EL LENGUAJE PRECISO Y SU CORRUPCION

EL LENGUAJE PRECISO Y SU CORRUPCION

Presentamos una versión más actualizada y completa de un post ya subido por nosotros en febrero de 2019. Agregamos algún ejemplo más actual que puede ser de gran provecho. Gracias.

  1. Introducción

El lenguaje siempre ha sido la representación fiel del pensamiento y de la realidad. Decía Aristóteles al comienzo de su obra Peri Hermeneias: “Las cosas que están en la voz son expresiones de las pasiones que están en el alma”.[1] El entendía “cosas en la voz” como los nombres, los verbos, las declaraciones y los discursos, todas cosas que deben poder distinguirse unas de otras, como afirma, porque sirven y fueron pensadas para ello. Santo Tomás de Aquino afirma, comentando este texto, que se habla de las “cosas que están en la voz”, ya que no todas las voces que existen están dotadas de significado (como los sonidos de los animales, por ejemplo). Dice así: “La voz es algo natural, mientras que el sustantivo y el verbo tienen un significado dado por una institución humana que se añade al objeto natural como la forma a la materia, tal como una forma determinada se añade o agrega a la madera para formar una cama”.[2]

La “escuela de Atenas”, de Rafaelo Sanzio – stanze di Raffaelo – Museos Vaticanos

            Como hemos visto, Aristóteles distingue cuidadosamente entre voz y pasión. Esta última significa más lo que hoy conocemos como pensamiento o concepto: “Las letras escritas no son idénticas para todos, como tampoco las voces; mientras que en cambio las pasiones del alma, de las cuales aquellas son expresiones inmediatas, son las mismas para todos; así como las cosas, de las cuales las pasiones del alma son semejanzas, son las mismas”.[3]

Para Aristóteles y Santo Tomás, así como de modo casi unánime para todo el pensamiento humano hasta el Renacimiento al menos, el lenguaje humano constituía un fiel reflejo de la realidad, porque si bien procedía del interior del alma (‘pasiones’, ‘pensamientos’ o ‘conceptos’) expresaban la realidad misma (‘las cosas’), y estas son iguales para todos los hombres. Es innegable que el lenguaje es también convencional, justamente a raíz de que las ‘voces’ son distintas, según la cultura, el tiempo, el lugar donde se hayan originado, lo que llamamos comúnmente “idiomas o lenguas diversas”. Eso no constituye absolutamente un obstáculo para que las cosas y la realidad que se expresan sean las mismas.

Es por dicha razón que los términos usados non son casuales, ni equívocos (términos que significan cosas distintas, sin conexión entre sí), ni se encuentran privados de verdadero sentido. Es verdad que el lenguaje es convencional, pero una vez establecida la convención esta se respeta. No se lo puede alterar de modo arbitrario, y menos aún si el arbitrio lo imponen algunos sujetos o una corriente de moda. Existe, ciertamente, una cantidad relativa de términos equívocos o ambiguos (estos últimos debido al uso corriente, que a veces altera ligeramente el significado original) en casi todos los idiomas o lenguas, pero se trata siempre de un número reducido, y en último caso, es el contexto el que permite discernir su verdadero y preciso significado. Por lo tanto, la existencia de dichos términos no atenta contra la precisión del lenguaje, ni impide que este sea un fiel reflejo de la realidad.

  1. La precisión del lenguaje en lo sagrado

Hemos aludido a la precisión, tema que es central en el lenguaje. Siendo precisos, los términos reflejan el contenido del mejor modo posible y trasmiten integralmente incluso la belleza interior de la realidad que reflejan. Si pierden precisión, los términos se vacían de contenido, y se es menos fiel a la realidad. Esto se hace más palpable a medida que el contenido que se transmite aumenta en importancia y dignidad. A mayor profundidad de contenido se hace necesaria mayor claridad de expresión: Es más necesario ser nítido y claro cuando se explican reglas matemáticas que cuando simplemente se hacen referencias históricas o culturales – excepto que se las quiera precisar cronológicamente, por ejemplo -; es más necesaria aún la precisión en materia filosófica porque el contenido que se transmite, que se apoya en el razonamiento humano, es más abstracto y difícil de representarlo por la imaginación. Lo mismo sucede para la teología, que necesariamente se apoya en el razonamiento humano y en la filosofía. Por dicha razón, la teología naturalmente tiende a poseer un lenguaje más preciso, cuando es sana, lenguaje que también es preciso en sus fuentes, en especial la Sagrada Escritura.

