IMPERIOFOBIA Y LEYENDAS NEGRAS – RECENSIÓN DE LIBRO

IMPERIOFOBIA Y LEYENDAS NEGRAS; de María Elvira Roca Berea, ed. Siruela, Madrid 2016 (señalamos por el momento las páginas de la edición e-book).

María Elvira Roca Barea

            María Elvira Roca Barea, periodista y profesora, quien se confiesa provenir de una familia de masones, no tener ningún vínculo con la Iglesia católica ni haber recibido una educación religiosa formal (cfr. p. 7), nos regala una obra preciosísima, exhaustiva, erudita y llena de cuidadosa investigación, al mismo tiempo que sumamente objetiva, acerca del argumento de las leyendas negras.

            Mario Vargas Llosa, a quien no podemos ciertamente calificar como un acólito de misa diaria, lo elogia en estos términos: «Es aguerrido, profundo, polémico y se lee sin pausas, como una novela policial. Confieso que hace tiempo que no leía un libro tan ameno y estimulante (…) Está muy bien escrito, con una prosa elegante, argumentos pertinentes y a ratos una ironía risueña que atenúa la gravedad de los asuntos que trata».[1]

            La periodista relaciona el fenómeno de la leyenda negra con el del imperialismo, porque afirma que todos los imperios, a través de la historia, sufrieron cierta denigración, exagerando sus defectos y minimizando sus logros, cuando no mintiendo abiertamente sobre muchos de sus hazañas históricas. Analiza el caso de Roma, de Rusia, de Estados Unidos actualmente (a quien llama imperio nuevo), pero sobre todo se detiene en el caso del Imperio español, el que obviamente más le interesa, y sobre el que aporta una multitud de datos, extraídos de tratados teológicos, de libros de historia, novelas, documentales, obras teatrales, películas de ficción, muchas citaciones actuales de la web, para nada superficiales sino con abundante documentación basada en fuentes originales.

  1. Leyenda negra

      El término leyenda negra, según nuestra autora, tiene origen en otro: La leyenda áurea, que era una colección de hagiografías, muy popular durante la edad media e incluso después de ella. El humanismo, en especial el de Erasmo de Rotterdam, fue duro en criticarla, hecho que para nada impidió, sino que favoreció su popularidad. El término leyenda negra, en cambio, aparece hacia fines del siglo XIX, referido alguna vez a Napoleón Bonaparte y su historia, pero muy pronto aplicado casi exclusivamente a denominar la propaganda antiespañola. Una de las primeras obras que se dedica a analizar el fenómeno de dicha propaganda fue la obra de Julián Juderías, en cinco entregas, publicada en 1914 y titulada: La leyenda negra y la verdad histórica, y una edición más ampliada en 1916: La leyenda negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero.[2] Hay que destacar, como ella lo hace, que el término ‘leyenda’ cambió su significado sobre todo a partir de la difusión del protestantismo, en particular en Inglaterra. Las leyendas de los santos pretendían ser biografías ciertas e históricas de sus vidas; en ambiente protestante, en cambio, el término ‘leyenda’ pasa a utilizarse para denominar historias fantasiosas sin fundamento, dado que, para los protestantes, estas eran las de la historia de la Iglesia católica.[3]

            La leyenda negra antiespañola, aún antes de llamarse de aquel modo, parece originarse en Italia, probablemente porque “la primera expansión imperial española se hizo hacia el Mediterráneo”. Pero para la autora eso no significa que sea una creación italiana, sino que lo que se da allí no es más que una reedición de los prejuicios imperiales que ya los encontramos en la propaganda anti romana, por ejemplo, y que “surgen una y otra vez cuando se repiten las circunstancias”. En esta primera forma, nacen de complejos ante el poderío del nuevo imperio; se acusaba a los españoles de tener sangre inferior (curiosamente, se les atribuía haberse mezclado con judíos y árabes, y que por eso eran inferiores), ser incultos, bárbaros, orgullosos, con deseos de riqueza desmedidos y demás (cfr. Parte I; cap. 1, p. 154). Es verdad que hubo hechos históricos que la alimentaron en parte, como el saqueo de Roma en 1527 por parte de las tropas de Carlos V, pero en realidad dichos perjuicios parecieran siempre haber marchado con motor y por sendas propias, aunque no tuvieron forma orgánica ni constituyeron un sistema ideológico de doctrina.

