(Escrito en 2001, cuando habitaba en el santuario de Ortás, Belén, Tierra Santa)
¡Tierra Santa…! Un nombre del todo singular, sugestivo, para designar un país, una determinada tierra, un lugar. Es tierra porque es material, palpable con los sentidos, y no es sólo una construcción edilicia, ni siquiera un Templo o una estela, es toda una extensión, una geografía, un conjunto de lugares que han conformado la morada de muchos pueblos y de naciones a lo largo de la historia. Es santa porque ha sido “visitada”, bendecida, enriquecida de modo particular por Dios. Así lo creen efectivamente los fieles de las tres grandes religiones monoteístas del mundo.
El Papa Pablo VI, en su histórica visita a Tierra Santa, declaró: “esta tierra es única en el mundo por la grandeza de los acontecimientos de los que ha sido teatro“[1]. Evidentemente se está refiriendo a la tradición judeo-cristiana, de la cual depende la cultura más influyente de nuestro tiempo, y de la cual también depende la tradición musulmana en gran medida, en cuanto que ha tomado muchos elementos de la judeo-cristiana. En efecto, esta es la tierra a la cual Dios llamó a Abraham para que viniese a habitar en ella, prometiéndole que se la daría en posesión a su descendencia (cfr.Gn 12,7) “para siempre” (cfr.Gn 13,15). Este hecho da origen a la tradición hebrea y su relación con la tierra de Palestina. Después vendrán muchos otros acontecimientos que constituyen la misma esencia de la historia de Israel, como la vida de Isaac, de Jacob, la conquista de la Tierra, la residencia de los reyes y profetas. También para los cristianos y su tradición tiene importancia capital, no sólo por la conexión histórica de dicha tradición con los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento, sino en cuanto que también aquellos se consideran “hijos de Abraham por la Fe” (cfr.Rm 4,16), y sobre todo porque esta tierra ha sido la patria terrena de Jesucristo, teatro universal de su Evangelio y de la redención del mundo.
Es por eso que el papa Pablo VI ha podido afirmar también: “Tierra donde vivieron un tiempo los patriarcas, nuestros padres en la Fe; Tierra donde resonó por tantos siglos la voz de los profetas que hablaban en nombre del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; Tierra, en fin y sobre todo, que la presencia de Jesucristo ha convertido para siempre en bendita y sagrada para los cristianos, y podemos decirlo, para todo el género humano“[2].
1. ¿Es posible hablar de “lugares santos”?
Existen lugares físicos de la tierra asociados de modo particular a la presencia divina. De ello nos da claro testimonio la Sagrada Escritura; así por ejemplo el Salmo 68: “¿Por qué miráis celosos, montes escarpados, al monte que Dios escogió para mansión? ¡Oh si, Yahvé morará allí para siempre!“[3]. Los lugares que gozan de una presencia especial de Dios (como los apenas mencionados, los cuales son llamados “mansión” de Dios) son considerados “santos” o “sagrados”, aún cuando la presencia del Señor se extienda de modo general sobre toda la tierra (cfr. Sal 65,7ss.). Así lo afirma el mismo Dios al dirigirse a Moisés: “No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, pues el lugar en que estás es tierra sagrada” [4].
Los cristianos se reconocen como tales desde el momento en que aceptan la Filiación Divina de Jesucristo, o sea que es Hijo de Dios por naturaleza o Verbo Encarnado y por lo tanto Dios verdadero. Si hay lugares en los cuales una particular presencia histórica de la divinidad ha permitido sean catalogados como “santos”, para los cristianos los sitios en los que la presencia física y personal del Verbo Encarnado se dio históricamente, deben sin duda ser denominados de aquel modo. Cuentan estos lugares con una serie de ventajas respecto a otros, debidas al hecho que la presencia física del Verbo Encarnado ha sido en naturaleza humana, y por lo tanto a modo humano. Su recuerdo por lo tanto reviste el mismo tipo de características externas que puede tener cualquier sitio, en el cual uno sepa que vivió o trabajó alguna persona concreta, a quien se recuerda de modo particular. Ha sido un “hombre” el que en un lugar determinado fue concebido, nació, creció y fue instruido, trabajó, vivió, predicó, y finalmente murió. Además hay toda una geografía que lo ha visto caminar, pasar de un lado al otro. Finalmente, teniendo en cuenta que estamos hablando de Jesucristo y éste es Dios, nos legó una herencia del todo particular, que ningún otro hombre podría habernos dejado; su último milagro, también asociado a un lugar sagrado. Como prueba de la divinidad de su persona y doctrina, resucitó de entre los muertos al tercer día (cfr. 1Cor 15,4).