Tomás de Aquino

Santo Tomás ya nos advertía a propósito de la expresión del lenguaje en la Escritura y en la teología: “Se llama exponer la Sagrada Escritura de manera diversa de lo que pide el Espíritu Santo cuando se fuerza y desvía su sentido o exposición, contrariando a lo que ha sido revelado por el Espíritu Santo. De ahí que Ezequiel diga de los falsos profetas que “se emperraron en consolidar el oráculo” (Ez 13,6) con falsas exposiciones de la Escritura. Del mismo modo, si es profiriendo las palabras como confesamos la Fe, pues, según hemos dicho, la confesión es un acto de Fe, a partir del desordenado hablar (inordinata locutio) en cosas de Fe, puede seguirse su corrupción. Por eso dice el papa San León: “Porque los enemigos de la cruz de Cristo nos acechan en todo, en las palabras y aun en las sílabas, no les demos la más leve ocasión para que mientan diciendo que concordamos con el lenguaje de Nestorio “”.[4] Se ve por lo tanto que no sólo se considera necesario exponer la Fe, sino hacerlo de modo ordenado, según un lenguaje claro y preciso, justamente para evitar su corrupción.[5]

  1. La crisis moderna en la cultura y en la teología

En referencia a lo que hemos dicho, podemos afirmar que, en particular, se viven actualmente dos crisis. Por una parte, la cultura moderna padece una verdadera crisis de lenguaje, y no nos referimos solamente al uso masivo de este en los medios de comunicación – ejemplo que sería más que elocuente -, o incluso en el argot popular. El problema es más grave porque, aún entre la gente que posee cierta cultura, los términos se vacían gratuitamente de su contenido convencional para reemplazarlos por uno de carácter arbitrario, producto en el fondo de una violenta imposición cultural. ¿Se trata de una imposición debido a la moda? Es evidente que se transforma en moda, aunque las investigaciones más atentas muestran que en el fondo, esa imposición es arbitraria en el más crudo sentido de la palabra, y proviene de verdaderos centros de poder, los cuales a partir de cierto momento deciden imponer ciertas categorías nuevas. La “teoría del género (gender)” es quizás el ejemplo más resonante de estos últimos años, no sólo porque la teoría en sí misma carece absolutamente de toda justificación científica, sino porque se busca revolucionar totalmente el lenguaje y el sentido original de los términos a través de ella. El término inglés ‘gender’ pasa a reemplazar al de sexo, afirmándose además que este nace de una autopercepción, o bien que se impone culturalmente. Todo parece válido, menos admitir alguna relación con la naturaleza o la esencia propia de los animales o personas.

Pero esta no es la única crisis que padece el lenguaje. A veces, se elige otra forma de vaciar su contenido, y es recurriendo permanentemente a un lenguaje ambiguo, sin decir ni dejar de decir, aunque inclinándose subrepticiamente a favor de un cierto tipo de opinión o tendencia, sin afirmarla claramente. Este fenómeno se ha dado de modo frecuente en la filosofía, y más aún en la teología moderna, aunque no exclusivamente, puesto que también es común, por ejemplo, en los análisis culturales e históricos que escuchamos actualmente. También aquí, como en el caso del ‘gender’, es “el lenguaje el que crea la realidad. El eufemismo es la manifestación más visible (…) Así, en los años setenta, comenzamos a llamar “interrupción voluntaria del embarazo” al aborto y últimamente, hemos aprendido a calificar como “daños colaterales” a los muertos civiles en guerras en las que se realizan bombardeos supuestamente tácticos. Da la impresión de que no importa cuál sea la realidad aludida, sino los términos que se usan para referirse a ella. El lenguaje subvertido hace el resto del trabajo. No hay forma de entender el fenómeno de la leyenda negra que desde el punto de vista del lenguaje y la manipulación del lenguaje”.[6] Esta manipulación del lenguaje tiene no obstante su punto débil: “Es siempre visible y grosera, y, por lo tanto, ayuda a ver aquello que la manipulación misma quiere tapar”.[7]

Frecuentemente, vemos que se emplea en teología un lenguaje deliberadamente impreciso, alusivo, difuminado, volátil y ondeante. Un lenguaje que formula preguntas sin respuestas, contraposiciones dialécticas sin síntesis, y que, a menudo, utiliza frases del tipo “sí…pero”, donde el “pero” introduce no sólo atenuantes, sino también excepciones. Es un lenguaje que trabaja más por imágenes que por conceptos y que posee una problemática interpretación teológica. Enseñar doctrina católica de modo seguro, pasa a ser, en el lenguaje de estos distorsionadores, algo así como “piedras lanzadas por los fariseos” contra las pobres almas; se afirma – dialécticamente – que la tradición no es un ‘museo’ (vaya aclaración), que el confesionario no debe ser una ‘sala de tortura’ (¿?). En realidad, nunca el confesionario lo fue, como tampoco nunca la tradición fue un museo ni la doctrina piedras lanzadas. Quizás alguno lo entendió mal y lo aplicó así, pero sobre todo son estos adulteradores los que así lo entienden.[8]  El lenguaje así empleado no ayuda a la Fe de nadie, por cierto, y sólo hace que surjan dudas, porque procede por contraposiciones y contradicciones; inquieta porque en el fondo no es connatural al hombre.

