones y asesinatos sufridos por los cristianos. Nosotros no podemos dejar de expresar, como creemos que es lógico, cierto desacuerdo con algunas afirmaciones e incluso con la visión de fondo del problema, pero lo haremos al final, sin dejar de destacar los reconocidos logros de esta obra.
Después de un repaso descriptivo de las tres familias más importantes del cristianismo actual: La católica, la ortodoxa y la protestante, con sus innumerables variantes e iglesias autónomas (sobre todo en Oriente, que es la realidad sobre la cual el público general conoce menos), Rahola comienza a delinear lo que llama “el mapa de la represión” (p. 89). Se fundamenta en varias obras importantes aparecidas ya a finales del siglo XX, que recuerdan ese terrible siglo de persecución[1], y para los años transcurridos de este actual siglo XXI, sobre todo en estudios muy actuales de varios institutos de investigación, como el Pew Research center, el Center for the study of Global Christianity, el informe World Watch list, lista recopilada anualmente por la organización Open Doors, informe auditado de manera independiente por el International Institute for Religious freedom. Para 2017, este informe estimó, entre otros datos alarmantes, que “doscientos quince millones de cristianos (uno de cada doce en el mundo), repartidos en cincuenta países, sufren un altísimo nivel de persecución que, lejos de bajar, empeora exponencialmente” (p. 96).
El primero de los capítulos donde analiza en detalle las persecuciones contra los cristianos está dedicado a Corea del Norte, que aparece primero en la lista de los países perseguidores y en los cuales es peligroso para los cristianos vivir, según los informes antes citados, país en donde las violaciones contra la libertad de religión o creencia son, sin parangón, las peores del mundo (cfr. p. 107). Un segundo caso analizado es el de la India, donde las persecuciones contra los cristianos han ido en aumento progresivo, sobre todo desde la llegada del partido hinduista al poder.
La lista sigue con la exposición de los cristianos en las llamadas “tierras de Alá” (a partir de p. 131), o sea en los países de mayoría musulmana. Cabe destacar que, en muchos de esos países, los cristianos son perseguidos no en virtud de conflictos internos o guerras civiles, sino de interpretaciones más o menos rígidas, oficiales o a nivel familiar, de la llamada sharia o ley coránica, que ha totalmente transformado el sistema de leyes civiles en muchos países, y ha reducido a los cristianos y a otras minorías religiosas, al nivel de las catacumbas y persecuciones de los primeros siglos. El primer caso analizado es el de Somalia (p. 169), el segundo país más peligroso para los cristianos en el mundo, y donde estos ya casi no existen. Siguen en la lista Afganistán, Sudán e Irán, cuyas situaciones son analizadas en sendos y bien documentados apartados. El caso de Pakistán merece ser tratado de modo particular, y así se lo hace en un capítulo aparte (a partir de p. 205), debido a la “ley contra la blasfemia”, que rige en dicho país ya desde hace varios años. Está contemplada en el Código Penal, pero su formulación es tan indefinida, que permite un abanico de interpretaciones para justificar castigos por motivos de fe, o a menudo incluso por motivos familiares, rencillas entre vecinos, etc. El caso más resonante ha sido, y aún lo es, el de Asia Bibi (p. 219), mujer cristiana pakistaní y madre de familia, quien aún está en la cárcel esperando los resultados de la apelación a la Corte suprema para su liberación. De más está decir que los jueces en dicho país no se atreven a emitir la sentencia de inocencia, para no sufrir ellos mismos las represalias, con las que han sido varias veces amenazados. Dos funcionarios importantes del gobierno, de hecho, han sido muertos por haberse rebelado contra los abusos de la ley contra la blasfemia: El ministro de Asuntos de las minorías religiosas, Shahbaz Bhatti, único católico en el gobierno pakistaní en su momento, y el gobernador del Punyab, Salman Taseer, ambos asesinados (p. 222).
