Concilio de Nicea y Osio de Córdoba
Hallándonos en el año en el cual se celebran el 1700 aniversario del gran concilio de Nicea, evocamos la figura de un grande protagonista de dicho evento: el obispo Osio de Córdoba.
La figura del obispo Osio (Ossio, 256-368) de Córdoba, en España, ha sido muy importante en la antigüedad cristiana, especialmente en los momentos en que se definían solemnemente los principales dogmas de la fe sobre las verdades cristológicas fundamentales.
Osio nació en Córdoba en el año 256 en el seno de una importante familia romana; elegido obispo de su ciudad natal en el año 295, durante las persecuciones de Diocleciano, se negó a abjurar de su fe cristiana y por ello fue condenado al exilio. Su nombre figura entre los diecinueve obispos presentes en el Concilio provincial de Elvira (hacia el año 300). Se desconoce en qué medida contribuyó a la conversión del emperador Constantino I, pero tenemos pruebas de algunos hechos que demuestran que Osio mantuvo estrecha relación personal con el emperador en varias ocasiones entre los años 313 y 324, y es conocido también porque se convirtió en su principal consejero en las negociaciones con los donatistas (cf. H. Leclercq, L’Espagne Chrétienne, París, 1905, 90-121), y en las decisiones tomadas por el emperador contra el obispo Ceciliano en el 316 (cf. Madoz G., Osio di Cordova, en Enciclopedia Cattolica IX, C. del Vaticano 1952, 405).
Más decisiva será su misión, deseada por el propio emperador, buscando una solución a la controversia entre el patriarca Alejandro y el presbítero Arrio. San Alejandro había sido elegido patriarca de Alejandría de Egipto en 313; Arrio fue al principio uno de sus partidarios, pero pronto comenzó a predicar sus ideas heréticas sobre la desigualdad entre la persona del Verbo y la del Padre. Arrio difundía sus ideas de manera muy solapada, incluso con la composición de cantos que escuchaban los fieles. Tras muchas advertencias y correcciones paternas, Alejandro decidió convocar un sínodo de obispos de Egipto y Libia en el 318, sínodo que, prácticamente por unanimidad, rechazó las tesis de Arrio y lo excomulgó. Arrio, en lugar de someterse, se refugió en Palestina, donde fue acogido como perseguido, mientras ganaba importantes partidarios para su causa, entre los que cabe destacar al historiador Eusebio de Cesarea y a Eusebio de Nicomedia. Constantino se vio envuelto en la controversia, buscando de mediar entre dos posiciones que no podían conciliarse de ninguna manera.
En este contexto, Osio fue enviado a Alejandría (323-324) con una carta del propio emperador; convocó también un sínodo, que rechazó la doctrina de Sabelio (exponente del modalismo, que negaba en esencia la Trinidad) y condenó el cisma de Coluto. Bajo la insistencia de Alejandro, por orden de Constantino se convocó el Concilio Ecuménico de Nicea (325) en Bitinia (actual noroeste de Turquía), en el que participaron 318 obispos y donde Osio de Córdoba desempeñará un papel protagónico.
Queda abierta la cuestión de si Osio presidió el concilio junto con los dos delegados papales, Vito y Vincenzo, ya que el Papa estaba ausente por motivos de salud. La opinión tradicional siempre lo ha sostenido, basándose en el hecho de que aparece como primer firmante de los decretos conciliares, que, sin embargo, fueron posteriormente muy reelaborados. El mismo Atanasio el Grande, en la época del Concilio, diácono del patriarca Alejandro, lo afirma, y el escritor eclesiástico Gelasio de Cizico es categórico al declarar que Osio actuó en nombre del Pontífice y no solo en nombre de Constantino, como suponen algunos historiadores.
El Concilio de Nicea estableció que el Hijo es consustancial al Padre y no engendrado, contradiciendo así las tesis de Arrio, quien, aunque admitía que Jesús era de sustancia similar a Dios, sostenía que este había comenzado a existir solo en el momento en que fue engendrado. La fórmula del homousion (consustancial), atribuida por San Atanasio a Osio y Alejandro como autores, sirvió como piedra angular de la ortodoxia, aunque posteriormente los semiarrianos pretenderán sustituirla por la expresión homoiousios (similar en sustancia), considerando esta última como ortodoxa.
Osio también presidió el Concilio de Sárdica (hoy Sofía), en Iliria (343), convocado por el papa Julio II a instancias de los emperadores Constante y Constancio II. También intervino en la redacción del símbolo, que condenaba el arrianismo. Pero Constancio II, filo arriano, logró convocar un sínodo heterodoxo en Milán en el 355, durante el cual muchos obispos ortodoxos manifestaron su desacuerdo y algunos de ellos fueron condenados al exilio. El emperador Constancio escribió a Osio bajo la presión de los arrianos para que condene a Atanasio; en respuesta, Osio envió su valiente carta de protesta contra la injerencia imperial en los asuntos de la Iglesia —conservada por San Atanasio (cf. Hist. Arianorum, 42-45, cf. PL. VIII, 1327-1332)—, lo que llevó a que fuese convocado (356) en Sirmio, en Panonia.
Siendo ya centenario, consumido por el exilio y los sufrimientos padecidos, le arrancaron la firma con la que suscribía la segunda fórmula de Sirmio, que rechazaba la fórmula del homousion, pero que él retractó en el momento de la muerte, porque le había sido impuesta con la violencia. Sin embargo, nunca cedió en condenar a Atanasio. Probablemente murió en Sirmio (¿o en Córdoba?) en el 357 o un año después. Además de ser una gran figura destacada en el crucial concilio de Nicea, fue un ejemplo de gran fortaleza y defensa de la Iglesia ante cualquier abuso. Aunque no aparece en las listas oficiales, se le considera un Padre de la Iglesia. La Iglesia ortodoxa lo venera como santo confesor, con fiesta el 27 de agosto. En enero de este año (2025), la diócesis de Córdoba presentó la solicitud de canonización de Osio, a la que el papa Francisco expresó su apoyo.