  1. Un ejemplo concreto

Para ilustrar lo que venimos diciendo, creo que puede servir un último documento editado por la Pontificia academia por la Vida, con motivo de la así llamada pandemia del Covid-19 y la situación mundial que se ha generado al respecto. Este documento pretende brindar una contribución a los cristianos y a los que no lo son para interpretar la actual coyuntura, en forma de ‘notas’ – según se expresa – complementarias a la carta dirigida a dicha Pontificia academia por el actual papa Francisco en el 2019.[9]

Creo que se es sincero y que no se comete ninguna injusticia al afirmar, según datos de experiencia, que desde hace muchos años los documentos de la Santa Sede, especialmente los que proceden de comisiones, consejos o academias, poseen un público muy restringido, y que son muy pocas las personas que los leen en su totalidad, y todavía menos los que le prestan una considerada atención. Pareciera que en los últimos años se ha acrecentado aún más la falta de interés por los mismos, debido en gran medida, como señalan muchos, al lenguaje que emplean, que paradójicamente pretende ser fraterno y universal, pretendiendo llegar a todos los ambientes, creyentes de diversos credos y hasta no creyentes.

Es esa pretensión la que ha llevado, según reconocen los mismos redactores, a tratar de utilizar un lenguaje accesible a todos. La pregunta que se impone, dada la escasa recepción que logran, es precisamente el querer saber si dicho objetivo se logra o hay algo que está fallando rotundamente al respecto. Pero más que en el lenguaje, es sobre respecto al contenido que dicha pregunta se impone.

La frase que sigue, analizada y criticada por intelectuales de renombre, creemos que es más que elocuente: “Hemos sido visitados por el suave toque de una presencia pasajera, pero esta nos ha dejado igual, no nos hemos inmutado, confiando en que todo continuará según lo previsto. Salimos de una noche de orígenes misteriosos: llamados a ir más allá de la elección, llegamos pronto a la presunción y a la queja, apropiándonos de lo que solamente nos ha sido confiado. Demasiado tarde aprendemos el consentimiento a la oscuridad de la que venimos, y a la que finalmente volvemos”.[10]

Hemos dado una ojeada al documento, tratando de esforzarnos para terminar su lectura. Como también han señalado algunos ensayistas, creemos que por entero adolece de ambigüedad y confusión, aunque la frase antes citada parece llevarse el premio. Sin ir más lejos: ¿Cuál es la presencia pasajera a la que se alude, ya que no se la menciona por nombre? ¿Es la del Covid? Tampoco alcanza el contexto para saberlo con certeza. Pero más notoria es la mención acerca de que “salimos de una noche de orígenes misteriosos”. Es un organismo de la Santa Sede el que lo afirma. Respondiendo a una crítica que se le formuló al respecto, el portavoz de la Academia decía que el objetivo era lograr un lenguaje adaptado a todos los hombres.[11] Se nos permita un pequeño análisis al respecto. Si consideramos sólo a los creyentes, y en particular a los de los tres conglomerados de religiones monoteístas más importantes del mundo, estos creen justamente lo contrario: Tanto cristianos de todas las confesiones – incluidos los sectarios -, musulmanes en sus múltiples variedades, y judíos, creen justamente que el origen del hombre no se identifica ni con una noche ni con la oscuridad, sino al revés.  El más hábil malabarista del mundo no sería capaz de equiparar un significado con otro. La frase citada dice exactamente lo contrario de lo que la mayoría de los creyentes del mundo creen. Si consideramos ahora los no monoteístas, tampoco será fácil encontrar un gran grupo religioso que retenga dicha frase como representativa. Porque hasta los animistas o sintoístas consideran que el origen del hombre es bastante cierto. Si pensásemos en los no creyentes, aquí el abanico es muy grande y se hace muy difícil homologar, pero podemos encontrarnos con opiniones de las más diversas, y en tal caso, con muchos que dirán que no aceptan llamar oscuridad ni a los orígenes de los cuales provenimos ni a lo que nos espera al llegar al final.

