¿Por qué defender la historicidad de los evangelios?

Los cuatro evangelistas

Los cuatro evangelistas

    Citamos, en gran medida, el capítulo introducción del libro: I vangeli sono dei reportages, (Los evangelios son reportaciones históricas) de Marie – Christine Ceruti – Cendrier (original en francés); edición italiana publicada por Mime p- Docete, 2008, Pessano con Bornago, 368 páginas.

     «Los seminarios están vacíos. ¿De quién es la culpa? Un sacerdote me decía una vez que uno de sus amigos (pero estoy convencido que hablaba de sí mismo), había inducido a tres muchachos a entrar al seminario. Allí fueron formados en la doctrina del “simbolismo de los Evangelios”, de un Jesús que fue tomado por Dios (pero no lo era), de la inexistencia de los fines últimos y todas esas tonterías. En el lapso de un año ya estaban fuera. ¿Y otros religiosos de los que me habló un seminarista? Sometidos al mismo tratamiento de desintoxicación, han perdido la Fe y ahora odian a nuestro Señor y a la Iglesia por haberles hecho perder la juventud y todas sus vidas (Nota personal: Esto ha sido una constante en muchos seminarios y conventos de Europa – aunque no sólo de Europa- durante más de treinta años, y aún lo es, en gran medida).

            Es inútil decir, como se escucha a veces, que: “Si la vocación no resiste a todo eso, si la Fe no sobrevive pese a todo ello, entonces se trataba de una vocación muy pobre, de una fe muy pobre”. ¿Pero, por quién creen que nos han tomado? Pareciera que por seres privados de razón que deben decir, a la manera de los fideístas:[1] “Yo creo, yo creo,” aun cuando sus mentes y sus inteligencias se vean absolutamente martilladas a cada momento por los ataques contra esta Fe, ataques falaces, contra los cuales no existe ningún arma. Se coloca total empeño, de hecho, para eliminar todo lo que nos puede ayudar a creer, todo lo que habla a la sensibilidad y la inteligencia».

            Por el contrario, el Evangelio mismo muestra cómo sea intención directa, bien de parte de Jesús que de los evangelistas, el presentar las profecías y los milagros narrados en los evangelios como “prueba apologética” de la Fe, es decir, ‘para que se crea’ y no que se crea de cualquier modo, sino en Jesús como el Mesías (enviado) por Dios y como hijo de Dios que murió y resucitó. Así lo expresa claramente el primer final del Evangelio de Juan: Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.  Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre (Juan 20, 30-31). En el evangelio de Juan particular, el término “señales” o “signos” indican los milagros de Jesús – como en Caná de Galilea, “el primero de los signos” – y se dice explícitamente que estos se reportan “para que creáis”, o sea, con el fin de creer. Es natural para los seres humanos el creer “a partir de” ciertos signos, aun cuando estos, no siendo absolutamente evidentes para los lectores posteriores, no eliminan ni el mérito ni la necesidad de la fe.

            Otros textos: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en el Padre (Jn 10, 37-38). Y se pone de relieve la responsabilidad moral para creer que tienen aquellos que han asistido a los milagros y que se negaron a creer: “¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que en vestidos ásperos y ceniza se habrían arrepentido. Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón que para vosotras (Mt 11, 21-22). Si yo no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto, y me han odiado a mí y a mi Padre. (Jn 15,24)

            Continúa la profesora Cendrier: «Los que creemos en su historicidad somos tratados al mismo tiempo de exaltados y timoratos. Es extraño, pero es así. Por lo tanto, decidí probar que la razón y el equilibrio están de nuestro lado, que aquellos que nos tratan como si fuéramos unos cobardes, aferrados, radicados a valores a los cuales no queremos renunciar, son los que verdaderamente tienen miedo, en realidad, ya que no aceptan de jugar el juego limpio. Juegan ellos al escondite, buscan frases ambiguas, para poder decir que una cosa puede ser sí misma y su opuesto. Y entonces tiemblan frente a sus oponentes. Apenas se alza la voz de uno de ellos, hacen todo lo posible de su parte para hacerla callar.

            Puedo decir que en todos los cursos de formación para catequistas y diversos cursos de teología a los que asistí, la táctica contra mí ha sido siempre el tratar de reducirme al silencio, bien sea no dándome la palabra o bien intentando ridiculizarme, o bien echándome, o bien ofendiéndome – pero más a menudo tratándome con desprecio, como “una simple madre, un ama de casa, que por supuesto no puede saber nada de estas cosas” (los argumentos pueden cambiar dependiendo de a quién debe ridiculizar – nota nuestra). He visto y experimentado que no era la única en sufrir este tipo de tratamiento, que esa era la norma (…)

         ¡Si sólo nuestros sacerdotes tuviesen acceso a una formación sana y verdadera! Si verdaderamente se les enseñasen los dogmas como verdades de fe que deben ser creídas y sin creer a aquellos que quizás sean gente buena, pero ciertamente no son buenos católicos; si sólo se enseñase a resistir a la “desmitificación”… Pero, ¿qué significa este neologismo algo bárbaro? Para nuestros adversarios, las Escrituras, los Evangelios en primer lugar, son una sarta de mitos. Por lo tanto debemos “desmitificar” todo, descubrir la verdad bajo este amasijo de leyendas. Está claro que la verdad que saldrá a la luz después de un tal proceso, se reduce a menos que nada. Por lo tanto, nosotros no debemos confundirnos: Aquello que yo llamo (y no estoy sola, uso su vocabulario) un “desmitificador”, es en realidad, un “mistificador”, es decir, un hombre o una mujer, que hace del Evangelio y de la Biblia en general, un montón de mitos.

           Otra cosa, hay que tratar de no dejarse desbancar. Si vuestro interlocutor le dice: “¡Qué fortuna que no exista hoy la Inquisición, o ya hubiera quemado en la hoguera!” (o tal vez: “hubiera mandado a todos en la hoguera!”), esto demuestra que están ya disparando sus últimos cartuchos y ya no saben que más argumentos utilizar. Seguramente que él sí, que lo pondría con placer en la hoguera, y por eso habla así.

            Si hacen mención a la Caridad, sobre la cual uno no daría pruebas sólo por querer poner las cosas en su lugar, no se asuste. No los refute hablando de la paja y las vigas en el ojo; sería inútil. Diles simplemente que no pueden mentir o hacerse los hipócritas en nombre de la caridad; la caridad primera consiste en respetar la verdad, especialmente aquella que proviene de Dios. Y si te preguntan: “¿Qué es verdad?”, háblales entonces de Poncio Pilatos…»

         Queremos presentar entonces, en esta nueva sección, poco a poco una serie de elementos simples, que nos permitan asegurar, una vez más, que los Evangelios canónicos (los cuatro) son testimonios reales e históricos, de un Jesús que también es verdadero e histórico, y que ha efectivamente obrado todo lo que nos ha sido transmitido por la historia, por nosotros y por nuestra salvación. No hay ninguna otra vía para aquellos que así lo han conocido.

 

[1] El fideísmo, nacido en ambiente protestante, es la actitud de quien sostiene que es posible y se debe creer como solo acto de voluntad (o de los afectos), aún contra toda evidencia racional, y aún si racionalmente se presentara como absurdo el contenido a creer. Tuvo mucho influjo en ambientes protestantes, especialmente puritanos, donde se rechaza toda posibilidad de la razón de llegar al conocimiento de la verdad o de la existencia de Dios. También tuvo – y tiene- gran influencia en muchas corrientes islámicas.

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