2. La leyenda ideológica

      La construcción ideológica comienza a fabricarse en el escenario de las guerras de religión, durante los siglos XVI y XVII, y en ambiente protestante, lógicamente, primero luterano alemán y luego calvinista holandés y anglicano inglés. En el caso de los luteranos, ellos mantuvieron el prejuicio de que los españoles eran inferiores por tener mezcla de sangre semita (cfr. p. 159). El antisemitismo de Lutero es cosa bien estudiada y fue sin duda un factor clave que inspiró la historia de Alemania hasta el nazismo.

            La rebelión en los Países bajos (Holanda, Bélgica y Luxemburgo, pero especialmente el primero), produjeron un giro muy notable en la forma histórica adquirida por la leyenda negra antiespañola. La autora niega que haya existido una especial y gran rebelión; hubo más bien varias y muy pequeñas, no fueron levantamientos contra un tirano opresivo, y no fueron revueltas populares. En gran medida fueron obra de la propaganda, sobre todo la calvinista protestante, que pretendió brindar una base patriótica para su nueva religión, uniendo así nacionalismo y religión, sin lo cual dicha rebelión hubiera sido imposible (cfr. cap. 5, p. 270). Hubo muchos católicos holandeses que lucharon contra la rebelión; quedarán marcados como malos patriotas y sufrirán crueles persecuciones hasta al menos la segunda mitad del siglo XIX, como también sucedió en Inglaterra. Fue Guillermo de Orange (1533-1584), líder de la rebelión de los Países bajos, quien le dio gran impulso a la leyenda negra antiespañola, y la universalizó, traduciendo al holandés y al francés la Brevísima relación de Bartolomé de las Casas (p. 289).[4]

            La leyenda negra antiespañola se instala en la opinión cultural europea, de modo definitivo, a partir de la Ilustración (siglos XVIII y XIX), en Francia de un modo, en Inglaterra de otro. Haciendo un repaso por todos los muchos léxicos y enciclopedias consultadas, la autora concluye: “La leyenda negra es opinión, es contra España y es infundada” (p. 26). En Francia empieza con Pierre Bayle (1647-1706), pionero de la Ilustración (hugonote o protestante francés), y se comunica casi intacta a los ilustrados posteriores: En las Cartas persas y en Del espíritu a las leyes de Montesquieu; en Voltaire (uno de los grandes renovadores del mito de la Inquisición), en los textos de Guillaume-Thomas Raynal, Louis de Jaucourt y muchos otros, pero basten estos para demostrar que “la hispanofobia no ocupa en Francia un lugar excéntrico y marginal, sino que forma parte del cuerpo central de las ideas de la Ilustración”[5]  (cfr. parte III, cap.1, pp. 431-32). “En Inglaterra, la Ilustración arremete contra el catolicismo (como era de esperar), y lo sigue considerando una calamidad que debe extirpar, pero no crea nuevos tópicos para la leyenda negra, genialidad típicamente francesa” (cfr. p. 442).[6] En Francia, la polémica contra los imperios (el ruso y el español, principalmente) se agudiza después de 1763, cuando, como resultado de la guerra de los siete años contra Inglaterra, se vio obligada a ceder todos sus territorios de ultramar en América.

3. La educación

            Uno de los tópicos favoritos de la leyenda negra antiespañola es el referido a la educación y a las universidades. España pasa por ser el país de ignorantes, atrasados, que de igual forma se comportó en América, abandonando sus colonias americanas a la total ignorancia. Nada más alejado de la realidad.