Es entonces la presencia histórica de Jesucristo la que ha convertido la geografía de Palestina en “santa”, como ninguna otra lo es, y que ha santificado especialmente los lugares concretos en los cuales la vida y obra de Jesús se llevó a cabo. Mas como para los cristianos Jesús es una realidad histórica pero al mismo tiempo actual y “viviente”, debido a su Resurrección y glorificación en el Cielo, traspasa como consecuencia la historia misma, es eternamente presente. Las realidades que han tenido vinculación histórica con Jesucristo también se transforman en realidades eternas. La santidad de Tierra Santa no es por lo tanto sólo histórica, sino que es actual, permanente; es una realidad que santifica al mismo tiempo a los que toman contacto con ella, si estos así lo quieren.
Por eso los cristianos de todo el mundo “anhelan venir al menos una vez en la vida” – según había declarado Pablo VI-. Se trata de venir a lugares en los cuales se puede tener contacto directo con la “presencia física, perenne y actual” de Jesús, de María, de los Apóstoles y de la Iglesia por Aquel fundada. Se trata de venir a encontrar una presencia “viva” de Dios en un modo que no puede ser encontrada en otro lugar. Delante de dicha presencia es entonces posible orar, peregrinar, suplicar, meditar, hacer actos de piedad, adorar, venerar, encomendar intenciones particulares. Así lo hizo su santidad Pablo VI en el 1964, según sus propias palabras: “Iremos humildemente y en seguida regresaremos, haciendo un viaje de oración, de penitencia y de renovación para ofrecer a Cristo su Iglesia, para llamar a esta Iglesia única y santa a los hermanos separados, para implorar la divina misericordia en favor de la paz entre los hombres…, para suplicar a Cristo Señor por la salvación de toda la humanidad“[5].
2. Autenticidad histórica de los lugares santos.
Trataremos de analizar una cuestión que hoy día tiene no poca actualidad. Efectivamente, a medida que aumenta el interés religioso y arqueológico por los lugares santos – fenómeno que se ha dado en particular en los últimos decenios con relación a los lugares bíblicos, razón por la que la tierra de Palestina se ha convertido en un escenario privilegiado de dicho fenómeno- y a medida en que se han ido desarrollando estudios críticos respecto a los lugares santos y a los hallazgos allí encontrados, comienza a colocarse en el tapete la cuestión de la autenticidad de estos. ¿Son históricamente auténticos los lugares santos venerados por judíos, musulmanes y cristianos? Especialmente con relación a los lugares venerados por estos últimos es que la cuestión parece cobrar mayor relieve.