El análisis de las frases del documento podría proseguir, pero creemos que es suficiente como muestra. El lenguaje confuso y equívoco, en este caso (decimos equívoco porque ni siquiera se sabe a qué se está haciendo referencia al hablar de “orígenes oscuros”, y de ir “más allá de la elección”), no puede ser considerado una herramienta válida para el diálogo con hombres que piensan diferente de nosotros, porque para dialogar hace falta establecer al menos ciertos puntos comunes de contacto, y es el lenguaje la herramienta más útil para proveernos de ellos. Pero hay algo más: El lenguaje representa los conceptos y estos el pensamiento. Si yo utilizo, en principio para aproximarme o tener empatía con otro, un lenguaje que ya no representa lo que yo pienso, estoy impidiendo al otro de acceder a mi pensamiento, y por lo tanto, de entrar en un profundo y fructífero diálogo con el grupo o idea que me representa. El resultado es exactamente el opuesto al que se pretende o dice pretenderse.

Por todo lo señalado, nos damos cuenta de que no estamos por cierto ante un problema de lenguaje, sino de pensamiento y de contenido. En muchos ambientes, del que no escapa el eclesiástico, la manipulación del lenguaje es sólo el medio para imponer un pensamiento nuevo, una nueva doctrina, sea porque deshace casi enteramente todo lo que antes se sostenía, sea porque lo enseña o lo predica de modo ambiguo. Para dar otro ejemplo, los mismos motes: “Teología de la liberación”, “teología ciudadana”, “teología africana o asiática”, son ambiguos e incluso equívocos, porque el término “teología” implica por sí mismo un objeto definido, que es Dios y sus verdades (teología significa “discurso sobre Dios”), y si bien puede ser estudiados parcialmente, como lo hacen las ramas de la teología (moral, pastoral, litúrgica, bíblica, etc.), no pueden considerarse ramas de la misma la distinta procedencia de los autores o estudiantes que se dedican a ella, el pertenecer a una ciudad o pueblo, el ser de África o Asia, o el comunicar un cierto mensaje de liberación o de proximidad a los pobres que es hasta contrapuesto a la liberación y pobreza predicadas por Cristo. Respecto a esto último, y dado que es un conocido caballo de batalla, todos sabemos que la preocupación por los pobres – tal como debe ser – es cristiana y es evangélica, y por lo tanto debe existir. Pero no es adulterando el lenguaje como se la lleva a cabo, y se la debe practicar sin adulterarlo. Las malas clasificaciones no son propias del lenguaje teológico ni se adaptan a él, siendo ciertamente confusas, ambiguas y engañosas.

  1. A modo de conclusión

Los que utilizan un tipo de lenguaje ambiguo para la teología, la exégesis o la predicación, no dejan de considerarse representantes, casi hasta la obscenidad, de la misión de Jesús y de su evangelio. En realidad, “necesitan” nombrarlos para conservar patente de cristianos y, además, para utilizar dichos nombres dialécticamente contra todo lo que quieren denigrar o atacar, sólo que filtrándolos con el tamiz coloreado de sus interpretaciones peregrinas. Sin embargo, con dificultad se encontrará algo más lejano de los consejos de Jesucristo que la ambigüedad por ellos usada, si queremos atenernos a lo dicho por Jesús mismo: Que la palabra de ustedes sea ¡sí, sí!; ¡no, no! Lo que excede procede del Maligno … (Mt 5,37) Ante semejantes palabras, puede resultar difícil justificar una frase como la siguiente: “La lógica del blanco y negro puede llevar a la abstracción casuística. En cambio, el discernimiento es avanzar en el gris de la vida según la voluntad de Dios”. Este es un claro ejemplo de frase ambigua: La vida está llena de circunstancias ‘grises’, es cierto, donde se mezclan aspectos blancos o más o menos blancos, con negros o más o menos negros. Pero el discernimiento no consiste en adoptar lo gris como tal, sino justamente, el separar desde el gris aquello que es blanco, para tomarlo, de lo que es negro para desecharlo. Si no se aclara cuidadosamente lo que se pretende decir – y estos profetas son especialistas en no aclararlo -, la frase puede fácilmente entenderse mal. No se puede poner toda la carga sobre la impresión sensible o sobre el impacto que la frase pueda llegar a tener, o sobre un presunto atractivo sobre los otros, que muchas veces no es tal. Es necesario sobre todo que sea clara. Esto lleva también consigo una consecuencia moral clara, como lo señala un antiguo testimonio cristiano: “No serás voluble en el pensar ni usarás duplicidad en el hablar; la lengua doble es, en efecto, un lazo de muerte (…) No te precipites en el hablar; la lengua es efectivamente un lazo de muerte”.[12]