            “Se fundaron en América [por parte de España] más de veinte centros de educación superior. Hasta la independencia salieron de ellos aproximadamente 150.000 licenciados de todos los colores, castas y mezclas. Ni portugueses ni holandeses abrieron una sola universidad en sus imperios” (Parte I, cap. 7; p. 372). “Sólo a fines de los años treinta del siglo XX fundó Holanda la primera universidad en una colonia suya (cfr. nota 450)”.[7]

            Hay citas de autores franceses que dicen textualmente lo siguiente (de Francia y sus colonias): “El criollo francés que se siente inclinado hacia el foro, la Iglesia, o la soledad del claustro; hacia las armas o la medicina, no puede satisfacerla más que en la metrópoli; porque en las colonias no existen ni universidades ni facultades de derecho o de medicina ni seminarios ni tampoco conventos ni escuelas militares”. Y añade que las leyes francesas “van hasta no permitir que los hijos de los criollos reciban en las colonias otra instrucción que la que dan los maestros locales, es decir, leer, escribir y contar” (cita de F. Depons, Viaje a la parte oriental de la tierra firme [1806] en p. 384, nota 471 consultable en https://angelalmarza.wordpress.com/).

            Y sobre las colonias inglesas: “El control inglés es necesario para desarrollar con éxito lo que se pretende: comerciar con beneficios. Y no se busca más; no hay planes de urbanismo ni fundación de universidades ni hospitales ni redes de comunicación planificadas ni medios de evangelización, esto es de integración, etc. La Proclamation Act es una prueba definitiva” (en parte II, cap. 2, p. 529). En su propia historia, Inglaterra llama primer imperio al de América del Norte, y este comienza oficialmente con la llegada del Mayflower en 1620 (con los padres peregrinos, los primeros colonos anglosajones que se establecieron en la costa de Massachusetts, formando la colonia de Plymouth), aunque hubo algunos intentos anteriores. España hacía ya más de un siglo que se hallaba fundando ciudades en Méjico, América central y del sur. El desarrollo intelectual de las colonias americanas comenzó después de su independencia, en 1776, y no antes. El segundo imperio inglés comienza con la conquista de la India, medio siglo después, al principio por parte de compañías privadas y sólo desde 1857 con la presencia del estado. Sólo a partir de dicho momento se fundaron cuatro universidades. “Si las comparamos con las que se levantaron en la América hispana son muy pocas. Las siguientes universidades que se fundan en la India son ya el resultado de la iniciativa de instituciones o personalidades hindúes destacadas. La quinta fue la Universidad hindú Banaras, creada en 1916 por el líder independentista Pandit Madan Mohan Malaviya” (p. 548).

4. La Inquisición y las iniquidades americanas

            La Inquisición española es otro de los tópicos clásicos. La autora reconoce que ha existido una gran tarea de revisionismo histórico al respecto: “En comparación con otros tópicos de la hispanofobia, la Inquisición ha sido bastante afortunada. La investigación histórica ha conseguido desmontar el mito casi por completo. Otra cosa es que esto haya calado en el imaginario popular (…) La Inquisición, en cambio, era una institución muy concreta y burocratizada, en el seno de la cual resultaba casi imposible dar un paso sin levantar un acta” (Parte III; cap. 6; p. 322). Además, en una entrevista, la autora reconoce que: “No existieron persecuciones de brujas en la España imperial (como sí las hubo en Inglaterra, Francia y los Países bajos) porque existía la Inquisición, que era un sistema legal y reglamentado para todo lo que se consideraba delito o disidencia religiosa. La Inquisición no sólo perseguía la disidencia del catolicismo sino también delitos como el proxenetismo, abuso de menores, falsificación de moneda… Hubo en 140 años unos 1300 condenados por distintos tipos de delitos … Parecen muchos, pero no lo son si se compara con los muertos en la Inglaterra isabelina o con los 900 que asesinó Calvino en sólo veinte años de gobierno en Ginebra, una ciudad de 10.000 habitantes”.[8]

