El totalitarismo y las cinco etapas de deshumanización

El totalitarismo y las cinco etapas de deshumanización [1]

Por Christiaan W. J. M. Alting von Geusau

La siguiente es una traducción en español, “libre y no producida ni revisada por el autor”, del original aparecido en: browstone.org , cuyo título original es: Totalitarianism and the Five Stages of Dehumanization (link: https://brownstone.org/articles/totalitarianism-and-the-five-stages-of-dehumanization/). La publicamos con permiso y con las aclaración antedicha según expresa indicación del autor. Buena lectura.

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Totalitarianism and the Five Stages of DehumanizationLa obra seminal de Hannah Arendt Los orígenes del totalitarismo (1948) es una lectura aleccionadora en el mundo que vemos desarrollarse a nuestro alrededor en el año 2021. En efecto, nos encontramos en un callejón sin salida de proporciones épicas en el que está en juego la esencia de lo que significa ser humano. “El intento totalitario de conquista y dominación global ha sido la salida destructiva de todos los impases. Su victoria puede coincidir con la destrucción de la humanidad; allí donde ha gobernado, ha empezado a destruir la esencia del hombre”. – Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, publicado por primera vez en 1948

Aunque es difícil afirmar que -al menos en Occidente- nos encontremos de nuevo bajo el yugo de regímenes totalitarios comparables a los que tan bien conocemos del siglo XX, no cabe duda de que nos enfrentamos a un paradigma global que hace aflorar tendencias totalitarias en constante expansión, y que ni siquiera tienen por qué ser planificadas de forma intencionada o maliciosa.

Como veremos más adelante, los impulsores modernos de tales tendencias totalitarias están en su mayoría convencidos -con el apoyo de las masas- de que están haciendo lo correcto porque afirman saber lo que es mejor para el pueblo en una época de crisis existencial. El totalitarismo es una ideología política que puede extenderse fácilmente en la sociedad sin que gran parte de la población se dé cuenta al principio y antes de que sea demasiado tarde. En su libro, Hannah Arendt describe meticulosamente la génesis de los movimientos totalitarios que acabaron convirtiéndose en los regímenes totalitarios de la Europa y Asia del siglo XX, y los incalificables actos de genocidio y crímenes contra la humanidad que acabaron provocando.

Como sin duda nos advertiría Arendt, no debemos dejarnos engañar por el hecho de que hoy en día no vemos en Occidente ninguna de las atrocidades que caracterizaron a los regímenes totalitarios del comunismo de Stalin o Mao y del nazismo de Hitler. Todos estos acontecimientos fueron precedidos por una ideología de masas que se fue extendiendo gradualmente y por las subsiguientes campañas y medidas ideológicas impuestas por el Estado que promovían medidas y acciones de control aparentemente “justificables” y “científicamente probadas”, destinadas a la vigilancia permanente y, en última instancia, a la exclusión gradual de ciertas personas de (partes de) la sociedad porque suponían “un riesgo” para los demás o se atrevían a pensar fuera de lo que se consideraba un pensamiento aceptable.

En su libro The Demon in Democracy – Totalitarian Temptations in Free Societies (El demonio en la democracia: tentaciones totalitarias en las sociedades libres), el abogado polaco y miembro del Parlamento Europeo Ryszard Legutko no deja lugar a dudas de que existen preocupantes similitudes entre muchas de las dinámicas de los regímenes totalitarios comunistas y las democracias liberales actuales, cuando observa: “El comunismo y la democracia liberal demostraron ser entidades unificadoras que obligaban a sus seguidores qué  pensar, qué hacer, cómo evaluar los acontecimientos, qué soñar y qué lenguaje se debía utilizar”.

Esta es también la dinámica que vemos en funcionamiento en muchos niveles de la sociedad globalizada actual. Todos los lectores, pero especialmente los políticos y periodistas, interesados en la libertad humana, la democracia y el Estado de Derecho, deberían leer detenidamente el capítulo 11 sobre “El movimiento totalitario” del aclamado libro de Hannah Arendt. Explica cómo mucho antes de que los regímenes totalitarios tomen el poder real y establezcan un control total, sus arquitectos y facilitadores ya han estado preparando pacientemente a la sociedad -no necesariamente de forma coordinada o con ese objetivo final en mente- para la toma del poder. El propio movimiento totalitario está impulsado por la promoción agresiva y a veces violenta de una determinada ideología dominante, a través de una propaganda implacable, la censura y el pensamiento de grupo. También incluye siempre grandes intereses económicos y financieros. Este proceso da lugar a un Estado cada vez más omnipotente, asistido por una serie de grupos, instituciones (internacionales) y corporaciones que no rinden cuentas, que pretende tener la patente de la verdad y del lenguaje y saber lo que es bueno para sus ciudadanos y la sociedad en su conjunto.

Aunque, por supuesto, hay una gran diferencia entre los regímenes totalitarios comunistas del siglo XXI que vemos en China y Corea del Norte, y las democracias liberales occidentales con sus crecientes tendencias totalitarias, lo que parece ser el elemento unificador entre los dos sistemas actuales es el control del pensamiento y la gestión del comportamiento de sus poblaciones. Este desarrollo se ha potenciado enormemente a través de lo que fue acuñado por la profesora de Harvard Shoshana Zuboff como “capitalismo de vigilancia”. El capitalismo de la vigilancia, escribe Zuboff, es “[un] movimiento que pretende imponer un nuevo orden colectivo basado en la certeza total”. También es -y aquí no se anda con rodeos- “una expropiación de los derechos humanos críticos que se entiende mejor como un golpe de estado desde arriba: un derrocamiento de la soberanía del pueblo”. El Estado moderno y sus aliados, ya sean comunistas, liberales o de otro tipo, tienen -por lo anterior y por otras razones- un deseo insaciable de recopilar cantidades masivas de datos sobre los ciudadanos y los clientes y de utilizar estos datos ampliamente para controlar e influir.

En el lado comercial, tenemos todos los aspectos del seguimiento del comportamiento y las preferencias de la gente en línea, brillantemente explicados en el documental The Social Dilemma, que nos enfrenta a la realidad de que “nunca antes un puñado de diseñadores tecnológicos había tenido tanto control sobre la forma en que miles de millones de nosotros pensamos, actuamos y vivimos nuestras vidas”. Al mismo tiempo, vemos en funcionamiento el sistema de “crédito social” puesto en marcha por el Partido Comunista Chino, que utiliza big data y grabaciones en directo permanentes de CCTV para gestionar el comportamiento de las personas en espacios públicos mediante un sistema de premios y castigos.

El código QR obligatorio que se introdujo por primera vez en China en 2020 y posteriormente en los Estados democráticos liberales de todo el mundo en 2021, para realizar un seguimiento permanente del estado de salud de las personas y como requisito previo para participar en la sociedad, es el último y profundamente preocupante fenómeno de este mismo capitalismo de la vigilancia. Aquí la línea divisoria entre la mera tecnocracia y el totalitarismo se vuelve casi extinta bajo el pretexto de “proteger la salud pública”. La actual tentativa de colonización del cuerpo humano por parte del Estado y sus socios comerciales, que afirman tener nuestros mejores intereses en mente, forma parte de esta preocupante dinámica. ¿Adónde ha ido a parar el mantra progresista “¿Mi cuerpo, mi elección”?

Entonces, ¿qué es el totalitarismo? Es un sistema de gobierno (un régimen totalitario), o un sistema de control creciente aplicado de otro modo (un movimiento totalitario) -que se presenta en diferentes formas y en diferentes niveles de la sociedad- que no tolera ninguna libertad individual ni pensamiento independiente y que, en última instancia, busca subordinar y dirigir totalmente todos los aspectos de la vida humana individual. En palabras de Dreher, el totalitarismo “es un estado en el que no se puede permitir la existencia de nada que contradiga la ideología dominante de una sociedad”.

En la sociedad moderna, en la que vemos esta dinámica muy presente, el uso de la ciencia y la tecnología desempeña un papel decisivo a la hora de permitir que las tendencias totalitarias se afiancen de una forma que los ideólogos del siglo XX sólo podrían haber soñado. Además, acompañando al totalitarismo en cualquiera de sus etapas, se produce la deshumanización institucionalizada, que es el proceso por el cual toda o parte de la población es sometida a políticas y prácticas que violan sistemáticamente la dignidad y los derechos fundamentales del ser humano y que pueden conducir en última instancia a la exclusión y al exterminio social o, en el peor de los casos, físico.

A continuación, profundizaremos en algunos de los principios básicos del movimiento totalitario descrito por Hannah Arendt y en cómo éste posibilita la dinámica de deshumanización institucionalizada que observamos en la actualidad. En la conclusión, examinaremos brevemente lo que la historia y la experiencia humana pueden decirnos sobre la liberación de la sociedad del yugo del totalitarismo y sus políticas deshumanizadoras.

El lector debe comprender que no estoy comparando o equiparando en modo alguno los regímenes totalitarios del siglo XX y sus atrocidades con lo que considero las crecientes tendencias totalitarias y las políticas resultantes en la actualidad. Por el contrario, como es el papel de un discurso académico robusto, daremos una mirada crítica a lo que vemos que sucede en la sociedad actual y analizaremos los fenómenos históricos y políticos relevantes que podrían instruirnos sobre cómo podemos afrontar mejor el curso actual de los acontecimientos que, si no se corrige, no augura un futuro de libertad y Estado de Derecho.

1. El funcionamiento del totalitarismo

Cuando hablamos de “totalitarismo”, la palabra se utiliza en este contexto para describir el conjunto de una ideología política que puede presentarse en diferentes formas y etapas, pero que siempre tiene como objetivo final el control total sobre las personas y la sociedad. Como se ha descrito anteriormente, Hannah Arendt distingue dentro del totalitarismo entre el movimiento totalitario y el régimen totalitario. Yo añado a esta categorización lo que creo que es una etapa temprana del movimiento totalitario, llamada “tendencias totalitarias” por Legutko, y que yo llamo totalitarismo ideológico en relación con los desarrollos actuales. Para que el totalitarismo tenga posibilidades de éxito, nos dice Hannah Arendt, se necesitan tres fenómenos principales y estrechamente entrelazados: el movimiento de masas, el protagonismo de la élite en la dirección de esas masas y el empleo de una propaganda implacable.

– Las masas solitarias

Para su establecimiento y durabilidad, el totalitarismo depende, en primer lugar, del apoyo de las masas, que se obtiene aprovechando la sensación de crisis y miedo permanente de la sociedad. Esto alimenta el deseo de las masas de que los responsables tomen constantemente “medidas” y muestren su liderazgo para evitar la amenaza que se ha identificado como un peligro para toda la sociedad. Los que mandan pueden “permanecer en el poder sólo mientras se mantengan en movimiento y pongan en marcha todo lo que les rodea”. La razón de esto es que los movimientos totalitarios se basan en el clásico fracaso de las sociedades a lo largo de la historia de la humanidad para crear y mantener un sentido de comunidad y propósito, en lugar de criar seres humanos aislados y centrados en sí mismos sin un claro propósito general en la vida.

Las masas que siguen el movimiento totalitario están perdidas y, como resultado, buscan una identidad clara y un propósito en la vida que no encuentran en sus circunstancias actuales: “La atomización social y la individualización extrema precedieron al movimiento de masas (..). La principal característica del hombre masa no es la brutalidad y el atraso, sino su aislamiento y la falta de relaciones sociales normales.”

Qué familiar le resulta esto a cualquier persona que observe la sociedad moderna. En una época en la que las redes sociales y todo lo que se presenta en las pantallas marcan la pauta por encima de todo y en la que las adolescentes caen en la depresión y en el aumento de los intentos de suicidio por la falta de “me gusta” en su cuenta de Instagram, vemos de hecho un ejemplo desconcertante de esta falta de relaciones normales que, en cambio, debían implicar encuentros en persona que condujeran a intercambios profundos. En las sociedades comunistas es el Partido el que se propone destruir los lazos religiosos, sociales y familiares para dar lugar a un ciudadano que pueda estar completamente sometido por el Estado y los dictados del Partido, como vemos que ocurre en China y Corea del Norte. En las sociedades occidentales hedonistas y materialistas esta misma destrucción se produce a través de diferentes medios y bajo el disfraz neomarxista del imparable “progreso”, donde la tecnología y una falsa definición del propósito de la ciencia erosionan la comprensión de lo que significa ser humano: “De hecho”, escribe Dreher, “esta tecnología y la cultura que ha surgido de ella está reproduciendo la atomización y la soledad radical que los gobiernos comunistas totalitarios solían imponer a sus pueblos cautivos para hacerlos más fáciles de controlar.” No sólo el teléfono inteligente y las redes sociales han reducido drásticamente la interacción humana genuina, como puede atestiguar cualquier profesor o padre de niños en edad escolar, sino que el marco social se ha deteriorado aún más en los últimos tiempos a través de otros cambios importantes en la sociedad.

La creciente Big-Tech y la vigilancia gubernamental del lenguaje, las opiniones y la información científica en la pandemia del SARS-CoV-2, acompañada de un nivel de censura no visto desde la Segunda Guerra Mundial, ha reducido y empobrecido enormemente el discurso público y ha socavado gravemente la confianza en la ciencia, la política y la comunidad.

En 2020 y 2021, las medidas acerca del Corona impuestas por el gobierno, en su mayoría bien intencionadas, pero a menudo mal aconsejadas, como los cierres, los mandatos de mascarilla, los requisitos de entrada a las instalaciones públicas y los mandatos de vacunación anti Corona, han limitado aún más la interacción humana sin trabas que cualquier sociedad necesita para conservar y fortalecer su tejido social. Todos estos desarrollos impuestos desde el exterior contribuyen a que los seres humanos, especialmente los jóvenes, se vean cada vez más y de forma más duradera privados de esas “relaciones sociales normales” de las que habla Hannah Arendt. Al parecer, la falta de alternativas lleva a grandes grupos de población -la mayoría sin darse cuenta- a los brazos de las ideologías totalitarias. Estos movimientos, sin embargo, en palabras de Arendt, “exigen la lealtad total, irrestricta, incondicional e inalterable del miembro individual (..) [ya que] su organización abarcará, a su debido tiempo, a toda la raza humana”.

El objetivo final del totalitarismo, explica, es la dominación permanente de los seres humanos desde dentro, implicando así todos y cada uno de los aspectos de la vida, por lo que hay que mantener a las masas en constante movimiento ya que “un objetivo político que constituya el fin del movimiento simplemente no existe”. Sin querer en absoluto restar importancia a la gravedad y la urgencia de estas cuestiones en sí mismas, ni a la necesidad, como sociedad, de idear formas de hacer frente a las amenazas existenciales que se derivan de ellas, las narrativas políticas y mediáticas del Corona son ejemplos de ese totalitarismo ideológico que quiere controlar por completo la forma de pensar, hablar y actuar de los seres humanos en ese ámbito de la vida, mientras los mantiene en una ansiedad perpetua a través de noticias dramáticas periódicas bien planificadas (una herramienta que se utiliza con éxito para esto en todo el mundo son las constantes conferencias de prensa bien ensayadas por ministros de aspecto grave con trajes detrás de plexiglás y flanqueados por expertos y banderas del Estado), historias desgarradoras instrumentalizadas y llamadas a la acción inmediata (“medidas”), que se ocupan de las nuevas amenazas (percibidas o reales) a su persona, a su causa y a la sociedad en su conjunto. El miedo es el principal motor para mantener esta ansiedad y activismo perpetuos.

– El papel de la élite

A continuación, Hannah Arendt explica lo que es un fenómeno inquietante de los movimientos totalitarios, que es la enorme atracción que ejerce sobre las élites, la “aterradora lista de hombres distinguidos que el totalitarismo puede contar entre sus simpatizantes, compañeros de viaje y miembros inscritos del partido”. Esta élite cree que lo que se requiere para resolver los agudos problemas a los que la sociedad se enfrenta actualmente es la destrucción total, o al menos el rediseño total, de todo lo que se consideraba sentido común, lógica y sabiduría establecida hasta ese momento.

En lo que respecta a la crisis del Corona, la conocida capacidad del cuerpo humano para crear una inmunidad natural contra la mayoría de los virus a los que ya se ha enfrentado ya no se considera relevante de ninguna manera por parte de quienes imponen los mandatos de vacunación, rechazando los principios fundamentales de la biología humana y la sabiduría médica establecida.

Para lograr esta revisión total en aras de un control completo, las élites están dispuestas a trabajar con cualquier persona u organización, incluyendo aquellas personas, llamadas “la turba” por Arendt, cuyas características son “el fracaso en la vida profesional y social, la perversión y el desastre en la vida privada.” Un buen ejemplo de ello son las relaciones de Occidente con el Partido Comunista Chino. Aunque la flagrante corrupción y los abusos de los derechos humanos -incluida la campaña genocida contra los uigures en Xinjiang- perpetrados por esta institución represora a lo largo de la historia hasta hoy están bien documentados, al igual que su papel en el encubrimiento del brote de 2019 del virus del SARS-CoV-2 en Wuhan, quizá derivado de una filtración de un laboratorio, la mayoría de los países del mundo se han vuelto tan dependientes de China que están dispuestos a mirar hacia otro lado y cooperar con un régimen que está dispuesto a pisotear todo lo que representa la democracia liberal.

Hannah Arendt describe otro elemento perturbador que forma parte de lo que ella llama la “alianza temporal entre la mafia y la élite” y es la disposición de estas élites a mentir para obtener y conservar el poder mediante “la posibilidad de que mentiras gigantescas y falsedades monstruosas puedan establecerse finalmente como hechos incuestionables”. En este momento no es un hecho probado que los gobiernos y sus aliados mientan sobre las estadísticas y los datos científicos que rodean al Covid-19; sin embargo, está claro que existen muchas incoherencias graves que no se tratan o no se tratan suficientemente.

A lo largo de la historia de los movimientos y regímenes totalitarios, los infractores han podido salirse con la suya en muchas ocasiones porque entendían muy bien cuál es la principal preocupación del hombre o la mujer sencillos que se dedican a su actividad diaria de hacer que la vida funcione para sus familias y otras personas dependientes, como expresó magistralmente Arendt: “Él [Göring] demostró su habilidad suprema para organizar a las masas en la dominación total asumiendo que la mayoría de la gente no es ni bohemia, ni fanática, ni aventurera, ni maníaca sexual, ni chiflada, ni fracasada socialmente, sino que ante todo tiene trabajo y es un buen hombre de familia. ” Y: “no hay nada más fácil de destruir que la intimidad y la moral privada de las personas que no pensaban más que en salvaguardar su vida privada”.

Todos anhelamos la seguridad y la previsibilidad y, por lo tanto, una crisis nos hace buscar formas de obtener o conservar la seguridad y la protección y, cuando es necesario, la mayoría está dispuesta a pagar un alto precio por ello, incluida la renuncia a sus libertades y a vivir con la noción de que tal vez no se les diga toda la verdad sobre la crisis en cuestión. No debería sorprender entonces que, teniendo en cuenta el potencial efecto letal que el Coronavirus puede tener en los seres humanos, nuestro muy humano miedo a la muerte nos haya llevado a la mayoría de nosotros a separarnos sin mucha lucha de los derechos y libertades por los que nuestros padres y abuelos lucharon tanto.

Además, a medida que se introducen mandatos de vacunación en todo el mundo para los trabajadores de muchas industrias y entornos, la mayoría está cumpliendo no porque ellos mismos crean necesariamente que necesitan la vacuna del Corona, sino sólo porque quieren reclamar sus libertades y mantener sus puestos de trabajo para poder alimentar a sus familias. Las élites políticas que imponen estos mandatos lo saben, por supuesto, y hacen un uso inteligente de ello, a menudo incluso con la mejor de las intenciones, creyendo que esto es necesario para hacer frente a la crisis en cuestión.

– La propaganda totalitaria

La herramienta más importante y definitiva utilizada por los movimientos totalitarios en la sociedad no totalitaria es establecer un control real de las masas ganándolas mediante el uso de la propaganda: “Sólo la multitud y la élite pueden ser atraídas por el impulso del propio totalitarismo; las masas tienen que ser ganadas por la propaganda” Como explica Hannah Arendt, tanto el miedo como la ciencia se utilizan ampliamente para engrasar la máquina de propaganda. El miedo siempre se propaga dirigido a alguien o algo externo que supone una amenaza real o percibida para la sociedad o el individuo. Pero hay otro elemento aún más siniestro que la propaganda totalitaria utiliza históricamente para engatusar a las masas para que le sigan la corriente a través del miedo y es “el uso de insinuaciones indirectas, veladas y amenazantes contra todos los que no hagan caso de sus enseñanzas (…)”, todo ello alegando el carácter estrictamente científico y de beneficio público de su argumento de que esas medidas son necesarias. Tanto la instrumentalización deliberada del miedo como la referencia constante a “seguir la ciencia” por parte de los actores políticos y los medios de comunicación en la crisis del Corona han tenido un gran éxito como herramienta de propaganda.

Hannah Arendt admite libremente que el uso de la ciencia como herramienta eficaz de la política en su conjunto ha sido generalizado y no necesariamente siempre en un mal sentido. Por supuesto, este es también el caso cuando se trata de la crisis del Corona. Aun así, continúa, la obsesión por la ciencia ha caracterizado cada vez más al mundo occidental desde el siglo XVI. Ella ve el armamento totalitario de la ciencia, citando al filósofo alemán Eric Voegelin, como la etapa final de un proceso social en el que “la ciencia [se ha convertido] en un ídolo que curará mágicamente los males de la existencia y transformará la naturaleza del hombre”.

La ciencia se emplea para proporcionar los argumentos que justifican el miedo de la sociedad y la razonabilidad de las medidas de gran alcance impuestas para “enfrentar” y “exterminar” el peligro externo. Arendt: “La cientificidad de la propaganda totalitaria se caracteriza por su insistencia casi exclusiva en la profecía científica (..)”

¿Cuántas profecías de este tipo hemos escuchado desde principios de 2020 y que no se han cumplido? No es en absoluto relevante, continúa Arendt, si estas “profecías” se basarían en la buena o la mala ciencia, ya que los líderes de las masas hacen que su objetivo principal sea ajustar la realidad a sus propias interpretaciones y, cuando lo consideran necesario, a las mentiras, por lo que su propaganda está “marcada por su extremo desprecio por los hechos como tales”.

No creen en nada que esté relacionado con la experiencia personal o con lo que es visible, sino sólo en lo que imaginan, en lo que dicen sus propios modelos estadísticos y en el sistema ideológicamente coherente que han construido a su alrededor. La organización y el propósito único es lo que persigue el movimiento totalitario para obtener el control total, por lo que el contenido de la propaganda (ya sea realidad o ficción, o ambas) se convierte en un elemento intocable del movimiento y donde la razón objetiva o el discurso público ya no juegan ningún papel.

Hasta ahora, no ha sido posible un debate público respetuoso ni un discurso científico sólido en lo que respecta a la mejor manera de responder a la pandemia del Corona. Las élites son muy conscientes de ello y lo utilizan en beneficio de su agenda, ya que es la coherencia radical lo que las masas anhelan en tiempos de crisis existencial, ya que (inicialmente) les da una sensación de seguridad y previsibilidad. Sin embargo, aquí es también donde reside la gran debilidad de la propaganda totalitaria, ya que en última instancia “(…) no puede satisfacer este anhelo de las masas por un mundo completamente consistente, comprensible y predecible sin entrar en serio conflicto con el sentido común.”

Hoy en día vemos que esto se agrava, como ya he mencionado anteriormente, a través de una comprensión y un uso fundamentalmente defectuosos de la ciencia por parte de los poderes fácticos. El ex profesor de la Facultad de Medicina de Harvard Martin Kulldorff, un conocido epidemiólogo y bioestadístico especializado en brotes de enfermedades infecciosas y seguridad de las vacunas, señala cuál es la aplicación correcta de la ciencia y cómo ésta falta en la narrativa actual: “La ciencia trata acerca del desacuerdo racional, el cuestionamiento y la puesta a prueba de la ortodoxia y la búsqueda constante de la verdad.”

Ahora estamos muy alejados de este concepto en un clima público en el que la ciencia se ha politizado hasta convertirse en una fábrica de la verdad que no tolera la disidencia, aunque el punto de vista alternativo se limite a esbozar las numerosas incoherencias y falsedades que forman parte de la narrativa política y mediática. Sin embargo, en el momento en que, como señala Arendt, este error del sistema se haga evidente para los participantes en el movimiento totalitario y su derrota sea inminente, dejarán de creer de inmediato en su futuro, renunciando de un día para otro a aquello por lo que estaban dispuestos a darlo todo el día anterior.

Un ejemplo sorprendente de ese abandono de un sistema totalitario de la noche a la mañana es la forma en que la mayoría de los apparatchiks de Europa Oriental y Central, entre 1989 y 1991, pasaron de ser comunistas de carrera de línea dura a entusiastas demócratas liberales. Simplemente abandonaron el sistema del que formaron parte tan fielmente durante muchos años y encontraron un sistema alternativo que las circunstancias les permitieron abrazar ahora. Por lo tanto, como sabemos por los montones de escombros de la historia, todo esfuerzo de totalitarismo tiene una fecha de caducidad. La versión actual también fracasará.

2. La deshumanización en el trabajo

Durante mis más de 30 años de estudio y enseñanza de la historia europea y las fuentes del derecho y la justicia, ha surgido un patrón sobre el que ya publiqué en 2014 bajo el título “Derechos humanos, historia y antropología: reorientando el debate.” En este artículo describí el proceso de “deshumanización en 5 pasos” y cómo estas violaciones de los derechos humanos no están siendo perpetradas generalmente por “monstruos”, sino en gran parte por hombres y mujeres corrientes -ayudados por las masas pasivas ideologizadas- que están convencidos de que lo que hacen o participan es bueno y necesario, o al menos justificable.

Desde marzo de 2020 hemos sido testigos del desarrollo global de una grave crisis sanitaria que ha provocado una presión gubernamental, mediática y social sin precedentes sobre poblaciones enteras para que acepten medidas de gran alcance y, en su mayoría, inconstitucionales, que limitan las libertades de las personas y, en muchos casos, mediante amenazas y presiones indebidas, violan su integridad corporal. Durante este tiempo, ha quedado cada vez más claro que hoy en día se observan ciertas tendencias que muestran algunas similitudes con el tipo de medidas deshumanizadoras empleadas por regla general por los movimientos y regímenes totalitarios.

Los interminables cierres, las cuarentenas impuestas por la policía, las restricciones a los viajes, los mandatos de vacunación, la supresión de datos y debates científicos, la censura a gran escala y la implacable deploración y vergüenza pública de las voces críticas son ejemplos de medidas deshumanizadoras que no deberían tener cabida en un sistema de democracia y Estado de derecho. También asistimos al proceso de relegar cada vez más a una parte de la población a las periferias, al tiempo que se la señala como irresponsable e indeseable por el “riesgo” que supone para los demás, lo que lleva a la sociedad a excluirla progresivamente. El Presidente de los Estados Unidos expresó de forma contundente lo que esto significa en un importante discurso político televisado en directo:

“Hemos sido pacientes, pero nuestra paciencia se está agotando. Y su negativa nos ha costado a todos. Así que, por favor, hagan lo correcto. Pero no lo tomen de mí; escuchen las voces de los estadounidenses no vacunados que yacen en camas de hospital, dando sus últimos respiros, diciendo: “Si sólo me hubiera vacunado”. “Si sólo” – Presidente Joe Biden 9 de septiembre de 2021

– Los cinco pasos

Aquellos que hoy en día venden una retórica política que enfrenta a los “vacunados” con los “no vacunados”, o viceversa, van por un camino muy peligroso de demagogia que nunca ha terminado bien en la historia. Slavenka Drakulic, en su análisis de lo que condujo al conflicto étnico yugoslavo de 1991-1999, observa:” (..) con el tiempo esos “Otros” son despojados de todas sus características individuales. Ya no son conocidos o profesionales con nombres, hábitos, apariencias y caracteres particulares, sino que son miembros del grupo enemigo. Cuando una persona es reducida a una abstracción de esa manera, uno es libre de odiarla porque el obstáculo moral ya ha sido abolido”.

Si observamos la historia de los movimientos totalitarios que acaban desembocando en regímenes totalitarios y sus campañas de persecución y segregación controladas por el Estado, esto es lo que ocurre.

El primer paso de la deshumanización es la creación e instrumentalización política del miedo y la consiguiente ansiedad permanente entre la población: se alimenta constantemente el miedo por la propia vida y el miedo por un grupo específico de la sociedad que se considera una amenaza.

El miedo por la propia vida es, por supuesto, una respuesta comprensible y totalmente justificable ante un nuevo virus potencialmente peligroso. A nadie le gustaría enfermar o morir innecesariamente. No queremos coger un virus desagradable si se puede evitar. Sin embargo, una vez que este miedo es instrumentalizado por las instituciones (estatales) y los medios de comunicación para ayudarles a lograr ciertos objetivos, como por ejemplo el gobierno austriaco tuvo que admitir que hizo en marzo de 2020 cuando quería convencer a la población de la necesidad de un bloqueo, el miedo se convierte en un arma potente.

De nuevo, Hannah Arendt aporta su agudo análisis cuando observa “El totalitarismo nunca se contenta con gobernar por medios externos, es decir, a través del Estado y de una maquinaria de violencia; gracias a su peculiar ideología y al papel que se le asigna en este aparato de coerción, el totalitarismo ha descubierto un medio para dominar y aterrorizar a los seres humanos desde dentro.”

En su discurso del 9 de septiembre de 2021, el presidente Biden instrumentaliza con fines políticos el miedo normal de los seres humanos por el virus potencialmente mortal y lo amplía con el miedo a las “personas no vacunadas”, sugiriendo que son, por definición, responsables no sólo de sus propias muertes, sino también potencialmente de las suyas, porque están “utilizando innecesariamente” las camas de hospital de la UCI. De esta manera se ha establecido una nueva sospecha y ansiedad en torno a un grupo específico de personas en la sociedad por lo que podrían hacerle a usted y a su grupo.

La creación de miedo hacia ese grupo específico los convierte entonces en chivos expiatorios fácilmente identificables para el problema específico al que se enfrenta la sociedad ahora, independientemente de los hechos. Ha nacido una ideología de discriminación públicamente justificada basada en una emoción presente en los seres humanos individuales de la sociedad. Así es exactamente como comenzaron los movimientos totalitarios que se convirtieron en regímenes totalitarios en la historia europea reciente. Aunque no es comparable a los niveles de violencia y exclusión de los regímenes totalitarios del siglo XX, hoy en día asistimos a una activa propaganda gubernamental y mediática basada en el miedo que justifica la exclusión de las personas. Primero los “asintomáticos”, luego los “desenmascarados” y ahora los “no vacunados” son presentados y tratados como un peligro y una carga para el resto de la sociedad. Cuántas veces no hemos escuchado a los líderes políticos durante los últimos meses que estamos viviendo la “pandemia de los no vacunados” y que los hospitales están llenos de ellos:

“Son casi 80 millones de estadounidenses sin vacunar. Y en un país tan grande como el nuestro, eso es un 25 por ciento de minoría. Ese 25 por ciento puede causar mucho daño, y lo está haciendo. Los no vacunados abarrotan nuestros hospitales, están saturando las salas de urgencias y las unidades de cuidados intensivos, sin dejar espacio para alguien con un ataque al corazón, o una pancreatitis, o un cáncer”. – Presidente Joe Biden, 9 de septiembre de 2021.

El segundo paso de la deshumanización es la exclusión blanda (soft): el grupo convertido en chivo expiatorio es excluido de ciertas -aunque no todas- partes de la sociedad. Se les sigue considerando parte de esa sociedad, pero su estatus se ha degradado. Simplemente se les tolera y al mismo tiempo se les reprende en público por ser o actuar de forma diferente. También se establecen sistemas que permiten a las autoridades, y por tanto al público en general, identificar fácilmente quiénes son estos “otros”. Entre el “pase verde” o el código QR. En muchos países occidentales se está señalando con el dedo, especialmente a los que no se vacunan contra el virus del SARS-CoV-2, sin tener en cuenta las consideraciones constitucionalmente protegidas o las razones médicas por las que las personas pueden decidir no recibir esta inyección específica.

Por ejemplo, el 5 de noviembre de 2021, Austria fue el primer país de Europa en introducir restricciones altamente discriminatorias para los “no vacunados”. A estos ciudadanos se les ha prohibido participar en la vida social y sólo pueden ir al trabajo, a la compra, a la iglesia, a pasear o a atender “emergencias” claramente definidas. Nueva Zelanda y Australia tienen limitaciones similares. Los ejemplos son múltiples en todo el mundo, donde sin una prueba de vacunación contra el Corona la gente pierde su trabajo y se le prohíbe la entrada a una gran cantidad de establecimientos, tiendas e incluso iglesias. También son cada vez más los países que prohíben subir a los aviones sin el certificado de vacunación, o que incluso prohíben explícitamente invitar a amigos a cenar a casa, como en Australia:

“El mensaje es que si quieres poder cenar con amigos y recibir gente en tu casa, tienes que vacunarte”. – Gladys Berejiklian, primera ministra de Nueva Gales del Sur, Australia, 27 de septiembre de 2021

El tercer paso de la deshumanización, que en la mayoría de los casos ocurre en paralelo con el segundo paso, se ejecuta mediante la justificación documentada de la exclusión: la investigación académica, las opiniones de expertos y los estudios científicos ampliamente difundidos a través de una amplia cobertura mediática se utilizan para apuntalar la propaganda del miedo y la posterior exclusión de un grupo específico; para “explicar” o “proporcionar pruebas” de por qué la exclusión es necesaria para el “bien de la sociedad” y para que todo el mundo “esté a salvo”. Hannah Arendt observa que “el fuerte énfasis de la propaganda totalitaria en el carácter “científico” de sus afirmaciones se ha comparado con ciertas técnicas publicitarias que también se dirigen a las masas. (..) La ciencia, tanto en el caso de la publicidad comercial como en el de la propaganda totalitaria, es obviamente sólo un sustituto del poder. La obsesión de los movimientos totalitarios por las pruebas “científicas” cesa una vez que están en el poder”.

La advertencia interesante aquí es que, por supuesto, la ciencia se utiliza a menudo de forma sesgada, presentando sólo aquellos estudios que se ajustan a la narrativa oficial y no el número, al menos igual, de estudios, por muy renombrados que sean sus autores, que aportan visiones y conclusiones alternativas que podrían contribuir a un debate constructivo y a mejores soluciones. Como ya se ha mencionado, aquí la ciencia se politiza como una herramienta para promover lo que los líderes del movimiento totalitario han decidido que sea la verdad y las medidas y acciones basadas en esa versión de la verdad. Los puntos de vista alternativos son simplemente censurados, como vemos que hacen YouTube, Twitter y Facebook a una escala sin precedentes.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, no se había silenciado, deplorado y despedido de sus puestos a tantos académicos, científicos y médicos de renombre y aclamados, incluidos los galardonados con el Premio Nobel y los nominados, sólo porque no apoyan la línea oficial o “correcta”. Simplemente desean que haya un discurso público sólido sobre la cuestión de cómo tratar mejor el tema en cuestión y así participar en una búsqueda común de la verdad. Este es el punto en el que sabemos por la historia que la ideología del momento se ha consagrado formalmente y se ha convertido en la corriente principal.

El cuarto paso de la deshumanización es la dura exclusión: el grupo que ahora está “probado” que es la causa de los problemas de la sociedad y del estancamiento actual es posteriormente excluido de la sociedad civil en su conjunto y se queda sin derechos. Ya no tienen voz en la sociedad porque se considera que ya no forman parte de ella. En la versión extrema de esto, ya no tienen derecho a la protección de sus derechos fundamentales. En lo que respecta a las medidas acerca del Corona impuestas por los gobiernos de todo el mundo y en diversos grados, en algunos lugares ya estamos viendo desarrollos que se inclinan hacia esta cuarta etapa.

Aunque en cuanto a su alcance y gravedad, estas medidas no pueden compararse con las impuestas por los regímenes totalitarios del pasado y del presente, muestran claramente preocupantes tendencias totalitarias que, si no se controlan, podrían acabar convirtiéndose en algo mucho peor. En Melbourne, Australia, por ejemplo, pronto se completará un eufemísticamente llamado “Centro de Resiliencia Nacional” (como uno de los varios centros de este tipo) que actuará como una instalación permanente en la que se encerrará a la gente a la fuerza en cuarentena, por ejemplo, cuando regrese de un viaje al extranjero. Las normas y reglamentos para la vida en un centro de internamiento de este tipo, ya existente en el estado australiano de Territorio del Norte, constituyen una escalofriante lectura orwelliana:

“La Dirección General de Salud 52 de 2021 establece lo que una persona debe hacer cuando está en cuarentena en el Centro de Resiliencia Nacional y en la Instalación de Cuarentena de Alice Springs. Esta dirección es la ley – cada persona en cuarentena debe hacer lo que dice la Dirección. Si una persona no sigue la Dirección, la Policía del Territorio del Norte puede emitir un Aviso de Infracción con una sanción económica”.

El quinto y último paso de la deshumanización es el exterminio, social o físico. El grupo excluido es expulsado por la fuerza de la sociedad, ya sea imposibilitando cualquier participación en la misma o desterrándolo a campos, guetos, prisiones e instalaciones médicas. En las formas más extremas de los regímenes totalitarios que hemos visto bajo el comunismo y el nazismo, pero también el nacionalismo étnico durante las guerras en la antigua Yugoslavia 1991-1999; esto lleva entonces a que esas personas sean exterminadas físicamente o al menos tratadas como aquellas que “ya no son humanas”. Esto es fácilmente posible porque ya nadie habla por ellos, invisibles como se han vuelto. Han perdido su lugar en la sociedad política y con ello cualquier posibilidad de reclamar sus derechos como seres humanos. Han dejado de ser parte de la humanidad en lo que respecta a los totalitarios.

En Occidente, afortunadamente, no hemos llegado a esta fase final del totalitarismo y la consiguiente deshumanización. Sin embargo, Hannah Arendt hace una dura advertencia de que no debemos contar con que la democracia sea por sí sola un baluarte para evitar llegar a esta quinta etapa:

“Una concepción del derecho que identifica lo que es correcto con la noción de lo que es bueno para -el individuo, o la familia, o el pueblo, o el mayor número- se hace inevitable una vez que las medidas absolutas y trascendentes de la religión o la ley de la naturaleza han perdido su autoridad. Y este problema no se resuelve en absoluto si la unidad a la que se aplica el “bien para” es tan grande como la propia humanidad. Porque es bastante concebible, e incluso dentro del ámbito de las posibilidades políticas prácticas, que un buen día una humanidad altamente organizada y mecanizada llegue a la conclusión bastante democrática -a saber, por decisión mayoritaria- de que para la humanidad en su conjunto sería mejor liquidar ciertas partes de la misma.”

3. Conclusión: ¿cómo nos liberamos?

La historia nos da una poderosa guía sobre cómo podemos deshacernos del yugo del totalitarismo en cualquier etapa o forma que se presente; también la forma ideológica actual que la mayoría ni siquiera se da cuenta de que está ocurriendo. Podemos realmente detener el retroceso de la libertad y el inicio de la deshumanización. En palabras de George Orwell “la libertad es la libertad de decir que dos más dos son cuatro. Si se concede eso, todo lo demás viene por añadidura”. Vivimos en una época en la que precisamente esta libertad está gravemente amenazada como consecuencia del totalitarismo ideológico, algo que he intentado ilustrar con la forma en que las sociedades occidentales abordan la crisis del Corona, donde los hechos parecen no importar con demasiada frecuencia en favor de la consagración de la última ortodoxia ideológica sistémica. El mejor ejemplo de cómo se puede recuperar la libertad es cómo los pueblos de Europa del Este y Central acabaron con el reinado totalitario del comunismo en sus países a partir de 1989.

Fue su largo proceso de redescubrimiento de la dignidad humana y su desobediencia civil, no violenta pero insistente, lo que derribó los regímenes de la élite comunista y sus aliados de la mafia, exponiendo la falsedad de su propaganda y la injusticia de sus políticas. Sabían que la verdad es una meta que hay que alcanzar, no un objeto que hay que reclamar y que, por tanto, requiere humildad y un diálogo respetuoso. Comprendieron que una sociedad sólo puede ser libre, sana y próspera cuando no se excluye a ningún ser humano y cuando existe siempre la voluntad y la apertura genuinas para un discurso público robusto, para escuchar y comprender al otro, por muy diferente que sea su opinión o su actitud ante la vida.

Finalmente retomaron la plena responsabilidad de sus propias vidas y de las de su entorno superando el miedo, la pasividad y el victimismo, aprendiendo de nuevo a pensar por sí mismos y enfrentándose a un Estado ayudado por sus facilitadores, que había olvidado su único propósito: servir y proteger a todos y cada uno de sus ciudadanos, y no sólo a los que elige.

Todos los esfuerzos totalitarios terminan siempre en el basurero de la historia. Este no será una excepción.

Christiaan W.J.M. Alting von Geusau

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El autor (Christiaan Alting von Geusau) es licenciado en Derecho por la Universidad de Leiden (Países Bajos) y la Universidad de Heidelberg (Alemania). Obtuvo con distinción su doctorado en filosofía del derecho por la Universidad de Viena (Austria), escribiendo su disertación sobre “La dignidad humana y el derecho en la Europa de posguerra”, que fue publicada internacionalmente en 2013. Es presidente y rector de la Universidad Católica ITI de Austria, donde también es profesor de Derecho y Educación. Es profesor honorario de la Universidad San Ignacio de Loyola en Lima, Perú, y presidente de la Red Internacional de Legisladores Católicos (ICLN). Las opiniones expresadas en este ensayo no son necesariamente las de las organizaciones que representa y, por tanto, han sido escritas a título personal.

[1] Publicado originalmente en https://brownstone.org/articles/totalitarianism-and-the-five-stages-of-dehumanization/

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