La siguiente sentencia de un autor contemporáneo parece resumir todo con gran agudeza: “Pronunciemos la palabra que juzga metafísicamente, con criterios absolutos: La palabra que no se apoya en construcciones históricas convencionales, ni en modas pasajeras. La palabra que refleja el ser, no su interpretación; la palabra que permanece, no la que evoluciona; la palabra que define, no la que halaga o confunde (…) La solución última es la palabra en tanto vehículo de realidades metafísicas, por encima del cambio, independiente de los horizontes culturales, de los puntos de vista. Y esta palabra no puede ser sino el reflejo de la Palabra, Dios mismo. Por esa razón Ernest Hello muy bien dijo: “Afirmar es el acto inicial de la palabra. Todo verbo contiene el verbo ser. Toda palabra tiene a Dios por sostén. El que es, es el fundamento de todo discurso” (…)”[13]

 

[1] Cfr. Aristoteles, Peri Hermeneias, I, 1-2.

[2] Sto. Tomás de Aquino, Comentario al libro de Aristóteles: Peri Hermeneias, l. II, 14.

[3] Cfr. Aristoteles, Peri Hermeneias, I, 3-4.

[4] Tomás de Aquino, Summa Theologiae (S. Th) IIª-IIae, q.11, a.2, ad2.

[5] Esto es así particularmente en el campo teológico, porque la ciencia teológica nace a partir de la Fe, y la Fe es “de lo que no se ve” («los que creen sin haber visto»; Jn 20,29), ya que su objeto (Dios y sus misterios), no es evidente. Por lo tanto, toda la fuerza del acto de Fe se basa en el ‘asentimiento’ que la inteligencia debe dar, afirmando aceptar dichas verdades. Para que no sea equívoco, dicho asentimiento debe ser claro y preciso: No es lo mismo decir que creo en “un dios universo”, o en uno “que a todo da forma siendo parte de ese todo” (gran arquitecto del universo, por ejemplo), que decir que creo en un “Dios personal y trascendente”. No es lo mismo creer en Jesús sólo como profeta (uno de tantos) que creer en El cómo “hijo de Dios”. En un caso o en otro, cambia el valor de suplencia que se otorga a los términos (Dios, Jesús, etc.), y cambia por lo tanto su significado, alejándose en algunos casos del depósito de la Revelación (de la verdad revelada), dejando eventualmente de ser teología cristiana.

[6] Cfr. M. Elvira Roca Berea, Imperiofobia y leyendas negras: Roma, Rusia, Estados Unidos y el imperio español; ed. Siruela, Madrid 2016, p. 473 (edición e-book).

[7] Ibidem, p. 48.

[8] Así dicho, uno tiende a dudar del confesionario, de los confesores y de la misma confesión. Si hubiera sido una sala de torturas, la confesión habría desaparecido hace ya mucho tiempo, y ciertamente que eso no sucede en las comunidades donde hay vida cristiana auténtica. Si alguna vez algún confesor la ha practicado de dicho modo, es problema de un confesor personal, y no de los confesores, ni del confesionario, ni de la confesión, como esa frase confusa lo da a entender.

[9] El documento en cuestión se llama ‘Humana communitas’ en la era de la pandemia: Consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida, de la Pontificia academia del 22/7/2020. Su título hace referencia a la carta del papa Francisco a dicha academia: Humana communitas, del 06/01/2019.

[10] El documento en cuestión puede verse: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdlife/documents/rc_pont-acd_life_doc_20200722_humanacomunitas-erapandemia_sp.html. La frase citada en el punto 1.1.

[11] La crítica en cuestión es de Stefano Fontana en: https://lanuovabq.it/it/se-per-il-vaticano-dio-non-esiste. La respuesta de Fabrizio Mastrofini, de la oficina de prensa de la Academia: https://lanuovabq.it/it/covid-e-vaticano-botta-e-risposta-pav-bussola.

[12] De la Carta de Bernabé; c. 19, 1-3. 5-6. [Funk 1, 53-57]. (Del oficio de lecturas del miércoles de la XVIII semana del tiempo ordinario).

[13] Cfr. E. Hello, Palabras de Dios. Reflexiones sobre algunos textos sagrados, Difusión, Buenos Aires, 92. El texto de J. C. Monedero, El lenguaje es discriminatorio: ¿y qué? (http://es.catholic.net/temacontrovertido/330/1744/articulo.php?id=47533).

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