            El mito de la Inquisición surge en el contexto de las guerras de religión, aunque se alimenta en la Inglaterra de Isabel I y en los Países bajos durante las rebeliones. En ambos casos, se silencian las terribles masacres de católicos ocurridas en ambos escenarios: “La Furia iconoclasta de 1566 (en los Países bajos), que destrozó cientos de conventos e iglesias y provocó que el (duque de) Alba fuera enviado allá, se explicaba como consecuencia del papel represor de la propia Inquisición española, a pesar de que no hubo nunca Inquisición española en los Países bajos” (Parte II, cap. 5; p. 288). En Inglaterra: “Calle por calle y casa por casa, los católicos fueron barridos de la faz de Inglaterra. En diez años, de 1559 a 1569, la represión isabelina ejecutó 800 católicos y unos 160 sacerdotes ‘de seminario’ (formados fuera de Inglaterra y enviados como misioneros). William Cobbet, autor protestante, afirma en su historia que la reina Isabel provocó ella sola más muertes que la Inquisición en toda su historia.[9] (…) Las ejecuciones eran públicas y se pagaba entradas para verlas. A ella se unió la propaganda que convenció al mundo occidental que los anglicanos eran los defensores de la libertad de conciencia y la tolerancia, mientras que los católicos eran la encarnación misma de la falta de libertad, la intolerancia, el atraso y la barbarie” (cfr. pp. 237-8).

            Con respecto a las presuntas iniquidades americanas, hay que decir que “el Nuevo Mundo nunca fue colonia de España y que sus habitantes indígenas fueron tan súbditos de la Corona como lo eran los españoles peninsulares (…) el término colonia nunca se empleó en la administración imperial” (parte I, cap. 7, 363). Para la autora, esto es lo que distingue un ‘imperio’ del colonialismo y de otras formas de expansión territorial; el primero integra territorios y poblaciones, más allá de los lógicos conflictos y los lamentables abusos que siempre se producen. Para Roca Barea, “el mejor antídoto contra el tópico del Imperio inconsciente en América sea quizás su poblamiento y urbanización, que distó mucho de ser un plan azaroso y casual” (p. 365). Lo mismo la fundación de hospitales, la ya mencionada de universidades, etc. Y acerca del famoso genocidio llevado a cabo: “Las cifras (…) son falsas. Si dividimos los millones que fray Bartolomé dice por el número de españoles que llegaron a las Indias, cada español – incluidos mujeres y niños – tuvo que matar a unos catorce indios al día hasta la Independencia (1810) de las repúblicas” (p. 91).

            Otro gran tópico es el antisemitismo. Se sabe perfectamente que la primera gran expulsión de judíos en Europa tuvo lugar nada menos que en Inglaterra en 1290 (aunque había existido una parcial en Francia durante el siglo anterior), hubo varias en Francia durante el siglo XIV, en Austria en 1421 y en los ducados milaneses (bajo los Sforza) casi al mismo tiempo que la expulsión desde España en 1492. Sin embargo, sólo se habla de esta última. Fueron en parte los mismos judíos, emigrados en los Balcanes y en los Países bajos, quienes lógicamente alimentaron dicha acusación contra España, pero no en los demás casos, aunque lo verdaderamente llamativo fue como el argumento de acusación cambió. Lutero fue profundamente antisemita y lo mismo Voltaire, casi dos siglos más tarde, y ambos acusaron a los españoles de atrasados por tener mezcla de sangre semítica, acusación que ya habían lanzado los humanistas italianos, como hemos visto. Sin embargo, a partir del siglo XVIII y XIX el argumento se gira: La expulsión de los judíos de España pasa a ser un argumento central y causa del atraso español, aunque la historia demuestre lo contrario (España, en efecto, llega a ser imperio durante el siglo siguiente a la expulsión de los judíos).

5. Conclusión

            Estamos sin duda delante a una obra de gran valor. La tesis de la autora es que los imperios suponen una construcción integral y civilizadora, con defectos, pero sin duda con muchas virtudes: Ha sido el caso del imperio romano, del español, del ruso, del americano actualmente. Los imperios suscitan envidia y sentimientos de inferioridad, que despiertan la aversión y la propaganda contraria. Creemos que hay mucho de verdad en dichas afirmaciones, pero no explica todo el fenómeno de la hispanofobia, que ha sido mucho más singular, perseverante y virulento que todos los demás. Yo creo que se explica por el modo singular en que el Imperio español, con todos sus defectos, se relacionó con la evangelización de los pueblos colonizados y con la doctrina católica. El odio contra la obra de España es un odio contra la Iglesia católica y es más aún: Aunque no se lo reconozca, es un odio contra el Evangelio, y el ataque cultural violento que estamos viviendo en estos últimos decenios viene a confirmar tal aseveración.

            La autora afirma ser católica sólo de nombre. Admira algunas cosas de la doctrina católica, como la exaltación del libre albedrío, al que llama “piedra angular de la moral católica”, y que jamás la Iglesia haya coqueteado con la idea de la predestinación, que da origen al racismo científico, entre otros demonios (cfr. p. 9). Sin embargo, afirma que “las Bienaventuranzas le parecen un programa ético lamentable y que poner la otra mejilla es pura y simplemente inmoral, porque nada excita más la maldad que una víctima que se deja victimizar”. Por supuesto, Roca Barea no entiende el Evangelio ni por asomo. Justamente, una de las mayores críticas que se hizo siempre a la historia del catolicismo es el haber librado guerras de defensa, como lo fueron claramente las Cruzadas, e incluso las guerras de religión, ya que se quiso impedir – con todos los desaciertos del caso – el deshacerse de la Cristiandad, y eso no entraba en conflicto con el “poner la otra mejilla”, que se refiere más bien a la virtud personal del individuo y no supone un detrimento del concepto de justicia social ni legal ni política. Un reino o imperio católico no tiene por qué renunciar a administrar justicia e incluso a imponer penas, aunque muchas veces pueda ser más indulgente en la forma de considerarlas o mitigarlas. Como decía G. K. Chesterton, a la sazón inglés, al cristianismo (en este caso al catolicismo) se lo ha acusado de ser demasiado débil y también de ser demasiado duro; de aceptar a todos sin discreción y de ser intolerante, de blanco y de negro, de mojigato y de salvaje, de ser religión de mujeres y de denigrar a la mujer. Es verdad – como la autora lo repite – que los católicos no supieron defenderse muy bien de las acusaciones que se les hicieron, sobre todo las vinculadas con la Leyenda Negra. Hubo quienes sí lo hicieron, y muy bien, sólo que los silenciaron; primero a causa de la hegemonía de la cultura protestante durante los siglos XIX y XX, que poseía el control de los medios y de la propaganda, pero luego a causa del tremendo complejo de inferioridad que azota a gran parte de la jerarquía católica y a muchos católicos, que creen que solamente serán honestos si son exclusivamente críticos con su pasado, y especialmente si lo son de un modo acrítico, o sea, sin dar ni pedir explicaciones. Es este el fenómeno del modernismo y actualmente del progresismo teológico, con todas sus múltiples variantes, entre las que se encuentran las teologías del pueblo, de la liberación, teología pastoral ciudadana, y todas sus insulsas variantes, teologías que no han nacido en los suburbios indígenas o pobres de Latinoamérica, sino en las cómodas bibliotecas y aulas de las universidades católicas de Alemania, Bélgica, Francia y ahora también de Roma, y por desgracia, en las cátedras de varios seminarios. Es parte del misterio de iniquidad, del que habla San Pablo (2 Tes 2,7), aunque nosotros creemos y sabemos que no triunfará. Porque a diferencia de la autora, el verdadero católico posee una visión trascendente que le permite entender adecuadamente la realidad, y le permite ser juez de ella, el auténtico y más certero juez. Esa es la razón por la que nunca la Iglesia católica cayó en determinismos y el por qué afirma la libertad radical del ser humano, creado y redimido por Dios.