La veneración de un lugar santo se halla en estrecha relación con el acontecimiento histórico que se supone allí acaecido. De lo contrario, no se veneraría ese lugar distinguiéndolo de otros. Eso quiere decir que el recuerdo de dicho acontecimiento no es indiferente o independiente del lugar. Por algo los fieles concurren allí a venerarlo y no en otro sitio. En determinados ambientes sin embargo – lo cual se nota no poco entre muchos de los estudiosos de arqueología que actualmente realizan excavaciones en la geografía de Palestina- se da como una cierta indiferencia respecto a la importancia que pueda tener la autenticidad histórica del lugar, especialmente si este se halla en relación con la actual devoción religiosa, tanto de cristianos como de otras confesiones. Me explico; se dice por ejemplo que “no importa donde se halla producido el acontecimiento que da origen al recuerdo y a su veneración (en particular la veneración religiosa), sino lo que interesa es el recuerdo mismo y su veneración”. La persona a la que escuché decir esto pretendía justificar su opinión sobre “el Belén” en el cual Jesús había nacido; este no quedaría en Judea (el Belén tradicional), sino en Galilea. No dio argumentos arqueológicos para probarlo. Según creo, no existen muchos al respecto. Por lo general, creo que este tipo de postura indiferentista nace más bien de la necesidad de negar a priori la autenticidad de un lugar santo, sin tener argumentos suficientes para ello. Para esta persona por ejemplo, la evidencia del culto cristiano desde muy antiguo en Belén de Judea – cuando tal tipo de evidencia se acepta como argumento de gran importancia para casos similares- no constituía prueba alguna, y la ausencia de todo vestigio cultual a través dela historia en la Belén de Galilea tampoco. Creemos que esta posición es netamente ideológica, y nace la mayor parte de las veces de un prejuicio antireligioso. En realidad, el recuerdo y la veneración de un acontecimiento histórico en un lugar (más allá de lo que signifique de más religiosa o personalmente) tiene sentido en la medida que el acontecimiento es históricamente auténtico, como hemos mostrado.Además, muchas veces no se pone en práctica un razonamiento que debería ser previo a cualquier juicio de valor – para ser honestos intelectualmente – y que es el siguiente: Si en el lugar santo y recordado empezó a gestarse una tal veneración religiosa que se ha mantenido a través de los siglos y que no se ha gestado en otro lugar respecto al mismo acontecimiento, desde el punto de vista de la probabilidad es más seguro que este lugar sea el auténtico. “Algo” (y algo veraz) tiene que haber hecho que la devoción al acontecimiento determinado nazca allí y no en otra parte.
La veneración que se hace de un lugar santo además, se apoya casi siempre en una determinada tradición histórica. La tradición es la que hace de puente o nexo entre el acontecimiento que se considera histórico y la actualidad. Y no se trata sólo de tradiciones orales, sino en muchos casos existen testimonios escritos. Ahora bien, para probar la existencia de personajes o hechos de la historia profana nadie exige más que el mero testimonio de documentos escritos o tradiciones orales. Aunque algunas deban ser sometidas a un examen crítico riguroso, no son excluidas en bloque. Pues bien, el mismo principio debe seguirse para las tradiciones en favor de los lugares santos. Desgraciadamente, constatamos que esta norma equitativa no es siempre respetada.
Existe en efecto, una corriente que considera la sola existencia de una tradición histórica en favor de la autenticidad de un lugar o acontecimiento santo, o la aparición de tradiciones al respecto en determinados momentos de la historia, como una prueba en contrario, o sea como una garantía de no autenticidad. Aún cuando haya de hecho tradiciones ciertamente menos atendibles que otras y alguna eventualmente no atendible, por conocerse con certeza su origen posterior, no se deberían rechazar las tradiciones por el sólo hecho de serlo. Sin embargo, es común escuchar por ejemplo, que “respecto a ciertos lugares o eventos de Tierra Santa que cuentan con una fuerte tradición en favor proveniente de época bizantina o cruzada, resulta mejor y más seguro poner en duda su autenticidad“,lo cual se lleva a cabo en bloque y antes de examinar el caso concreto. Hay investigadores que son totalmente escépticos en relación a cualquier vestigio o tradición de origen “bizantino” o “cruzado”, escepticismo que curiosamente no experimentan respecto a ningún otro evento o personaje de la historia profana. Nuestra impresión es que dicho escepticismo sólo parece responder a un prejuicio elaborado obviamente de antemano.
En realidad nosotros creemos que esta posición es aún más ideológica que la primera, y ciertamente más ingenua. Es justamente la tradición histórica, y la particular fuerza de su evidencia en ciertos estadios de la misma, la que permite conocer hoy día con abundante grado de certeza la autenticidad de un lugar santo. Ponerla en duda “justamente porque existe tal tradición” es un contrasentido. Es válido ciertamente contar con elementos de juicio crítico a los cuales someter dichas tradiciones, como hemos adelantado, y deducir de ese modo el grado de credibilidad para cada una (aún cuando en rigor siga siendo necesario y honesto el tenerla en cuenta al menos en cierta medida), pero no se puede generalizar para todas ellas, y mucho menos de modo superficial y acrítico, ya que respecto justamente a los lugares santos, las tradiciones históricas son atendibles en la mayoría de los casos. Son ellas precisamente las que han guiado a estudiosos y arqueólogos a interrogarse y a hallar evidencias de tipo físico en favor de su autenticidad.
