40° aniversario de nuestra Congregación
Presentamos este bello escrito del R. P. Javier Ibarra, IVE, dedicado a los inicios del Instituto del Verbo Encarnado y la necesidad de ser fieles al carisma recibido. Buena lectura.
En el cuadragésimo aniversario de nuestra Congregación.
La semilla es el Verbo[1]
Hemos cumplido cuarenta años y hoy celebramos la Encarnación del Verbo. Hay mucho para pensar y mucho para agradecer.
Pensar que nacimos en tiempos recios, de esos que dejan surcos hondos en la piel de la historia, como el arado en la hosca y sedienta tierra sanrafaelina. Y el Rey de la historia no ha dejado surco sin sembrar. Su semilla cayó y cae en todo tipo de suelo. Cayó hecha sangre en los surcos del Calvario y de la cristiandad naciente, y, guiada por el Viento, surcó los mares para llegar a nuestros suelos.
Se plantó en almas generosas que, a imitación del Sembrador, la llevaron y la llevan a los rincones más recónditos del orbe. Pensar que somos parte de esta historia, y que no hemos hecho nada para merecer tamaño privilegio. Porque la semilla es gracia.
Pensar que, aunque la semilla parezca perderse entre las malezas de las confusiones pasadas y presentes, y entre los errores e infidelidades de aquellos en cuyas manos había sido confiada, continúa, sin embargo, germinando y dando frutos en aquellos que no negocian con ella, en quienes la plantan y la riegan en sus propios corazones y en los corazones de aquellos que el Señor les ha encomendado. Y allí Dios se encarga de dar fruto.
Pensar que hace cuarenta años, Dios regaló a su Iglesia un nuevo modo de vida religiosa. Un carisma pujante, porque no viene de los hombres, sino que viene del Espíritu Santo, Viento y Fuego. Un modo de vida abrasado por las virtudes trascendentes y del anonadamiento del Verbo Encarnado, y, por lo mismo, un carisma recelado, despreciado y perseguido por el mundo mundano. Pensar que Dios había preparado este surco, para plantar su semilla, con los mejores nutrientes, a saber, sacerdotes y laicos cabales que formaron la mente y el corazón de nuestro fundador. Mártires pertinazmente olvidados y curas de las almas y de las inteligencias. Somos deudores del pasado[2], nos decía. Deudores de hombres que han mantenido la luz en el medio de la oscuridad de una patria herida y un mundo en decadencia. Y así, en aquel momento álgido de la historia político-eclesiástica argentina, surgió un fuego vibrante en las remotas faldas de los Andes, para mojarle la oreja al anticristo[3], y cumplir las profecías[4].
Pensar en tantos jóvenes que se unieron a la empresa, se dispusieron al sacrificio, y quisieron y aún quieren ser hostias blancas, sin mancha[5]. Se han puesto al servicio para a todos querer ayudar[6]. Y se congregaron en una finca humilde e insignificante, que vino a ser, después de todo, un ciborio glorioso donde se juntan las hostias para el sacrificio, para ser alimento espiritual de tantas almas cuantas la Providencia disponga.
Pensar en los frutos que esta semilla nos ha dado y nos seguirá dando con la gracia de Dios; vocaciones, misiones, parroquias, seminarios, monasterios, santuarios, escuelas y hogares. Y pensar en nuestro fundador, sacerdote fiel que nos estableció sobre el fundamento de una espiritualidad seria, eucarística, sacrificial y mariana.
… No sucumbió a la trampa y al golpazo,
no cedió a los caprichos y a la inquina,
ni al bruto y vanidoso manotazo.
y dejó, tras de sí, ¡si ustedes vieran!,
un camino de roble y de glicina…
Yo digo, que lo sigan los que quieran.
Pensar en los embates, dolores, persecuciones, de afuera y de adentro. Pensar en los corazones de piedra que resistieron y resisten a la semilla. En los que la dejan sofocar con las mil y una distracciones del entorno. En los superficiales, encantados de euforia, pero quedos e irresolutos ante el peso dulce de la cruz. Pensar en quienes dejaron la semilla a la merced de los rapaces pájaros del mal. Y pensar, también, en aquellos religiosos despiertos, que trabajan sin peros, pues están convencidos que vivir en Verdad, y arreglar desaciertos, no es cubrirse de cuentos, ni saberse entendidos, ni llenar de relatos o calumnias los puertos. Ellos aman de veras, a quien es la Verdad.