R. P. Carlos D. Pereira, IVE


[1] En El País, del 16/9/2018 (https://elpais.com/elpais/2018/09/14/opinion/1536926149_207429.html)

[2] Hay muchos trabajos muy valiosos de revisión en la segunda parte del siglo XX y en lo que va del XIX, como el de Powell, P.W, quien fue el primer anglosajón en abrirse paso en su ambiente con dicho tema (su libro Tree of hate, con una versión posterior en español: La leyenda negra, del 2008), el de Joseph Pérez, Iván Vélez, etc.

[3] Remitimos a las páginas de la edición e-book del libro, que no coinciden con las del libro impreso (cfr. pp. 17-23).

[4] Fray Bartolomé de Las Casas, OP. (1484-1566), fue encomendero en América central y luego fraile dominico. Como denunció ciertos abusos en el trato de los indígenas, consiguió del cardenal Cisneros, regente del reino, ser nombrado Protector universal de todos los indios, y luego, consagrado obispo de Chapas. Pudo entrevistar a Carlos I (Carlos V), entonces rey de España y conseguir de este la promulgación de nuevas leyes para protección de los indios. Sin embargo, ese mismo año publicó su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, muy crítica de la colonización española. El accionar y los escritos de Las Casas fueron muy criticados, incluso por grandes misioneros, entre los que se destaca Fray Toribio de Motolinía, OFM. (1482-1569), quien fuera provincial de su orden, y luego simple misionero. Toribio amó a los indios, los comprendió y defendió en el terreno de las realidades y de modo práctico, pero no compartía las opiniones de Fray Bartolomé. Escribió una célebre carta al emperador en 1555, donde criticaba la visión de Las Casas, por considerarla inexacta, falta de realidad, y llena de furibundos ataques a los españoles (cfr. http://www.franciscanos.org/enciclopedia/tbenavente.html). Las Casas justifica los sacrificios humanos (que hacían los indios) con el pretexto que eran lo mismo que la Misa, y justifica hasta la apología del tráfico negrero, porque estos eran más aptos para ser esclavos que los indios (cfr. p. 377).

[5] La autora cita la opinión de Rómulo Carbia, historiador argentino (en su obra Historia de la leyenda negra hispanoamericana), quien afirma que “la condición de exjesuita de Raynal es clave para entender sus filias y fobias, y se entretiene detallando sus muchos plagios. El mundo del plagio entre los santos padres ilustrados es fascinante” (cfr. nota 539). También afirma que no existe ninguna monografía de peso sobre la Inquisición en Francia, mientras que de la española son innumerables. Y, sin embargo, aquella persistió hasta el siglo XIX” (nota 540). 

[6] En Inglaterra ya existía furibunda persecución anticatólica desde el siglo XVI, y continuará hasta 1850, con pogromos, alzamientos populares por carestías donde se acusaba a los católicos, e incluso legalmente, como los Test Acts, por los cuales se inhabilitaba a los católicos para la vida política y social, obligándolos a jurar contra la transustanciación o presencia real de Cristo en la Eucaristía. Hubo anglicanos que se negaron a prestar dicho juramento (cfr. p. 443).

[7] Veintisiete (27) universidades según https://hispanida.wordpress.com/2017/08/15/universidades-fundadas-por-espana-en-america-y-filipinas/ de las cuales 8 en el s. XVI, 13 en el s. XVII, 5 en el s. XVIII y una en el s. XIX.

[8] Cfr. https://www.religionenlibertad.com/cultura/53839/investigadora-roca-barea-sostiene-que-inquisicion-fue-garantista-.html

[9] La obra de William Cobbet (History of the Protestant Reformation in England and Ireland), publicada en Londres en 1824, se encuentra en: www.exclassics.com.

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