La autora trata de modo separado las terribles vejaciones, torturas y asesinatos que los cristianos han sufrido por causa del yihadismo, es decir, los movimientos terroristas de inspiración salafista que someten a cristianos y a otras minorías a las barbaries más crueles, sobre todo en los países musulmanes. Además de describir las barbaries yihadistas en algunos lugares precisos (como contra los coptos de Egipto, por ejemplo), la autora dedica también un capítulo (a partir de p. 259) a la descripción del fenómeno y de su génesis histórica, en especial la del movimiento de los Hermanos Musulmanes, que nacido en Egipto, tuvo gran influencia en el mundo musulmán y en el ideario yihadista, especialmente por sus interpretaciones del Corán y de las tradiciones islámicas. A pesar de la exhaustiva y bien documentada presentación, creemos que la autora deja ya aquí traslucir algunos de sus puntos débiles: Consideramos, en primer lugar, que no queda bien subrayada la directa relación que todas las monarquías del Golfo (incluida las más ligadas a Occidente) han tenido con el armado directo del yihadismo. Si se dice, en el capítulo dedicado a Arabia Saudita, que nosotros (Occidente) continuamos comerciando y dándole la mano a este reino que es uno de los principales inspiradores del salafismo y trasgresor de toda clase de derechos humanos, incluida la libertad religiosa. Existe sí una mención explícita del Qatar, que ha sido también denunciado este último año por las otras monarquías del Golfo pérsico,[2] pero no se subraya que los países de la OTAN y filo occidentales han ayudado al yihadismo,[3] incluso con armamento militar y apoyo logístico y humanitario, como lo demuestran las armas encontradas en posesión de dichos grupos en las áreas reconquistadas en Siria por el gobierno central, armamento americano e israelí en algunos casos (sobre Israel los juicios de autora suelen siempre asombrosamente benévolos)[4], y el apoyo que Turquía (miembro de la OTAN), ha dado directamente al Frente al Nusra, notorio grupo yihadista (no mencionado por la autora) durante muchos años, mientras esto convino a sus intereses.[5] Creemos que tampoco termina de entender bien, pese a su cuidadosa investigación y buena voluntad respecto a denunciar los abusos que se cometen en gran parte del mundo musulmán, cual es el problema de fondo del Islam y de sus fuentes, que no es sólo un problema de interpretación. La frase de la que es portadora: “El problema no es el Corán, porque la Biblia también presenta numerosos ejemplos de incitación a la violencia, sino la interpretación moderna del texto sagrado, que es donde radica el gran problema que sufrimos en la actualidad” (p. 333), es inexacta, a la par que desafortunada, y revela una gran ignorancia del Corán (y de la Biblia, por supuesto), al tiempo que de la tradición e historia musulmanas. En efecto, ambos textos sagrados no son comparables. La interpretación fundamentalista moderna del Corán se basa en la escuela jurídica conocida como hanbalismo (de Ibn al Hanbal, del siglo IX de nuestra era), y se ha podido imponer sobre otras justamente a causa del fundamento permanente que encuentra en las fuentes islámicas, en especial en el Corán mismo.
Queremos concluir con un pequeño análisis del capítulo final del libro, titulado La cristianofobia sutil: La autora reconoce que existe una fobia contra el cristianismo – y en especial contra el catolicismo – arraigada fuertemente en el Occidente moderno, llegando incluso hasta al insulto soez y casi permanente, contra el cual reacciona con fuerza y con una buena dosis de ironía (retándolos a que lo intenten contra los líderes o valores musulmanes, por ejemplo). Creemos que es muy sincera en su intención, siendo su programa: “Mi racionalismo militante me impide creer en Dios, pero mi ética no me impide respetar a los creyentes” (p. 429). A su juicio, tres son los factores que han dado pie a dicha cristianofobia: La memoria del poder (se refiere al recuerdo del poder político y cultural ejercido en otros tiempos por la Iglesia y príncipes cristianos), la imposición de la ‘corrección política’, y el menosprecio hacia la espiritualidad. A mi modo de ver, aquí también se perfila una debilidad en la prolija exposición de Rahola. Estos tres factores representan más bien tendencias o corrientes de pensar, no instituciones en sí mismas; la pregunta que debería uno hacerse es entonces: ¿Quién los encarna?; ¿Quién los lleva adelante y los promueve?
Vayamos al segundo de ellos. Pilar nos ofrece una clarificación con la cual coincidimos plenamente: “La nueva religión del poder no es ciertamente el catolicismo, sino lo políticamente correcto” (p. 438). Es cierto, pero he aquí que nuestra sorpresa parece llegar a su culmen cuando la autora señala la siguiente contradicción: “Lo políticamente correcto ha ayudado, sin duda, a crear un relato en contra de los grandes estigmas sociales, la xenofobia, la homofobia, la misoginia, el antisemitismo, la islamofobia… pero, sorprendentemente, no ha ayudado a combatir la cristianofobia, sino toda lo contrario: la ha incentivado” (p. 436). A nuestro entender, la pregunta que se impone con obviedad es: ¿Por qué sólo no ha funcionado dicho relato con el cristianismo, en particular con el catolicismo, sino que incluso ha funcionado al contrario? Hay que tener en cuenta además, que hace ya tiempo que ni la Iglesia ni las pautas culturales cristianas son factores de poder, y que cualquiera, como reconoce la autora en varios pasajes de su obra, puede burlarse de ellas con facilidad. La única respuesta que se nos ocurre es la siguiente: Lo políticamente correcto no es un sino ni una fatalidad, ni una corriente necesaria de la historia, sino que es una tendencia cuyas tácticas están cuidadosamente pensadas por los que gobiernan los areópagos culturales, los medios de comunicación, muchísimas instituciones internacionales y no pocos gobiernos, especialmente de Occidente, y todo parece indicar que dichas tácticas, bien coordinadas por cierto, obedecen a una sola cabeza o a pocas de ellas, las que a su vez se ponen de acuerdo entre sí para llevar aquellas adelante, aun cuando aún no lo controlen todo ni su influjo sea aun total en todas las naciones.
La autora reconoce que el cristianismo y sus valores son el anclaje que nos ligan a siglos de historia, sin los cuales quedamos a la deriva (cfr. pp. 439-440). Además, tal rechazo a dichos valores nos empobrecen como sociedad. Para Rahola, esto es un capítulo más de la dialéctica entre la ética de la razón, inspirada por Kant (a quien la autora admira como padre de la filosofía occidental), y la cristiana, y de la pregunta de si pueden coexistir o complementarse. Para aquella, Kant dejó en claro que sólo la razón puede llevar a una ética universal. Pero, paradójicamente, la autora también reconoce que la Ilustración, la corriente racionalista más fuerte que la humanidad ha conocido hasta ahora, fracasó en dicho intento (cfr. p. 407 y 444). Habría entonces que dudar seriamente de la omnipotencia de la razón humana en su condición actual, cosa que Rahola parece entrever en cierto momento, aunque sólo deja abierta la pregunta.
Para los católicos, la solución pasa no por Kant sino por la filosofía del ser, que parte de la realidad la cual se impone al conocimiento humano, aunque el hombre puede asimilarla, y en parte racionalizarla, o sea, conocer sus leyes, su funcionamiento, también sus debilidades, sacar conclusiones. Algo de esto había comenzado a existir en el ápice de la filosofía griega (Aristóteles), pero adquirió su verdadero valor con la metafísica cristiana desarrollada por Tomás de Aquino. De allí surge también la plena armonía entre Fe y razón, entre revelación y verdades adquiridas por conocimiento natural, conservando cada ámbito su plena autonomía, pero intercambiándose en un diálogo fecundo. Esto nos enseña la realidad del hombre caído, cuyas terribles consecuencias las experimentan incluso los que adoran otros dioses, o los que no adoran ninguno. Nos enseña también que hay una sola solución para dicha caída, y es el aceptar la Revelación cristiana que trasmite y custodia todos esos valores que Rahola señala en su libro y muchos más, independientemente del error de los hombres encargados de llevarlos a la práctica. Son esos valores, aunque no desvinculados de la Fe y de la trascendencia, los que poco a poco, pueden mejorar este mundo, si hay buena voluntad para aceptarlos.
Todo otro camino solo conduce, al máximo, a un análisis y descripción bastante bien hechos de la situación actual y de sus terribles falencias, como Pilar hace en su libro, pero no nos dice el por qué, y lo que es peor, no nos da soluciones. En el fondo, por más bien que se redacte, una conclusión racionalista no supera los límites de la superficialidad. Los mártires cristianos son ejemplos de muchos valores, señalados en el libro, pero sobre todo nos invitan a no ser superficiales y a ser humildes, incluso intelectualmente, y ese llamado es para todos, no sólo para los creyentes.
P. Carlos D. Pereira, IVE
[1] Las de Paul Marshall y Lela Gilbert, John Allen, Andrea Riccardi, entre otros.
[2] Sobre el Qatar y sus intereses: https://actualidad.rt.com/actualidad/200433-robert-kennedy-estado-islamico-gas-catar-eeuu; https://elpais.com/internacional/2016/08/13/actualidad/1471076442_501679.html
[3] Cfr. http://periodicotribuna.com.ar/17124-isis-y-al-qaeda-esto-no-quieren-que-sepas.html y http://desarrolloydefensa.blogspot.it/2015/11/isis-y-al-qaeda-esto-no-quieren-que.html.
[4] Cfr. https://mundo.sputniknews.com/orientemedio/201804071077691102-munciones-daech-israel-otan/
[5] Todos estos temas han sido bien señalados por el periodista italiano Gian Micalessin, en su libro I Fratelli traditi, Cairo ed., Milano 2018; quien fue testigo directo estando en el escenario de combate, en Siria, en varias oportunidades.