La tradición histórica es entonces el “puente” necesario del cual hemos ya hablado. Gracias a ella es posible superar el agnosticismo histórico, al cual deberíamos necesariamente llegar si dicha tradición no existiera, pues los solos datos arqueológicos son insuficientes.
Es verdad que aquí hace falta hacer una salvedad, y es la siguiente: Creemos que en el caso concreto de Tierra Santa y territorios adyacentes podemos distinguir tres clases de lugares con relación a la tradición que los respalda:
– Lugares fuertemente respaldados por una tradición histórica, incluso avalada por documentos escritos, y de los cuales se sabe con abundante grado de certeza que la devoción se debe la tradición misma allí surgida. De este tipo son Belén, el Santo Sepulcro en Jerusalén, Nazaret por ejemplo.
– Lugares donde ciertamente existe el respaldo de una tradición, más ésta no se halla tan fuertemente respaldada por documentos escritos, o bien interrumpida a lo largo del tiempo, o bien dividida entre dos o más lugares. Es el caso bien conocido de Emaús por ejemplo, o el Campo de los Pastores en las vecindades de Belén.
– Lugares donde por el contrario la devoción a un episodio o narración determinada ha permitido que se estos comiencen a conmemorarse allí, aunque sin atender a la localización histórica, que muchas veces no existió, como el conocido caso de la Posada del Buen Samaritano, camino a Jericó, que recuerda una “parábola” de Cristo y no un hecho histórico, o bien la gruta de la leche en Belén, de tradición apócrifa.
Con respecto a los segundos, la arqueología y la investigación histórica tienen un gran trabajo para determinar, hasta donde sea posible, cual sea el lugar verdadero o con más probabilidades de serlo. Con respecto a los últimos, se trata en estos casos de una mera evocación donde la localización precisa del lugar pierde importancia, pero estos casos son fácilmente reconocibles y diferenciables. Esto no quita autoridad a la tradición que respalda a los primeros. Es señal de metodología incorrecta el menospreciar la tradición que respalda a estos primeros a causa de los problemas que encontramos en los otros dos tipos.
Para dicho primer tipo de lugares, – hablando sobre todo de los de tradición cristiana- la existencia de diversos estadios de la tradición, uno bizantino y uno cruzado – y en los lugares donde ha sido posible hallarlo, también de uno judeo-cristiano – concentrados sobre un mismo lugar, permite que podamos conocer la autenticidad del mismo. Es natural desde el punto de vista cristiano ver en ello un designio Providencial que tiene por objeto facilitar el conocimiento acabado de los lugares, y no ver por el contrario un obstáculo para ello.
No es objeto del presente artículo entrar en un estudio pormenorizado de los lugares santos cristianos, lo que nos excede completamente debido al gran número de ellos; sólo tomemos un ejemplo: el santuario de Belén, uno de los más reverenciados.
Existen datos históricos fidedignos que afirman que el emperador Adriano – al sofocar la segunda revuelta judía- hizo construir santuarios paganos en lugares venerados por judíos y cristianos. Lo hizo sobre la tumba de Cristo en Jerusalén, así como sobre la gruta del Nacimiento en Belén, donde instaló un “bosque sagrado” dedicado a Adonis, dios pagano de la vegetación. Así lo afirma San Jerónimo hacia el 395 [6]. Además, también San Cirilo de Jerusalén hacia el 348 atestigua haber visto el lugar aún cubierto de árboles. Ahora bien, “la instalación del culto de Adonis en este lugar es perfectamente lógica en la mentalidad religiosa griega y romana, si se presupone la existencia aquí de un culto anterior relacionado con el nacimiento de un dios. Creemos que es un dato importante favorable a la tradición cristiana anterior a este hecho paganizante”[7]. Por lo tanto, hay testimonios en favor de una tradición judeo-cristiana en el lugar. Existen también hallazgos arqueológicos en las vecindades de la gruta de la Natividad, como tumbas, cisternas, etc., que prueban el uso y veneración del lugar, y el testimonio escrito del apologista San Justino, quien escribe poco después del año 150 (o sea mucho antes de la época bizantina), y que da testimonio de “la tradición de la Gruta de Belén”[8].
La tradición judeo-cristiana ha sido retomada en tiempos bizantinos, en los cuales se levantó la primer basílica (y en el caso de Belén también la basílica actual) y finalmente en época cruzada se levantaron nuevos edificios y se llevaron a cabo trabajos de restauración. Como vemos, los distintos estadios de la tradición permiten “seguir el rastro” de la veneración del lugar a través de la historia, y conectarse con los orígenes mismos.
También a veces se niega la autenticidad de un lugar santo contra toda una tradición y hasta contra textos bíblicos o evangélicos, basados en la interpretación que se hace de otro texto bíblico, supuestamente en contradicción con el primero. No se toma el trabajo de tratar de armonizarlos, lo cual es sin duda lo más natural y lo primero que debería ocurrírseles, sobre todo cuando es posible hacerlo sin mayores inconvenientes y si haciéndolo, la dificultad queda resuelta. Por ejemplo, J. Murphy- O’Connor sostiene en una de sus obras que “los evangelios no están de acuerdo en afirmar que María y José vivieron en Nazaret antes del nacimiento de Jesús. Lucas sí lo afirma (cfr. Lc 2,4-5), pero Mateo por sentado que fue en Belén (cfr. Mt 2)” [9]. Afirma el autor que es más probable que Mateo sea el correcto, porque José pertenecía a una familia judía (de la Judea, donde está Belén) y además porque hubiese sido más normal volver a Nazaret ante la amenaza de Herodes el Grande que huir a Egipto. Cuando Arquelao hijo de Herodes asumió el trono de Judea, José tuvo miedo de Arquelao y resolvió dirigirse a Nazaret, en Galilea, donde reinaba Herodes Antipas. Pero aquí notamos dos cosas:
– En primer lugar Mateo no da necesariamente por sentado que los esposos vivieran en Belén, sino que empieza el capítulo 2 (el único citado por O’Connor) diciendo: “Nacido Jesús en Belén de Judea”(Mt 2,1). ¿Es eso suficiente para desechar la tradición lucana sobre Nazaret, tan rica al respecto, máxime cuando no se presentan en contra de ella ningún argumento decisivo de crítica bíblica? Además es posible concordar ambos relatos, suponiendo que Mateo no menciona ciertos detalles que Lucas sí lo hace, detalles que implican el contacto con un testigo de los hechos, la Virgen María por ejemplo, que Lucas pudo haber tenido y Mateo no. El que perteneciese José a una familia judía no se opone al hecho que viviese en Galilea, donde había comunidades de judíos.
– En segundo lugar, ¿es una prueba decir que debería haber huido a Nazaret en lugar de Egipto si fuese originario de Nazaret? No olvidemos que Herodes el Grande, a quien José temía, reinaba sobre toda Palestina, no sólo sobre Judea y sólo a su muerte su reino se dividió entre sus hijos. Allí Arquelao – a quien José también temía- se quedó con Judea, y Antipas en Galilea. Por eso José no volvió más a Belén (donde podría haber pensado en quedarse, ya que probablemente tenía allí parientes) sino que eligió su lugar de origen y el de María, o sea Nazaret. Contra esto podría objetarse que si bien Herodes el Grande reinaba sobre toda la Palestina sólo “había mandado matar los niños de Belén y su comarca, de dos años para abajo” (Mt 2,16). Es verdad, pero el mismo O’Connor menciona que “era normal que los judíos miraran a Egipto como un lugar natural de refugio”9, basados en acontecimientos bíblicos (cfr. 1 Re 11,40; 2 Re 25,26; Jer 26,21). También el autor afirma que Nazaret era considerado “lugar de Jesús” (Mt 13,54; Lc 4,16) y que Jesús tenía allí parientes (Mt 13,55-56), “por eso Lucas asumió que José y María habrían nacido allí”. Es verdad, y seguramente lo asumió con razón, pues argumentos sobraban para conocerlo con certeza.
Creemos que es necesario no tener miedo a la investigación seria respecto a la cuestión de la autenticidad. La mayoría de los lugares venerados por los cristianos gozan de tradiciones y evidencias sólidas en favor de aquella. Los argumentos que se esgrimen en contra suelen ser por el contrario falaces, incompletos y metodológicamente incorrectos. Los estudios sobre la autenticidad y la certeza de la misma no son ajenos a la devoción y piedad cristiana actuales. Por el contrario, les están íntimamente relacionados y son su natural soporte.
Según una reciente declaración oficial, los cristianos “deben además situarse delante del lugar santo, no con una lógica humana que pretende definirlo todo según lo que se ve y se produce, sino con una actitud de veneración, llena de estupor y del sentido del misterio”[10]. Que tengan los criterios de Fe unidos a los de la ciencia, es la única vía posible para ellos, para ser legítimos poseedores y no usurpadores del nombre que llevan.
- Sentido general de dichos lugares.
Creemos que después de todo lo dicho estamos en condiciones de dar una idea más acabada acerca del sentido general de los santos lugares. Pero para ello sea quizás mejor explicar un poco cada una de las diferentes facetas de dicho sentido general, ya que se manifiesta diversamente. Nos valemos para ello de la valiosa exposición del padre Lino Cignelli[11], quien a su vez se vale del testimonio de muchos padres de la Iglesia. La intentaremos enriquecer no obstante, con nuestros aportes personales:
1) Es ante todo la “patria espiritual” de los hijos de Dios:
Así se expresaba Pablo VI: “Esta tierra bendita se ha convertido, en cierto modo, en patrimonio espiritual de los cristianos de todo el mundo, los cuales anhelan visitarla en piadosa peregrinación, al menos una vez durante toda la vida”[12]. Es “patria espiritual” porque es la cuna de nuestra existencia más auténtica como cristianos. Es “cuna” de la Iglesia, pues “es allí donde la Iglesia nació y dio sus primeros pasos sostenida por su divino fundador y guiada por su primer vicario…”[13]. Y mucho más recientemente: “Este es el mensaje espiritual de la Palestina, patria espiritual de todos los cristianos, al ser patria del Salvador del mundo y de su madre”[14] .
También los Padres son muy elocuentes en este sentido: San Jerónimo la llama “Tierra Prometida” (Epístola 129,4), “patria del Señor” y consecuentemente también de los fieles (108,10.31). San Efrén: “Patria de la nueva humanidad”, en cuanto “el nacimiento del Señor de la Virgen María engendra a todos los hijos de Adán y a Adán mismo” (CSCO 187, 107-109). Para Esiquio es “la metrópoli del mundo”(ST 264,262.281).
2) Son lugares de gracia y lugares carismáticos:
La Sagrada Escritura nos da también testimonio elocuente de la santidad de ciertos lugares por el hecho que Dios derrama sobre ellos alguna gracia especial. Leemos por ejemplo en 2 Cr 7,15: “Mis ojos estarán abiertos y mis oídos atentos a la oración que se haga en este lugar”. También hay lugares de los que se afirma están asociados a un carisma especial. Por ejemplo, el clásico caso de la piscina de Betesda en el evangelio de San Juan, a la cual “el Angel del Señor bajaba de tiempo en tiempo y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera” (cfr. Jn 5,4).
Asociados a gracia y a carismas especiales, así es como ven y experimentan los creyentes los santos lugares que visitan. “La gracia, el carisma propio de los S.L. es sobre todo el paso histórico de Dios hombre, paso santo y santificador que ha dejado una huella imborrable. Los misterios, los gestos salvadores que Cristo aquí realizó tienen un valor y una presencialidad perenne; están vivos y operantes todavía hoy, y desde aquí se difunden por todas partes del mundo gracias a la Sagrada Escritura y la Liturgia”[15]. Se comprende entonces como nazca de aquí la práctica de llevarse reliquias de los Santos Lugares a la patria, o de emplear en la construcción de edificios sagrados materiales llevados de aquí, práctica documentada arqueológicamente por el P. Bagatti[16].
3) Lugares de la Presencia divina:
Así como en el punto anterior nos referíamos a la presencia de los “misterios de Cristo”, ahora la consideración es en relación a la misma presencia divina, y en particular de Cristo Señor. Si bien toda la Creación es sacramento y teofanía, o sea signo y manifestación de Dios, la Tierra Santa lo es a título especial en cuanto “sacramento geográfico” de la presencia de Dios Salvador[17]. Ha dicho recientemente Juan Pablo II: “«Dios está presente de la misma manera en todo rincón de la tierra», pero existen «lugares sagrados» en los que el encuentro con el divino puede ser experimentado de manera más intensa” [18].
El paso del Dios – Hombre ha dejado impresa su presencia. Decía también Pablo VI a propósito de Belén: “Cristo, que vive y reina en nuestra Iglesia, se manifiesta a las gentes partiendo de este lugar, de este pesebre que señala su aparición sobre la tierra” [19].
Es precisamente esta presencia viva de Cristo la que llama y atrae hoy, como llamaba y atraía hace dos mil años. Desde siempre se viene a Tierra Santa por nostalgia de El, para encontrarlo y participar de sus misterios, para alcanzar su plenitud de Gracia. San Jerónimo resaltaba esta presencia inefable diciendo que en T.S. se camina por doquier “con Cristo a nuestro lado”(cfr. Ep. 46,13) [20].
4) Lugares de la Palabra divina:
El Señor, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, ha hablado en esta tierra. Y continúa hablando desde aquí porque sus palabras son siempre actuales y válidas, “no pasarán” (cfr. Mt 24,35). “De Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la Palabra de Yahvé”, dice Isaías (2,3). Efectivamente, el divino Maestro obró y enseñó aquí. Y de aquí partieron los Apóstoles con su mensaje de Salvación.
“Así es como la Palabra de Dios brota de T.S.; este es naturalmente el lugar ideal para leerla y comprenderla bien, especialmente desde el punto de vista histórico- literario, fundamento, como dice San Jerónimo, del sentido espiritual (cfr. Ep 129,6). De aquí el título de “quinto evangelio” dado a la patria de Jesús. Y de aquí la necesidad de visitarla con la Biblia en la mano. Cada santuario es una “memoria elocuente”, un “documento viviente”, como dice San Paulino (cfr. Ep 49,14) [21]. Por encontrarse aquí la Palabra de Dios en su ambiente natural, es que se la puede comprender aquí mejor que en otras partes: “Aquí se aprende el método para comprender quien es Cristo. Aquí se descubre la necesidad de observar el ambiente de su morada entre los hombres; los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, todo lo que sirvió a Cristo para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene sentido” [22].
El testimonio de los Padres también es elocuente al respecto. Citamos un hermoso párrafo, atribuido a San Jerónimo: “Como la historia griega es mejor comprendida por aquellos que han visto Atenas, y el III Libro de Virgilio por aquellos que han navegado desde Tróade a Sicilia y de aquí a Ostia, así la Sagrada Escritura será más claramente y profundamente comprendida por quienes hayan contemplado con sus propios ojos la Judea y hayan conocido los monumentos de las ciudades antiguas, no sólo los nombres, permanecidos idénticos o cambiados. He aquí por qué hemos querido someternos a la fatiga de recorrer, en compañía de los mejores eruditos hebreos, este país que está en la boca de todas las Iglesias de Cristo” [23].
- A modo de conclusión.
Todo lo arriba dicho es más que suficiente para remarcar la importancia de los lugares santos en sus diversos aspectos. Hemos querido que estas páginas sirvan de reflexión, tanto para los que tenemos la gracia incomparable de vivir en Tierra Santa, como para aquellos que estén en condiciones de peregrinar a ella. Para los primeros, para que aprendamos a amarla cada día más, ya que amarla es participar del amor preferencial de Dios por ella, y “dichosos los que te amen”, dice Tobit a propósito de Jerusalén (cfr. Tb 13,15). Para los segundos, para que se animen a visitarla si aún no lo han hecho, peregrinando verdaderamente, especialmente con ocasión del gran jubileo de la Redención.
No queremos terminar sin mencionar de modo especial a los cristianos que han nacido y viven en la tierra de Jesús, verdaderos “soportes y piedras vivas”. “Si su presencia llegase a faltar – como afirmaba Pablo VI-, se apagaría junto a los santuarios el calor de un testimonio viviente, y los santos lugares de Jerusalén y Palestina se convertirían casi en museos” [24]. Como cristianos, no podemos dejar de recordarlos y prestarles nuestra ayuda, al menos con la oración y el reconocimiento, si no está a nuestro alcance el hacer más.
P. CARLOS D. PEREIRA, IVE
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[1] Cfr. Discurso al presidente de Israel en Meggido del 5-1-64. Queremos subrayar de modo particular la importancia de las palabras de dicho Pontífice sobre Tierra Santa, ya que al momento de escribir el presente artículo es el único Papa que la ha visitado. Es nuestro más fervoroso e íntimo deseo, que próximamente pueda hacerlo su Santidad Juan Pablo II.
[2] Cfr. Paolo VI, Exhortación Apostólica: Le necessità della Chiesa in Terra Santa, in Enchiridion Vaticanum, volume 5 – Documenti della Santa Sede (1974 -1976), Bologna 121982; 157 (1974)..
[3] Salmo 68 (67),17.
[4] Exodo 3,5.
[5] Cfr. Pablo VI, Discurso de clausura de la 2a sesión del II Concilio Vaticano (5/12/63).
[6] Cfr. Guida di Terra Santa, a cura di C. Baratto ofm., Jerusalem – Milano (1992) 147-148. La obra de Adriano tuvo lugar entre el 134 y 135 después de Cristo.
[7] Diez, Florentino, Guía de Tierra Santa, Madrid (1990) 164-165. De aquí también tomamos las referencias anteriores a los testimonios de San Jerónimo y San Cirilo. Presenta también el de Orígenes, quien hacia el 248 habla de “la cueva del pesebre”.
[8] Cfr. San Justino, Diálogo con Trifón, 78. El. texto en cuestión lo presenta P. Cabezón Martín A. ofm., Belén, Jerusalén (1991) 78.
[9] Cfr. Murphy O’Connor J., The HOLY LAND, Oxford (1998) 374.
[10] Cfr. Pont. Consejo para la pastoral de emigrantes e itinerantes, El Santuario. Memoria, presencia y profecía del Dios vivo, I, 6 (en L’Osservatore Romano, ed. española, n. 22 del 28/5/99, p.8).
[11] Cfr. Cignelli L., La Peregrinación a Tierra Santa en los Santos Padres, en TIERRA SANTA 606-7 (1979) 228-234.
[12] Cfr. Exhortación Apostólica: Le necessità della Chiesa in Terra Santa,159; in Enchiridion Vaticanum, o.c., 171.
[13] Pablo VI; cfr. Radiomensaje de Navidad (1963).
[14] Cfr. El Santuario… ,18 (en L’Osservatore Romano, ed. española, n. 22 del 28/5/99, p.11).
[15] Cfr. Cignelli L., La Peregrinación…,229. De aquí hemos tomado también las referencias anteriores que hemos citado de los Santos Padres.
[16] Cfr. Bagatti, El Gólgota y la Cruz, Jerusalén (1978) 53.
[17] Cfr. La Peregrinación…, 231.
[18] De la agencia de información por Internet ZENIT, (30/6/99).
[19] Cfr. Pablo VI, Mensaje del Papa al mundo (desde la gruta de la Natividad) del 6/1/64.
[20] La Peregrinación…, 231.
[21] Cfr. La Peregrinación…, 232.
[22] Cfr. Pablo VI, Discurso en Nazaret (5/1/64).
[23] In Par.praef.; PL 29,423; cfr. Ep 77,7s.; 84,3; 108,26; 125,12.
[24] Pablo VI, Sobre las crecientes necesidades de la Iglesia en Tierra Santa (1974).