Y por esto son libres, para el mundo están muertos, para Cristo son hombres que derraman bondad. Pensar en la fortaleza de los nuestros que plantan la semilla en lugares de avanzada, donde hay guerra, pobreza, miseria y orfandad. Pensar en los religiosos que sufren, abnegados y en silencio, desánimos, congojas, desprecio, cansancio y soledad. Pensar también en nuestros difuntos, recordarlos y ofrecer sacrificios en sufragio. Pensar, en fin, y dar gracias. Dar gracias porque todavía estamos en tiempo de siembra. Han sido cuarenta años, como una primera cuaresma, pero esto no es más que el comienzo. Como decía Marcelo, somos los primeros, y tenemos que ser santos[7]. Quería decir, con esto, que no hay otra alternativa, que el peso y el empuje del comienzo nos apremia y nos acucia. Nos urge, porque nosotros hemos visto los ademanes convincentes y hemos oído las palabras penetrantes de quien emprendió esta labor y a quien tan recientemente el Señor llamó para sí. Porque él nos enseñó el camino: “Para no caerse de la cuerda floja, en esta época gnóstica, el sacerdote debe mirar obsesivamente a un solo punto: ¡Al Verbo Encarnado!” [8]
Dar gracias porque somos hijos de la Iglesia, nuestra navicella, que, aunque venga mal cargada[9], sigue siendo, y lo será hasta el fin, una y santa. Dar gracias porque somos hijos de la Virgen de Luján, que, aunque un día quiso quedarse en las pampas argentinas, ha deseado, con y por nosotros, desplegar, en estos años, sus bondades a los cuatro vientos[10].
Dar gracias por la grandeza de nuestro padre espiritual, san Juan Pablo II. Nacimos bajo su cuidado, bajo sus principios, bajo su magnificencia y liberalidad. Su vida y su obra llenan nuestro derecho y patrimonio. Su voluntad fue que viviéramos. Eso es ser verdadero padre.
Dar gracias por los amigos, los santos patronos, que nuestro fundador quiso traer a nuestro recinto: la piedra, la espada, los hijos del trueno, y los demás compañeros; el buey mudo, el indómito esclavo, el Quijote de Manresa, la lima sorda, el amable saltimbanqui, y tantos, tantos más, que animan el espíritu de nuestra Congregación y le hacen ser lo que es y no otra cosa.
Dar gracias por el sacrificio de la Misa, la liturgia vívida y vivida. Dar gracias por la estola, la cruz y el evangelio que queremos transmitir a las generaciones venideras[11]. Dar gracias por esa paz y esa alegría de vivir muriendo[12].
Dar gracias, en fin, porque en este aniversario y en esta fiesta tenemos la oportunidad de renovar nuestros propósitos, de renovar nuestro fervor. De enderezar la mirada si los problemas la desvían. De no darle al enemigo ni un tranco de pollo, ni un espacio donde pueda él sembrar su cizaña y su veneno. No nos dejemos amedrentar por la situación adversa, seamos ovejas que confían plenamente en su Pastor. Y redoblemos los esfuerzos para alimentar y hacer crecer esta semilla que es el Verbo, la Palabra de Dios, que se hizo carne y habitó entre nosotros.
R. P. Javier Ibarra, IVE
8 de abril de 2024
Solemnidad de la Anunciación del Señor. La Encarnación del Verbo.
[1] Cfr. Lc 8:11: ὁ σπόρος ἐστὶν ὁ λόγος τοῦ θεοῦ.
[2] CARLOS M. BUELA, “Deudores del pasado”, Buenas noches dadas en el seminario “María, Madre del Verbo Encarnado”, el día 26 de agosto de 2004.
[3] Cfr. “Mojarle la oreja al Anticristo” CARLOS M. BUELA, El Señor es mi Pastor, 599.
[4] Cfr. “Sobre el futuro de la Argentina”. CARLOS M. BUELA, El Señor es mi Pastor, 102.
[5] “Señor, quiero ser una hostia. Blanca, sin mancha, por tu gracia y para Tí. Frágil, solo fuerte en Tí.” Anotación de Marcelo Morsella.
[6] Ejercicios Espirituales, 146.
[7] Cfr. MIGUEL ANGEL FUENTES, Soy Capitán triunfante de mi estrella, 2011, 108.
[8] CARLOS M. BUELA, Sacerdotes para siempre, “En la cuerda floja”, 2022, 271.
[9] Cfr. DANTE, Purgatorio: Canto XXXII. “O navicella mia, com’mal se’ carca!”
[10] Cfr. CARLOS M. BUELA, El Señor es mi Pastor, “El proyecto Luján”, 559.
[11] Cfr. DON ORIONE, LeGere I, 1969, 259: “Noi andiamo a gran passi verso la eternità: a chi trasmetteremo noi la nostra stola, il Vangelo, la croce, a chi le anime che costarono il Sangue di Gesù Cristo?”
[12] Cfr. SAN FRANCISCO JAVIER, Cartas. A los Padres y Hermanos de la Compañía de Jesús, en Roma. Desde Goa, a 18 de Septiembre de 1542. “¡Cuán bienaventurado vivir es el vivir muriendo cada día, no buscando nuestras cosas, sino únicamente las de Jesucristo!”
Link al video de los cuarenta años del Instituto y familia religiosa del Verbo Encarnado: