Como lo habíamos adelantado, encaramos ahora más de cerca el problema de la teoría del evolucionismo, ofreciendo las declaraciones del Magisterio de la Iglesia al respecto.
“Evolución” significa transformación, sucesión de formas. Un cambio de tal suerte puede considerarse respecto a formas particulares dentro de una especie determinada (= evolución intraespecífica), o como parte de una transición de una especie a otra (la transformación de un caballo en un burro), según la hipótesis y teoría que ha tomado mayor difusión.
En aquello que respecta una posible evolución del hombre, los documentos de los que se sirven algunas ciencias (paleontología) trayendo a la luz restos y fósiles humanos, en realidad no alcanzan la verdadera categoría de pruebas. Se lleva a cabo una clasificación entre formas brutas de primates antropoides hasta la forma humana actual. Pero la discusión se vuelve verdaderamente álgida cuando se trata de vincular estas formas humanas primitivas con las formas conocidas y actuales de los simios, y cuando se trata de explicar el mecanismo de tal supuesta transformación. Existe sin embargo, algunas diferencias en la forma de clasificar, y no faltan los que sugieren una cronología inversa. Por otro lado, la escasez y el carácter incompleto de los fósiles encontrados hasta ahora, sugieren mucha precaución al tratar de concluir. Por lo tanto, la evolución, en lo que respecta al cuerpo humano, según el estado actual de la investigación antropológica, es sólo probable y absolutamente no probada. Como resultado, la cuestión acerca del cuerpo humano se la abandona a la discusión de científicos y teólogos.
Una última aclaración: Existe ciertamente una gradual y maravillosa aproximación entre los distintos seres vivientes, en virtud de la cual Tomás de Aquino exclama: “aquello que es supremo en la especie inferior, entra en contacto con el ínfimo de la especie superior” (Suma contra Gentiles, libro II, cap. 68). Santo Tomás observa que existen, de hecho, semejanzas y acercamientos entre las especies, pero inmediatamente añade: “La naturaleza, sin embargo, no procede por saltos” («natura non agit por saltus»). Este orden es admirable, y esta maravillosa conexión entre los diferentes seres debería hacernos pensar en una inteligencia ordenadora. Sin embargo, esto no nos permite concluir que una especie animal deriva necesariamente de otra por vía de sucesión o evolución.
La enseñanza de la Iglesia es muy clara en este sentido: “El Magisterio de la Iglesia no prohíbe el que —según el estado actual de las ciencias y la teología— en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente — pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios —” (Pío XII, Enc. Humani Generis, en AAS 42 [1950] 575 / DS 3896).[1] En un texto anterior, el Papa subrayaba: “El hombre, dotado de alma espiritual, fue colocado por Dios en la cima de la escala de los vivientes, como príncipe y soberano del reino animal. Las múltiples investigaciones, tanto de la paleontología como de la biología y morfología, sobre estos problemas tocantes a los orígenes del hombre, no han aportado hasta ahora nada de positivamente claro y cierto”. (cfr. Discurso a la Pontificia Academia de Ciencias, 30/11/1941: AAS 33 [1941] 506/ DS 2285).[2]
Hasta aquí el Papa Pío XII en 1950: No se condena en bloque el evolucionismo ni que sea aplicado, aunque con reservas, para el cuerpo humano, pero sigue siendo sólo una hipótesis, no una certeza, y siempre sujeto a posterior juicio o sentencia de la Iglesia. En relación al alma humana, la doctrina de la Iglesia es clara; sólo puede ser creada por Dios.
¿Hubo una declaración ulterior de la Iglesia al respecto? El Papa Juan Pablo II, en la Audiencia general del 16 de abril de 1986, así se expresaba: “En los tiempos modernos la teoría de la evolución ha levantado una dificultad particular contra la doctrina revelada sobre la creación del hombre como ser compuesto de alma y cuerpo. Muchos especialistas en ciencias naturales que, con sus métodos propios, estudian el problema del comienzo de la vida humana en la tierra, sostienen —contra otros colegas suyos— la existencia no sólo de un vínculo del hombre con la misma naturaleza, sino incluso su derivación de especies animales superiores. Este problema, que ha ocupado a los científicos desde el siglo pasado, afecta a varios estratos de la opinión pública. La respuesta del Magisterio se ofreció en la Encíclica, “Humani generis” de Pío XII en el año 1950…
Por lo tanto se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve dificultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido gradualmente preparado en las formas de seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la materia”.[3]
Hubo algunas declaraciones posteriores al respecto. Será el tema de nuestra próxima entrada.
[2] Puede verse: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/Teo-Veritas/mag_igle/D_751_836_ed1.pdf
El origen del hombre será siempre motivo de estudio,personalmente he logrado entender y aceptar que lo importante es que somos hijos de Dios,con un alma que es capaz de ver y reconocer a nuestro creador como Padre y que cada hijo suyo tenemos y gozamos de su esencia divina…Duele que aún no nos reconozcamos como una familia y en todos los tiempos esté presente la violencia.Gracias por el articulo.